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La incultura que viene

Bueno, salió lo que salió y ahora hay que formar gobierno. Ya comprendo que reclamar una política cultural coherente parece una extravagancia con cinco millones de parados sobre la mesa y una deuda que supera el 100% del PIB. Eso es el chocolate del loro, pensarán. Sin embargo, no se engañen. El paro remitirá cuando mejore la economía y la economía depende de los mercados, del FMI, del Banco Central Europeo, de la coyuntura internacional€ En cambio, la marcha de la cultura solo depende de nosotros y también habrá que mejorar nuestra micro vida cotidiana porque varias generaciones de españoles ya se están quedando fuera del bienestar. Una de las mayores tragedias de España es la sintomática postergación del pensamiento y de la cultura, sustituidas por clichés más o menos foráneos. Y tanto da que se trate de reaccionarismo católico, de ultraliberalismo economicista o de marxismo utópico.

Antes de que me interrumpan: por cultura no solo se entienden los monumentos artísticos y las obras literarias, las composiciones musicales y las películas: cultura es todo pensamiento que contribuye al bienestar intelectual de las personas que, como seres pensantes que se supone que somos, revertirá antes o después en su bienestar material. En este punto las diferencias entre los políticos de antes y los de ahora mismo son aplastantes, en beneficio de aquellos, me temo. En el antiguo régimen hubo reyes, prelados y presidentes de la república que protegieron a los lletraferits o que reunieron gigantescas bibliotecas: Alfons el Magnànim, el papa Borja, Alhakén II, Carlos III, Manuel Azaña€ hasta Isabel la Católica, a la que como mujer se la supone carente de iniciativa (y de ahí que el mérito de la Biblia políglota haya recaído exclusivamente sobre el cardenal Cisneros, el ejecutor del designio de la reina: vamos, lo de siempre). También hubo gobernantes brutísimos, estilo Fernando VII, por supuesto. Pero lo que no había ocurrido nunca es que todos los cabecillas del país fuesen unos zotes.

Sospecho que la cultura (¿) cuartelera del general Franco ha marcado tendencia y que nuestros próceres de hoy son profundamente deudores de la misma, tanto si quitan sus estatuas como si las mantienen. Una querida colega de la UCM me llevó un día, en el que celebramos una tesis en un restaurante del pueblo de El Pardo, al palacio homónimo y debo confesar que, vencida mi reticencia inicial, me pareció una experiencia instructiva. Porque lo que pude descubrir es que Franco vivía como un pequeño burgués de la época y que el santuario de todo aquel tinglado no lo constituían las banderas y los gritos de rigor, sino€ un enorme aparato de televisión. Fascinante: la cultura franquista se resumía en la programación de TVE, con la que el dictador y su mujer se lo pasaban pipa gracias al fútbol, a las pelis y a los concursos. ¿Cómo querían que hubiese ruptura en la transición?

Pues miren, por la misma razón no va a haberla ahora y es seguro que los ideales del 15-M quedarán in statu cogitandi. Por desgracia, nuestros líderes no desentonarían tan apenas en el sofá del Caudillo: ni el del Marca, ni el de Juego de tronos -¿se imaginan a Lenin blandiendo Robin Hood en un mitin?- ni el de los tuits ni el que añora los 25 años de paz y orden. A este cronista le habría gustado un debate a cuatro sobre la cultura española y no solo sobre lo que tan apenas depende de nosotros como la economía. Desde luego, si yo hubiese sido el moderador, no les habría preguntado por el año Cervantes o por el año Llull. Hay cuestiones más acuciantes, casi metafísicas: ¿qué se entiende por España?; ¿cuál es nuestra posición en el mundo?; ¿y en la nueva UE post Brexit?; ¿cómo lograr una igualdad de género efectiva?; ¿qué se va a hacer para convertir España en un país verdaderamente plurilingüe? Temas culturales que piden a gritos políticos de fuste. No caerá esa breva.

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