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Centenario Dadá

Se cumplen cien años de la creación en Zurich (Suiza) del Cabaret Voltaire, un espacio de agitación cultural donde surge Dadá, un movimiento artístico de vanguardia que ha mantenido una influencia constante en el desarrollo de las tendencias más transgresoras de la cultura y el arte desde las primeras décadas del siglo xx hasta la actualidad.

Centenario Dadá

El 5 de febrero de 1916, en plena Primera Guerra Mundial, el exiliado alemán Hugo Ball y un grupo de jóvenes artistas franceses, alemanes y rumanos refugiados en Suiza fundaron en la planta superior de un teatro de Zurich el legendario Cabaret Voltaire, un espacio de agitación revolucionaria, artística y cultural donde la música y la poesía, el teatro y la danza, el arte primitivo y el arte abstracto se mezclaban en unas performances contestatarias que anunciaban la muerte del arte y rechazaban cualquier tradición artística literaria o cultural del pasado. Además de Hugo Ball, entre los fundadores del Cabaret Voltaire figuraban otros artistas rebeldes e inconformistas que encontraron acomodo en la pacífica Suiza huyendo de la Gran Guerra, como los alemanes Emmy Hennings y Richard Huelsenbeck, el francés Jean Arp y los rumanos de origen judío Tristan Tzara y Marcel Iancu, más conocido como Janco. Después de cinco meses de intensa y polémica actividad artística, literaria y musical, el Cabaret Voltaire cerró sus puertas a principios de junio de 1916, pero ya se había conformado un grupo de vanguardia que fue conocido por la prensa de la época como Dadá, un término cuyo significado y origen aún se discute. Se cuenta que el poeta rumano Tristan Tzara buscaba en un diccionario una palabra rara y desconocida y encontró el vocablo «dadá», que significa caballo de madera en francés. El propio Tzara, en el Manifiesto Dadaísta de 1919, explica el origen del término: «Dadá no significa nada. Por los periódicos sabemos que los negros kru llaman dadá al rabo de la vaca sagrada. El cubo y la madre en cierta comarca de Italia reciben el nombre de dadá. Un caballo de madera en francés, la nodriza, la doble afirmación en ruso y en rumano: Dadá». Bajo esta definición tan ambigua se van aglutinando toda una nueva generación de artistas europeos de vanguardia cuya intención es destruir los códigos y sistemas establecidos en el mundo del arte. Pese a su origen incierto y a la corta vida del Cabaret Voltaire, el nuevo movimiento artístico se expande rapidamente por Europa y Norteamérica, presentándose en las tertulias artísticas de Nueva York, Berlín, París, Colonia y Bucarest, y despertando el interés de artistas transgresores y revolucionarios como Marcel Duchamp, Francis Picabia, Man Ray, Kurt Schwitters, Sophie Taeuber, André Breton, Max Ernst o Victor Brauner. Tras el cierre del Cabaret Voltaire, las actividades del movimiento se trasladan inmediatamente a la Galerie Dada de Zurich y en 1918 al Club Dadá de Berlín, al que se incorporan artistas con un acentuado compromiso político como Raoul Hausmann, Hannah Höch, Georg Grosz, Wielland Herzfelde o su hermano John Heartfield. Pese a definirse como un movimiento antiartístico y antiliterario, el dadaísmo se manifiesta a través de manifiestos y revistas y de exposiciones en las que se dan a conocer nuevas técnicas artísticas innovadoras como el collage, el fotomontaje o las primeras muestras rudimentarias de performances e instalaciones. Si en 1920 se celebra la Primera Exposición Internacional Dadá en Berlín con la participación de los comprometidos artistas alemanes del grupo, en Estados Unidos los franceses Marcel Duchamp, Francis Picabia y el fotógrafo y montador Man Ray, menos politizados y más nihilistas que sus colegas alemanes, publican en 1921 la revista New York Dadá en perfecta sintonía con los dadaístas que trabajan en Europa. La influencia de Dadá se extiende por Holanda, Europa Central y los países eslavos hasta llegar a la Unión Soviética e influye en la constitución de otros movimientos de vanguardia como el constructivismo, la Bauhaus o De Stijl. Su influencia está presente en artistas y arquitectos como los holandeses Theo Van Doesburg y Piet Mondrian, el húngaro Laszlo Moholy-Nagy o ruso El Lissitzky. El surrealismo, tal como lo fundó André Bretón en París en 1924, estaba formado casi integramente por antiguos dadaístas, como Max Ernst o Man Ray, a los que se les unieron luego los españoles Salvador Dalí, Joan Miró y el cineasta Luis Buñuel. Dadá dejó de manifestarse como grupo a principio de los años veinte, porque surgieron nuevas tendencias artísticas a las que se fueron incorporando los propios artistas dadaístas.

En Dadá. El cambio radical del siglo xx (Anagrama, 2016), el crítico e historiador norteamericano Jed Rasula ofrece una visión muy completa, rigurosa y documentada de la historia del movimiento dadaísta y hace un balance sobre la importancia de su legado, rastreando su influencia en artistas tan diversos como Andy Warhol, Josep Beuys, John Cage o Jasper Johns: «Sin el dadaísmo hoy no tendríamos collages musicales, ni sampleados, ni fotomontajes, ni happenings? Y ni siquiera habrían existido el surrealismo, el pop art y el punk. Sin Dadá, la vida moderna tal como la conocemos difícilmente podría calificarse de moderna». Cien años después de su creación en el Cabaret de Zurich, el espíritu rebelde e iconoclasta de Dadá sigue presente en las manifestaciones artísticas de vanguardia más recientes como el graffitti, el street art o el arte digital.

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