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Los amigos españoles de Golo Mann

En junio de 1982, nada más acabar la carrera de Filología Clásica, Juan Luis Conde viajó a Zurich en busca de dinero para financiar un año de mili. Desde los dieciocho años aprovechaba el verano para pagarse los estudios como mozo de hotel o limpiando oficinas en Suiza. Aquel año conoció al profesor Golo Mann, historiador e hijo de Thomas Mann, buscaba hispanoparlantes que le ayudaran a progresar con su castellano.

Los amigos españoles de Golo Mann

Hay que felicitarse de que el ex estudiante de filología clásica en Salamanca y hoy profesor de la Complutense, Juan Luis Conde, haya rescatado para la posteridad una etapa poco conocida de la vida de su amigo Golo Mann (1909-1994), hijo del Nobel Thomas Mann y él mismo reputado historiador.

Se decidió a ello por fortuna para nosotros, sus lectores, algunos después de haberle conocido, cuando ya había muerto el autor de Una juventud alemana y autor de una excelente biografía de Wallenstein, el caudillo católico de la Guerra de los Treinta Años que inspiró a Friedrich Schiller uno de sus dramas más famosos.

El libro quiere ser un homenaje póstumo a la vez que un intento, como confiesa el autor, de no cerrar en falso un capítulo que había quedado en cierto modo inconcluso al no haber podido despedirse de un Golo ya enfermo terminal de cáncer y, para desgracia añadida de sus jóvenes admiradores, prácticamente secuestrado por su nuera, la viuda del hijo que el escritor había adoptado.

Le movieron también a escribirlo las necrológicas oportunistas que se publicaron tras el fallecimiento de Mann y alguna entrevista que encontró buceando en internet y a cuyo autor no duda Conde en calificar de «carroñero», por interesarse de modo casi enfermizo en su supuesta y acaso reprimida homosexualidad.

Los amigos españoles del subtítulo son cuatro jóvenes estudiantes de Salamanca: el autor, su hermano Alberto, también filólogo y hoy profesor de francés, Guti, futuro médico, y un mexicano que había ido a estudiar también a la ciudad del Tormes y fue quien presentó a Golo a todos ellos, que iban a amenizar, aunque sólo fuese durante los meses que les dejaban libres sus estudios, la vida del solitario historiador.

Como otros jóvenes de la época, los hermanos Conde, hijos del empleado de una empresa de autobuses que llevaba a trabajadores españoles a Suiza, aprovechaban sus vacaciones de verano para pagarse los estudios trabajando en algún hotel o restaurante o en cualquier otra cosa que pudiera saliera en aquel país alpino cuyos sublimes paisajes, siempre dominados por la montaña, los fascinaría desde el primer momento.

Por una serie de casualidades tuvieron los dos hermanos la suerte de conocer al «hijo feo» de Thomas Mann, como le conocían algunos, quien a la sazón buscaba a hispanohablantes que le ayudaran a progresar en castellano, lengua por la que en aquella etapa final de su vida sintió un enorme cariño al punto de aprenderse de memoria y traducir a poetas que amaba como Antonio Machado y Luis Cernuda.

«A los setenta y tres años se estaba hispanizando, escribe Conde. Se rodeaba de españoles, bebía vino español, leía poetas y prosistas en lengua castellana, sin dejar de fantasear incluso con la posibilidad de transformar en permanentes sus visitas a España».

Y agrega: «Superior icono de su hispanización, atornillado a un gigantesco castaño, los eficientes funcionarios de correos suizos depositaban a diario un ejemplar de El País (salvo tempestad)», periódico, por cierto, para el que los dos hermanos Conde trabajarían más tarde durante algún tiempo como críticos literarios.

De aquella relación de amistad entre los jóvenes españoles y un Golo Mann ya achacoso pues había tenido que someterse a varias operaciones de rodilla, lo que le obligaba a caminar con ayuda de un par de bastones, nace un vivo relato en el que el autor va entreverando retazos de su propia vida y una correspondencia epistolar que se conserva en el Archivo Literario Suizo, de Berna.

Es el de Conde un relato vivo, irónico a veces, sobre todo cuando habla de la España de los años ochenta, los de la transición, la apertura a Europa y la Movida, que puso de pronto de moda a nuestro país en el mundo, pero que se torna hermosamente lírico cuando se trata de describir los paisajes alpinos por los que tanto les gustaba pasear a Golo Mann y a sus acompañantes.

En todo momento del libro se respira su admiración por la humanidad y generosidad del historiador, puesta reiteradamente de manifiesto en la acogida que brindó a aquellos jóvenes, algunos de los cuales le sirvieron también de chóferes en determinado momento, como cuando Golo tuvo que asistir al rodaje en la antigua Checoslovaquia de la serie de televisión alemana inspirada en su biografía de Wallenstein.

Los hermanos Conde le ayudaron sobre todo en tareas de intendencia tanto en el imponente caserón familiar de Kilchberg, en las afueras de Zúrich, donde había vivido Thomas Mann con su familia durante su exilio en Suiza, como en el pequeño chalet próximo a la aldea de Berzona, un refugio que Golo se hizo construir en las estribaciones del monte Peloso, en el bellísimo cantón del Tesino.

Golo Mann fue para aquéllos jóvenes algo así como un padre sabio y cariñoso. Resultan en ese sentido casi enternecedores los consejos epistolares que da a Juan Luis Conde cuando éste tiene que finalmente que cumplir su servicio militar o cuando le consuela también por carta sobre sus cuitas amorosas.

Y sorprende positivamente la profunda y sincera simpatía surgida entre un conservador e incluso reaccionario temperamental como Golo Mann, instintivamente defensor de la autoridad y el orden y que no oculta su amor por la España católica, y los jóvenes izquierdistas de los que supo rodearse en sus últimos años. Fue una experiencia que de una manera u otra enriqueció a todos, de la que todos salieron ganando.

«Yo no podía evitar pensar que el profesor Mann cometía un error garrafal. Mientras él nos buscaba por nuestro origen nacional, nosotros no hacíamos otra cosa que huir de eso mismo», escribe el autor, refiriéndose a la opresión y la cutrez de la España de Franco.

Pero añade: «Nos encontramos en caminos cruzados. (€) Con el tiempo, y sin conseguir reconciliarme con ella del todo, su particular visión de la ´pasión española´ me ayudaría a ver con otros ojos, o simplemente a ver, un lado de la historia de mi país que no tenía que avergonzarme».

La extraordinaria amistad entre Golo Mann y sus amigos españoles constituye en sí misma una moraleja, como explica al margen ya de su libro el propio Conde: a saber, que las personas son más importantes que las ideologías, las patrias, las clases y las apariencias.

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