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Centralismo cultural

En estos días en que arrecia el flatus vocis de la campaña electoral bueno será reflexionar sobre las propuestas que unos y otros han avanzado en relación con la cultura. Adivino el estupor de mis lectores. ¿Qué nos está diciendo? -insinúa el brillo entre sarcástico e irritado de sus miradas. ¡Pero hombre, si ninguno de los políticos valencianos que se presentan el próximo 26 de junio se ha preocupado lo más mínimo por la cultura!

Pues ya va siendo hora de que lo hagan, porque hay de qué quejarse o para hacérselo mirar, ustedes juzgarán. Malo es que nuestras obras de arte se exhiban en museos ajenos -como la Dama de Elche, que sigue secuestrada en el Arqueológico Nacional, por ejemplo- o que el canon oficial sitúe a nuestros creadores en posiciones marginales -­es lo que pasa con Gabriel Miró, del que los manuales dicen que era blando y clerical (¡)- e incluso fuera del mismo -así con casi todos los escritores modernos en valenciano.­ Pero todavía es peor que ni siquiera te reconozcan lo que haces. Esto, por supuesto, es lo habitual en los mentideros de la corte, donde confunden la movida más o menos alcohólica de los ochenta con la cultura mientras se permiten menospreciar todo lo que no surgió allí. Por eso siempre me ha parecido injusta la actitud de los valencianos que critican a sus paisanos cuando dan el salto a Madrid. Hombre, las gentes de la cultura no tienen por qué ser unos héroes, para el caso que les hacemos aquí€

Sin embargo, quedarse en Valencia no garantiza nada, más bien al contrario. Comentaré solo dos casos, uno antiguo y otro reciente. Juan Gil-Albert fue un intelectual peculiar, una persona que no dudó en arrostrar el más absoluto ostracismo durante toda la dictadura, hasta que Jaime Gil de Biedma, entre los escritores, y Alfonso Guerra, entre los políticos, lo recuperaron para la memoria cultural. A su muerte se fundó el instituto que lleva su nombre con la finalidad de mantener viva la llama del recuerdo. Bueno, pues hace veinte años llegó el PP y, aunque no se atrevió a cambiar la denominación, lo vació de contenido. Desde entonces el Instituto Gil-Albert se dedica a publicar cualquier cosa menos sobre el escritor de Alcoi. Es el inconfundible estilo rajoyista que nos quieren vender cuatro años más. No hacemos nada, dejamos que las cosas -y sobre todo las personas- se pudran, pero ayudamos a los nuestros.

El segundo ejemplo de dimisión de la responsabilidad de los valencianos en la tutela de su patrimonio cultural es de hoy, aunque se acaba de consumar el día de ayer. Puede que les haya llegado la propaganda de un supuesto estreno absoluto del Teatro Real en coproducción con la Maestranza sevillana y con nuestro Palau de les Arts: Der Kaiser von Atlantis, una ópera de cámara de Viktor Ullman con libreto de Peter Kien, dos judíos alemanes que compusieron esta maravilla burlándose de Hitler nada menos que en el campo de exterminio donde encontraron la muerte. Hasta aquí todo correcto, si bien la ópera de Madrid disimula sorprendentemente el alegato antinazi. El problema es que no se trata de un estreno absoluto. La ópera en versión orquestal se había estrenado en octubre de 1999 en Valencia en el Palau de la Música, luego se representó en el Talía y en septiembre de 2000 llegaba al Principal de Alicante siendo muy bien acogida por la crítica. Supongo que la versión madrileña de Halffter es independiente de la valenciana de Díaz Zamora, pero lo que resulta evidente es que no puede reclamar la primacía y, por lo tanto, que no se trata de un estreno absoluto. ¿Ustedes ven que aquí se haya resentido el famoso orgull de ser valencians?: en absoluto, hasta la han coproducido. Pues todo así. Si en la cultura aguantamos el centralismo de siempre, ¿cómo no van a hurtarnos el corredor mediterráneo y cómo no va a torearnos Montoro con la financiación? Es que, decididamente, en esta tierra somos dóciles y mansos, como muy bien sabía el conde duque de Olivares.

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