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El diseñador, el editor y el guirigay gráfico

Enric Satué es uno de los diseñadores gráficos más prestigiosos del país. Dos libros suyos son actualidad en las librerías. Uno de ellos rinde homenaje a sus grafistas favoritos, el otro, editado en Valencia, hace lo mismo pero en clave satírica.

El diseñador, el editor y el guirigay gráfico

Uno diseñador gráfico, Enric Satué (Barcelona, 1938), creador ilustrado que lleva medio siglo poniendo cara y ojos al diseño, su historia y vicisitudes; el otro, Manuel García (Tánger, 1944), crítico de arte -entre otros frentes- y también, por lo que respecta a vida laboral, con más de medio siglo en toda clase de zafarranchos culturales. Ahora, finalmente, han podido reunir afectos gráficos publicando un manual de cabecera extensa, Guirigay del qué, el cómo y el cuándo del diseño (Ediciones Vuelta del Ruiseñor, Valencia, 2016) que bajo el subtitulo de «una parodia, sátira o farsa para amantes del diseño gráfico, con 14 tertulianos imaginarios» reúne en una especie de asamblea a destacadas figuras del diseño, ahora rebautizados como «Javier Bar Iscal», «Alberto Cardiograma», «Joan Grossa» o el propio convocador de la distinguida tertulia, «Enric Sinuhé», primo lejanísimo de aquel médico en -diseño- Cinemascope de tiempos del faraón Akenaton.

«El azar explica a veces muchas cosas» cuenta Manuel García, promotor del proyecto editorial, Ediciones Vuelta del Ruiseñor, a propósito de la génesis del libro. «En diciembre de 2014 presentamos un libro dedicado al diseñador gráfico Félix Beltrán con motivo de la muestra del artista que organizó la ESAD de Valencia, y Enric Satué, amigo del diseñador cubano-mexicano, participó en uno de los coloquios que se organizaron sobre él». «A Satué -continúa Manuel García- le gustó la idea, el proyecto y la imagen de la joven editorial, y unos meses más tarde nos ofrecía el libro». Como señala el editor en el texto de presentación: «detrás del historiador y del diseñador gráfico Enric Satué se ocultaba, tímidamente, una sensibilidad expresada antes por la creación de imágenes que por la elaboración de textos literarios».

La publicación del libro ha coincidido en el tiempo con la edición de Mis queridos diseñadores (gráficos) (Alianza Editorial, 2016) donde el propio Enric Satué rememora sus encuentros o «crónica sentimental» con algunos de los nombres que han escrito la historia del diseño gráfico del siglo xx. «Los dos libros -señala Satué- tienen en común un sentimiento de ternura: hacia lo que ha sido mi profesión -o mi actitud ante la vida- y los que la han practicado con talento y originalidad, ya sean de mi generación o de anteriores y posteriores; ya sean de mi ciudad, de mi país o del resto del mundo. He ido a por ellos allí donde se encontraran, y el elemento común es que a todos les he conocido personalmente y tratado con mayor o menor frecuencia e intensidad».

«Son dos caras de la misma moneda» destaca Enric Satué. «El recuerdo planea sobre ambos libros, aunque en uno lo concreto desde la comedia y el otro desde la tragedia. Pero lo más gracioso del caso es que el drama, en realidad, está más presente en la farsa, mientras que la parodia y el humor subyacen, yo creo que de una forma muy evidente, en la obra llamemos seria». En una de las numerosas e incisivas reflexiones que pone en boca de los diseñadores -en el libro Guirigay- se lee: «Será por eso que proliferan los consultores de diseño y los asesores de imagen, porque el diseño a secas ha quedado relegado a un mero instrumento€». «La palabra diseño -indica Satué- ha cambiado su significado. Ha pasado a ser un concepto de dominio público, y ya no pertenece en exclusiva a los diseñadores. En este contexto nuevo el término ha perdido precisión y objetividad, y hoy se diseñan programas políticos, acciones económicas, estrategias socioculturales... Pero hasta hace pocos años sólo se diseñaban carteles, cubiertas de libro, logotipos o catálogos, y en cambio en la actualidad el intrusismo profesional más desleal se ha generalizado, y en consecuencia, tanta repetición trivializa un concepto que jamás se propuso servir para todo, y menos aún indiscriminadamente».

Para el diseñador barcelonés se ha pasado de la «cultura del proyecto» a la «cultura del diseño». Una traslación que, a su juicio, ha supuesto «la devaluación del contenido conceptual en favor de la forma superficial y vagamente digital». Lo que ha significado para el diseñador «dejar los conocimientos técnicos en manos de un ordenador manejado por cualquiera, sin necesidad de acudir a un profesional ni, en caso de hacerlo, que el profesional tenga ningún mérito especial, como por ejemplo un Premio Nacional de Diseño o al menos un Laus».

Satué evoca esos nombres que han hecho del diseño una de las más bellas y creativas disciplinas a pesar del mal gusto reincidente y pertinaz. «Saul Bass, reconocido como un maestro en el diseño de logos, renovó los créditos cinematográficos de un manotazo y, al calor de ellos, se erigió de repente en un grandísimo cartelista, o Erwin Betchold, un diseñador que no casaba para nada con la mediocridad reinante en los más brutos tiempos franquistas. Ahí está un Alberto Corazón, que puso modernidad y eficiencia al Madrid de la Transición o un Tibor Kalman

que hizo por fin el sueño del poeta Mallarmé de que las imágenes hablaran y las letras fuesen imágenes».

A la hora del balance o resumen, el panorama para Satué no puede ser más frustrante. «Del teórico momento álgido se ha pasado, sin solución de continuidad, al anonimato y a la mercantilización más gregaria de nuestra profesión».

«Creo, sinceramente -continúa- que se echó a perder por falta de talentos, y el colectivo del diseño jamás consiguió convencer a los centros de decisión culturales de que estaba preparado para realizar aquel relevo. La escasa consistencia intelectual de las agrupaciones profesionales, más interesadas en las cuestiones de oficio y menos en las de profesión, más las indemnizaciones pagadas por la administración en forma de museos de diseño, hubs y otras frivolidades, cerraron un contencioso que debería haber dado mucha más guerra, pero se contentaron con el plato de lentejas que preparó con todo lujo de químicas líquidas y gaseosas Ferran Adrià, el gran ´diseñador´ de la gastronomía». Y concluye: «La síntesis de esta pobre situación en que ha quedado el futuro profesional del diseño gráfico y los diseñadores (queridos y malqueridos) la expresa bien el lamento que acuñó Manuel Vázquez Montalbán recurriendo a un verso de un bolero de la época referido a ´lo que pudo haber sido y no fue´».

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