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Vocación de hielo

El otro día leí en la prensa deportiva -esa forma de boxeo por escrito, que pretende promocionar las glorias locales, sean las de Madrid o las de Bollullos Par del Condado- unas declaraciones de Carlo Ancelotti, el futuro entrenador del Bayern de Múnich y sustituto del mítico filósofo catalán, Pep Guardiola, de cuyos ensayos soy devoto.

Il Condottiere Ancelotti, de voz aguardentosa, alababa la profesionalidad de Cristiano Ronaldo, porque era capaz de quedarse en la ciudad deportiva del Real Madrid, a las tres de la mañana, para darse baños de agua helada y recuperarse de los esfuerzos musculares, «incluso si Irina Shayk lo estaba esperando en casa».

La verdadera importancia de esa confesión reside en el adverbio «incluso». Ya sabemos que Dios se encuentra en los detalles. Y las diosas también: en los detalles de la gramática. Incluso. La diferencia entre la belleza absoluta y la absoluta fealdad siempre se debe a una preposición, a un artículo, a un modesto adverbio. La gente no lo sospecha, porque la gramática interesa sólo a unos cuantos pervertidos verbales, pero así son las cosas:, una conjunción, un punto y aparte, colocados como es debido, contienen las claves para saber interpretar el significado de la existencia.

Hay que tener una vocación a prueba de bombas, a prueba de cualquier género de tentaciones, para darse baños de hielo a las tres de la mañana, incluso etcétera. Con sólo pensar en el instante en que el agua helada alcanzase las partes pudendas de Cristiano, pudiendo estar en brazos de la princesa Irina, caigo en un paroxismo de naturaleza metafísico-sentimental. Si alcanzo a entender el sentido profundo de la gesta, y la lección que Ancelotti procura trasladar a la ciudadanía, es, una vez más, gracias a la literatura.

Lo que hace Cristiano, cuando mortifica sus carnes de madrugada, como un eremita tecnológico, como un cátaro 2.0 al que administran en Valdebebas el sacramento del Consolamentum (que aquellos herejes se administraban para alcanzar la perfección de cuerpo y espíritu), constituye un supremo ejemplo de sacrificio vocacional. La vocación lo es todo, muchachos, parece decirnos Cristiano. Incluso si, y todo lo demás.

Con la literatura sucede lo mismo. Si no tienes una vocación de acero cromado, más te vale no intentar escribir libros. Muchas noches, en el futuro, a las tres de la mañana, Irina te estará esperando en vuestro domicilio, deseosa de tu presencia, de tu conversación, de tu sabiduría amatoria, y tú tendrás que introducir tus partes sensitivas en el agua helada de la inspiración literaria, como hacen los verdaderos artistas. Y seguro que no tendrás a un cronista llamado Carlo Ancelotti que testifique tus renuncias, tus heroicidades, tus privaciones. ¿Estás dispuesto a llegar hasta ese extremo? ¿Incluso?

Luego no vengas a decirme que no te lo advertí. Con las novelas pasa eso. Con los poemarios, tres cuartos de lo mismo. Los artículos cuestan sudor y sangre. A las tres de la mañana, el agua helada parece más helada que nunca. La vocación. Irina. Incluso.

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