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Diseño del caos

Diseño del caos

La pregunta es ¿qué fue antes, el huevo o la gallina? Es decir, cuando somos unos tiernos infantes, ¿nos sentimos atraídos por las formas geométricas, buscamos identificar y colocarlas en línea o círculo, en un cierto orden? ¿O más bien son nuestros papás y mamás los que nos compran esos juegos y nos motivan a meter el cuadrado en el cuadrado, el azul con el azul, distinguir poliedros y polinomios y así organizar nuestra estructura mental? ¿Ambas cosas? En una época fundamental del aprendizaje, parece que las pautas imperan frente al caos y se establecen rutinas (misma hora de comer, misma hora de dormir, papá me hace cosquillas, mamá dulce sonrisa) que permiten a los críos sentir seguridad y confianza. Más adelante, un cierto orden y unos modelos de comportamiento que podamos respetar todos los que compartimos un mismo espacio también ayudan a la convivencia, aunque en determinadas edades, léase la adolescencia y los que lamentablemente se quedan en esa etapa de la vida, dichas normas estén para infringirlas y el orden sea más bien caótico.

Podemos llegar a la conclusión de que el ser humano necesita establecer patrones sobre los que gestionar su universo, un universo que, por otra parte, nació del caos, de una tremenda explosión en la que cada una de sus partes va expandiéndose sin, en principio, límite ni fin. Quizás sea esa la razón de que frente a un origen tan desorganizado el hombre necesite fijar un orden en su existencia, ya sea levantando enormes piedras alrededor de un círculo perfecto, diseñando unas columnas en las que cada uno de los elementos depende de su relación aritmética con el siguiente, estableciendo códigos QR o labrando simétricamente los campos -una imagen que personalmente me parece de lo más atractiva.

Se trata en definitiva de trazar líneas y desarrollarlas, fijar ángulos, relieves y colocarlo todo en riguroso orden. Se trata, como indica el comisario de la muestra Entender el caos, Gabriel Songel, de «descubrir la presencia de retículas en nuestra vida común». Advertimos así que tras ese primer Big Bang, la naturaleza fue dibujando patrones geométricos espectaculares: las perfectas estrías que forman la celulosa, las cascadas de cloroplastos en las hojas, los cristales, cuyos sólidos átomos y moléculas están regular y repetidamente distribuidos en el espacio (Real Academia Española, vigésima edición). El ser humano no ha hecho más que ir copiando, diseñando, realizando proyectos de investigación que posteriormente han podido ser aplicados a todo tipo de industrias, desde las más complejas y tecnológicas como circuitos de ordenadores hasta la industria del ocio.

Algunos piensan que esa organización tan sofisticada por parte de micro y macrocosmos es producto de un ser supremo que desde el principio de los tiempos nos organiza y conduce. Otros nos inclinamos a pensar que somos parte de una evolución -algunos más evolucionados que otros, todo hay que decirlo- en la que también hemos ido buscando seguridad a partir del orden. La misma seguridad que sentimos al entrar en una estación de metro y logramos interpretar los planos o la armonía que nos produce un objeto bien diseñado.

Entender el caos -diríamos incluso diseñarlo- supone un recorrido francamente interesante por, entre otros muchos objetos, fotografías ampliadas de células vistas al microscopio, iconos digitales, planos de metro, muebles y alfombras de diseño, o juguetes que han acabado por formar parte de nuestras estanterías más que del baúl de los juguetes. Recogiendo las palabras de su comisario, es «una invitación a la observación de la naturaleza y al descubrimiento de que la clave del entendimiento de lo complejo está en lo más sencillo». Acéptenla.

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