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Desbrozando un nobel

Todos los textos de Svetlana Aleksiévich, sus treinta años recopilando declaraciones y experiencias han trabajado sobre un tema siempre común: el sufrimiento y las vivencias de la gente bajo la guerra y un sistema político que no supo construir el rostro humano sobre el que tanto predicaba.

Desbrozando un nobel

Pasaron treinta años y a la catástrofe ecológica y social de Chernóbil, le sucedieron otras de calado igualmente terrible para una población y un país que ha sido vapuleado desde la revolución de octubre de 1917. Se trata de Ucrania, que padeció hambrunas, los desmanes de la II Guerra Mundial y la sinrazón de más de dos millones de deportados a los campos estalinistas. Tras el desastre de Chernóbil el 26 de abril de 1986, llegó el desmoronamiento de la URSS, y el pillaje de una clase política absolutamente corrupta que a pesar de la revolución naranja y la del Maidán de hace tan sólo dos años, mantiene al país en unos índices de pobreza mayores que los de Moldavia. Ucrania, uno de los países de mayor superficie en Europa es, en la actualidad, uno de los más pobres. Podríamos seguir desgranando cuentas de este estremecedor rosario, pero mejor referirnos a una obra, a una escritora que lo cuenta todo, que nos lleva de la mano de las terribles experiencias que ha sufrido y sigue sufriendo la vilipendiada población de la grandiosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la bielorrusa Svetlana Aleksiévich, premio Nobel de Literatura 2015.

Un Nobel de literatura más que merecido, a pesar de las controversias, al que se le ha dedicado poca atención por no considerarlo creativo y por ello fuera del margen de la literatura. Sin embargo, para los que consideramos que la literatura es vida, nada mejor que otorgárselo a alguien que construye su obra con declaraciones de gente corriente (algunas de ellas son auténticas piezas literarias), que nos desvelan pasajes de sus experiencias y nos dan a conocer realidades insospechadas y silenciadas. La obra de la bielorrusa constituye el mejor de los ejemplos para mostrarnos que la realidad supera con mucho a la ficción. ¿Hay alguien que se haya cuestionado que el cine documental no es cine o que el trabajo de un fotógrafo como Sebastiao Salgado, por ejemplo, no es artístico? Ser un buen profesional es un arte, y en todo artista tiene que haber todo un profesional ¿Qué impide que la reconstrucción de los registros que lleva haciendo durante años Aleksiévich bajo diferentes prismas no puedan admitirse como creación literaria?

Svetlana Aleksiévich nació en Ivano Frankovsk, una ciudad de Ucrania Occidental, gran parte de su infancia la pasó en Ucrania en la región de Vinnitsa de donde era su madre, posteriormente la familia se trasladó a Bielorrusia. La escritora vive actualmente en Minks tras haber vivido años en Alemania, Suecia o Francia. Aleksiévich lo tiene todo, y el galardón del Nobel a sabiendas o no es de una sutileza tremenda. Concedido en plena crisis entre Ucrania y Rusia tras la anexión de Crimea y la despótica actitud de Putin ante las demandas de la población ucraniana que surgieron en la revuelta del Maidán, hay que tener en cuenta que un eje importante en el trabajo de Aleksiévich se inicia con Voces de Chérnóbil. Crónica de futuro, de cuya catástrofe se acaban de celebrar los treinta años. Tras la tragedia seguimos en alerta, Chernóbil fue y sigue siendo un polvorín de consecuencias inimaginables. Nadie es suficientemente consciente de lo que a causa de la tragedia puede depararnos el futuro a gran parte de la población europea: aún se está construyendo la cúpula que sellará definitivamente el reactor estropeado que causó la catástrofe. Tampoco tenían ni idea de la envergadura del desastre las primeras víctimas, ni los enterradores, ni los habitantes de las poblaciones cercanas, ni los trabajadores. Es un verdadero cuento de terror; quien se acerque a esta páginas no podrá evitar la desolación y tristeza que inunda con las espeluznantes declaraciones que recoge la premio Nobel. No hace falta ver documentales sobre el tema, la lectura de los testimonios recogidos en el libro no dejan impasible a nadie.

