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Intemperancia de los ojos

Uno de los grandes teóricos de la Fotografía y la Estética, John Berger, reflexiona sobre diversos artistas y textos canónicos, incluyendo una aguda reflexión genealógica sobre la mirada perdida entre los animales y los hombres.

Intemperancia de los ojos

El mundo real ha sido sustituido por sus representaciones -fotografía, audiovisual, ciber-ermita, parque temático€ Se confirman las tesis situacionistas de hace medio siglo, que parecían excéntricas ocurrencias y que son ahora axiomas académicos. Se trata pues de volver a mirar como si fuera por primera vez. Es lo que de algún modo propone John Berger en estas analectas de textos, reunidos bajo el título de Mirar.

Hay un apartado de artículos referentes a la fotografía en el que se ocupa de las vestimentas en la obra de August Sander, los dilemas morales del fotoperiodismo de guerra, algunas consideraciones sobre las imágenes de Paul Strand y varios comentarios a propósito de Sobre la fotografía de Susan Sontag, libro clásico de la literatura fotográfica.

Otra sección, titulada Momentos vividos, reúnen textos sobre sobre otras artes. Se ocupa de: Rousseau -llamado el Aduanero-, Jean François Millet -cuyo Angelus originó uno de los libros canónicos del surrealismo, escrito por Salvador Dalí-, Seker Ahmet -pintor y militar turco que componía delicadas naturalezas muertas-, L.S. Lowry -maestro del naïf industrial-, Ralph Fasanella -escultor del naïf urbano-, Francis Bacon y Walt Disney -a los que hermana, con serena temeridad-,George La Tour, Gerrit Rietveld -diseñador de sillas perturbadoras-,Matthias Grünewald -cuyo Retablo de la ciudad alsaciana de Colmar, suscita en el ensayista una meditación acerca de las esperanzas revolucionarias del Mayo del 68-, Gustave Courbet -«el único gran pintor que plantó cara a la ignorancia voluntaria de las clases cultas»-, William Turner -admirador de Rembrandt de quien decía que «supo arrojar una duda misteriosa sobre la vulgaridad más ínfima»-, George Rouault -en su último periodo es «como si hubiera pintado desde el interior de una iglesia. No quiero decir con ello que se trate de obras religiosas convencionales o de propaganda católica»-, René Magritte -prudente constructor de imágenes imprudentes-, Frans Hals -su obra solo se comprende en el contexto de «los Estados Holandeses que han declarado oficialmente que la Iglesia no debe inmiscuirse en las cuestiones de usura relacionadas con el mundo de la banca; los comerciantes de armas holandeses no sólo venden a todos los países europeos en guerra, sino también durante las contiendas más sangrientas de su historia, a sus propios enemigos»-, Alberto Giacometti -cuya obra refleja «la fragmentación social y el individualismo maníaco de la última intelligentzia burguesa.(€) Era el artista que considera a la sociedad como irrelevante. Y si ésta heredó sus obras, fue por descuido»-, Auguste Rodin -a quien se le atribuye la siguiente declaración: «La gente dice que pienso demasiado en las mujeres -dijo en cierta ocasión Rodin a William Rothenstein. Pausa. Pero ¿hay algo más importante en lo que pensar?»-, Romaine Lorquet -sobre esta escultora francesa dice: «la visión de una sola imaginación puede sobrepasar las formas sociales de la cultura existente, incluyendo el arte. Cuando esto sucede, las obras producidas por esa imaginación existen en una soledad no sólo personal, sino también histórica».

Además de estos bloques temáticos, se incluyen también dos textos independientes: uno sobre los animales y otro sobre la contemplación quietista de un prado. El primero y más extenso -¿Por qué miramos a los animales?-, es un proto-manifiesto animalista. Muchos años antes, ya observaba Chateaubriand que la serpiente de cascabel compite con el cocodrilo en ternura maternal.

A la marginación de los animales les sigue hoy «la marginación, la eliminación de la única clase que a lo largo de la historia permaneció en contacto con los animales y perpetuó la sabiduría que acompaña a ese contacto: el pequeño campesinado».

Los animales están en granjas -factorías de carne industrial- o en zoos -escenografías en vivo para la contemplación de masas. Los zoos modernos constituyen «un epitafio a una relación que era tan antigua como el hombre». Y concluye que «aquella mirada entre el hombre y el animal, que probablemente desempeñó un papel fundamental en el desarrollo de la sociedad humana y con la que, en cualquier caso, habían vivido todos los hombres hasta hace un siglo, esa mirada se ha extinguido».

Para quienes apreciamos el trabajo de un competente solapista, es grato encontrar este pasaje en la contraportada de la presente edición: «de ahí el peligro de tantos que saben qué hacer con la sintaxis pero a menudo pierden de vista el origen de las palabras y su capacidad para romper los dulces meandros de la alienación». Descripción impecable de la tarea interpretativa de John Berger.

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