Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Paisajes del olvido

Poeta-pintor o pintor-poeta, José Saborit presenta su poemario galardonado con el premio Unicaja, y lo hace en una de las colecciones literarias más prestigiosas. Un libro de poderosas imágenes y lenguaje directo, con palabras cotidianas, cercanas al vivir, frente al ojo que padece «la orgía del mirar y no ver nada».

Paisajes del olvido

Entre la memoria y el olvido. Esto es una obviedad, un lugar común, un tópico como la copa de un pino para hablar de poesía. Pero, como la mayoría de los tópicos, también es verdad. Y hablar de la memoria es hablar del olvido. Otra obviedad y otra verdad. Y es, a la vez, hablar del tiempo y de la eternidad, que el poeta, como el común de los mortales, confiesa humildemente no saber lo que son. No quiero decir que la poesía sea un remedio contra el olvido, es más, sospecho que el poeta muchas veces escribe para olvidar, como se bebe para olvidar, a fin de cuentas la poesía también es una especie de embriaguez. Pero es, sobre todo, un asunto de metáforas, de imágenes, y de ecos. De ecos de otras voces. De ecos de otros ecos.

«Un poema -nos dice Robert Frost, uno de los fundadores de la poesía moderna- empieza con un nudo en la garganta; un nudo de añoranza o una enfermedad de amor. Es un intento de acercarse a la expresión; un esfuerzo por encontrar satisfacción. Un poema completo es aquél en el que una emoción ha encontrado su idea y la idea ha encontrado las palabras.» Sin estar en desacuerdo con Frost, al contrario, estando totalmente de acuerdo con él, yo añadiría un matiz: no es «encontrar» el verbo que conjuga la poesía, es «buscar». La poesía es esencialmente búsqueda, búsqueda pura, sin objeto, búsqueda infinita, búsqueda eterna, búsqueda, en definitiva, a pura pérdida. Y ese nudo en la garganta, ese nudo de añoranza, esa enfermedad de amor, con la que empieza, y termina, la poesía, se percibe con nitidez en este último libro de José Saborit, La misma savia, libro en el que la imagen, como en la mayoría de los poetas-pintores, o pintores-poetas, tiene un protagonismo especial. Si tuviera que elegir un poema, me quedaría con Las manos de mi madre, o con Sin mirarte, o con Lo sabe el árbol, pero si tuviera que elegir un poema que hablara del libro, entonces me quedaría con La fatiga de la imagen, un poema dedicado, y no por casualidad, a otro pintor-poeta, Marek Sobczyzk, autor de un interesante ensayo titulado precisamente De la fatiga de lo visible, donde puede leerse lo siguiente: «Entre la vida de las formas y la condición humana existe una atracción imaginaria y psíquica que condiciona desde el principio nuestra experiencia de lo real.» (De la fatiga de lo visible, p. 76.) Saborit, por su parte, habla en su poema del «ojo vencido en la constante orgía del mirar y no ver nada», para finalmente vislumbrar, «en la veta más honda el camino de la luz, la sola salvación del laberinto». ¿Dos formas diferentes de decir lo mismo? Dos formas, en cualquier caso, que provocan en el lector reacciones distintas, emociones distintas, ecos distintos, pues lo mismo, dicho de forma diferente, nunca es lo mismo.

Sugestivo y emotivo poemario, La misma savia responde, creo yo, a un mismo ánimo, a un mismo impulso, a un mismo desahogo. Que en su caso, unas veces le hace coger el lápiz, otras el pincel, y otras, como él mismo nos confiesa: «llenar una copa de vino y brindar consigo mismo a la salud del minuto que pasa sin dejar ni un vestigio de humo, ni una brizna de fe, ni una respuesta a la ciega corriente que lleva al olvido, sin que pueda hacer nada, salvo brindar.» (Brindis, p. 64.)

Una poesía directa, una poesía que dice lo que dice, con palabras cotidianas, sencillas, que nombran cosas tangibles, personas concretas, lugares reales, momentos en el tiempo y el espacio, palabras que interrogan, y consiguen casi siempre despertar un eco en nosotros, un eco apenas dormido, amodorrado. Árboles y plantas, paseos de bosque por los que el poeta persigue las metáforas. Una poesía que respira, que fluye, que dibuja un paisaje. El paisaje de la memoria, el paisaje del olvido, mientras:

«Pasa el tiempo y nos vamos. /

Nos vamos alejando de nosotros, /

de aquello que ya fuimos».

Compartir el artículo

stats