La escritora hemos dicho es bielorrusa y escribe en lengua rusa, pero es crítica con lo que fue el mundo soviético y con lo que ha resultado de todo ello. Así lo demuestra en El fin del «Homo sovieticus» un complemento extraordinario a la magnífica crónica del periodista americano de origen ruso David Remnick, La tumba de Lenin. Los últimos días del imperio soviético. Aleksiévich desmenuza las declaraciones de sus entrevistados, las ordena, las transcribe en un ingente trabajo, para trasladarnos todo el magnetismo de lo que le cuentan. El valor documental de los testimonios que recoge es incalculable. Su disección nos muestra las entrañas de un régimen en el que creyeron millones de personas, y el decepcionante resultado de la creación del «hombre nuevo», incluso para los que buenamente creyeron en el sistema, que ha dado paso a un capitalismo salvaje a la rusa: mafias, oligarcas, nuevos rusos, agencias vendedoras de experiencias que son una auténtica atrocidad€ El análisis de la escritora es incisivo y nos muestra con claridad la realidad de la gente a pie de calle, de los que verdaderamente sufren las consecuencias de un régimen desastroso, de una sociedad que tardará generaciones en levantarse.

La guerra no tiene rostro de mujer es un trabajo en el que la autora describe además su exhaustiva metodología y como eso le sirve, en este texto en concreto, para evidenciar las condiciones en las que lucharon las mujeres de la era soviética en la Segunda Guerra Mundial. Pero no recoge su valor y su coraje, que lo tuvieron, sino su peculiar visión acerca de la contienda, los testimonios de las mujeres entrevistadas nos hablan en ocasiones de esas pequeñeces y gestos cotidianos que hacen incluso que la vida sea vida en medio del horror, nos enseñan la trastienda tras el frente de batalla, las dificultades para lavar, cocinar, curar€ También nos hablan de la lucha cuerpo a cuerpo, del miedo, de la inseguridad y la camaradería, de los gestos de humanidad, y del dolor y la tristeza, el sufrimiento y la impotencia. La dimensión de todo lo que cuentan las mujeres entrevistadas sólo nos da opción a las lágrimas: Capturaron a una de nuestras enfermeras€ La encontramos: le habían arrancado los ojos, le habían cortados los pechos€ le habían metido un palo€ Hacía mucho frío, ella era muy blanca y tenía el pelo canoso. Tenía diecinueve años. En su bolso encontramos las cartas de su familia y un pajarito verde, de goma. Un juguete€».

¿Y qué decir de Los muchachos de zinc? No hay nada que pueda describir mejor este texto que el grito, el alarido de dolor de una madre al no entender el ser en el que se ha convertido su hijo cuando vuelve tras la guerra de Afganistán. ¿Puede haber algo más fuerte que esta declaración?: «Envidio a esa madre que tiene un hijo que volvió sin piernas€ Qué importa que la odie cuando se emborracha. Que odie al mundo entero€ Qué importa que arremeta contra ella como un animal. La madre le paga prostitutas para que no se vuelva loco€ Una vez ella misma le hizo el amor porque su hijo pretendía lanzarse desde un décimo piso. Cualquier cosa me parece mejor€ Envidio a todas las madres, incluso a las que enterraron a sus hijos. Me sentaría al lado de su tumba y estaría feliz. Le llevaría flores». Son tal los horrores que recoge la autora, que no parece real, la ficción no es capaz de imaginar semejantes desmanes. Hasta un teniente del ejército soviético entrevistado por Aleksiévich afirma: «La verdad es demasiado terrible. No habrá verdad: Nadie la quiere: Ni vosotros, los que os habéis quedado aquí; ni nosotros, los que hemos estado allí». El libro entero es un lamento profundo acerca de los desastrosos resultados de una guerra que no consiguió arreglar nada.

El valor literario de la obra de Svetlana Aleksiévich, no lo ha reconocido exclusivamente el premio Nobel; en 1996 ya recibió el Premio Ryszard Kapuscinski; en 1999, el Herder de Austria; en 2006 el Premio Nacional del Círculo de Críticos de Estados Unidos; en 2013 el Medicis de Ensayo en Francia y el Premio de la Paz de los libreros alemanes, y es además oficial de la Orden de las Letras de la República Francesa. En España era una absoluta desconocida. El Nobel ha premiado toda una obra. Todos los textos de la escritora, sus treinta años recopilando declaraciones y experiencias bajo diferentes prismas, no han trabajado más que sobre un tema siempre común: el sufrimiento y las vivencias de la gente bajo la guerra y un sistema político que no supo construir el rostro humano sobre el que tanto predicaba. Aleksiévich con su trabajo habla de las implicaciones que tienen las decisiones de los dirigentes sobre las personas, cuestiona todo un régimen y los desmanes que ocasionó sobre generaciones. Nos habla de un país y de un mundo vastísimo, nos habla de sentimientos, de política, de sensaciones, de pensamientos, nos descubre el alma rusa igual que lo hace Chéjov, Bunin, Dovstoievski, Tolstói, Gogol€ Nos muestra un paisaje de infinitos contrastes. El Nobel ha sido un manotazo en el mismísimo hocico de Putin, aunque él no lo haya visto así, porque claro está: sólo es literatura.

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