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La leyenda de Nanaue, el hombre tiburón

La leyenda de Nanaue, el hombre tiburón

Hace muchos años, más que dientes tiene el tiburón, una joven muy hermosa vivía en la Isla Grande de Hawai, que otros prefieren llamar Isla Mayor. La joven se llamaba Kalei, nombre que significa guirnalda, y vivía en el frondoso valle de Waipio, donde los antiguos reyes construyeron sus palacios de hierba.

Cada noche, Kalei dejaba el valle, iba río abajo, llegaba a la vasta playa de arena negra y se bañaba en el mar de altas olas. No solo nadaba. También buceaba y pescaba, y a veces se daba un festín de marisco en la misma playa.

Una noche, Ka-moho-alii, el Tiburón Rey de la región, abandonó su cueva submarina y se puso a nadar en la desembocadura del río, donde el agua estaba más fresca. Era el mismo lugar donde Kalei solía bañarse. Bajo la centelleante luz de la luna, la joven se desnudó sin prisas, saltó desde una roca sin provocar apenas salpicaduras y se deslizó en el mar, como hacía cada noche.

Ka-moho-alii, el Tiburón Rey, quedó fascinado por su belleza única y por su manera de nadar, girando la cabeza y batiendo las piernas casi sin esfuerzo. Desde el primer instante supo que no podría vivir sin ella.

Habría podido secuestrarla y llevarla a su cueva, pero no quería asustarla. Además, adivinó que ella no sería feliz bajo el agua, viviendo como un tiburón.

Como la mayoría de los reyes y los dioses, Ka-moho-alii tenía cierta habilidad para cambiar de forma. Era una habilidad muy útil, que le permitía hacerse pasar por un pececillo para capturar focas con facilidad -mucha gente no sabe que no solo entonces había focas en Hawai, sino también ahora- y por un albatros o un petrel de largas alas, para avistar los bancos de peces desde lo alto.

Ka-moho-alii adquirió forma humana. Luego hizo que el mar se encrespara y levantó una ola inmensa, que se abatió sobre Kalei. Pese a su agilidad y rapidez, la joven no pudo evitar el golpe y quedó aturdida.

La ola retrocedía y se la llevaba a alta mar cuando Ka-moho-alii apareció, convertido en un hombre muy apuesto, y la tomó en sus brazos.

Agradecida, ella lo invitó a cenar en su choza.

Durante las noches siguientes, convertido en jefe de una tribu remota y engalanado con un tocado de relucientes plumas negras, Ka-moho-alii la visitó.

Kalei también se enamoró de él y se casaron poco después.

Misteriosamente, el Tiburón Rey desaparecía de día y solo acudía de noche a su choza.

Pasado un tiempo razonable, ella se quedó embarazada. Ka-moho-alii le reveló su verdadera identidad y le explicó que tenía que volver al mar. Pero, antes de abandonarla, le dio instrucciones para que diese a luz sola.

„Sé que será un varón -le dijo-. Podrás educarlo como quieras, pero deberás tener cuidado con su alimentación. Sobre todo, evita que coma carne de animales.

Muy a pesar suyo, Ka-moho-alii, el Tiburón Rey, se separó de Kalei, a quien había llegado a querer mucho, y regresó al océano. Los esposos nunca volvieron a verse.

Una noche oscura, mientras los vientos de la isla golpeaban y barrían el valle con furia, la hermosa Kalei dio nacimiento al hijo del Tiburón Rey. Seguía preocupada y entristecida por la marcha de su marido, y su pena aumentó al observar que el recién nacido tenía una anomalía en su espalda, un agujero grande y profundo, permanentemente abierto, que parecía la boca de un pez.

Kalei pensó que, si alguien sospechaba la existencia del agujero, informaría al rey o a los jefes de la isla, que lo considerarían un mal presagio y mandarían que el niño fuese sacrificado. Por esa razón lo envolvió con una tela hecha con corteza de árbol.

El niño, al que puso el nombre de Nanaue, era tan hermoso como ella, pero tenía aquella anomalía inquietante. Esa noche, mientras lo arrullaba, Kalei lloró abundantemente.

A medida que Nanaue crecía, ella cubría su espalda con capas o abrigos de distintos tamaños. Y, tal como el Rey Tiburón le había pedido, lo mantenía lejos de la carne. Pero sabía que no podría seguir protegiéndolo durante mucho tiempo, porque era otra época, y las costumbres de entonces no permitían que los hombres y las mujeres comiesen juntos. Era tabú, es decir que estaba prohibido.

Cuando Nanaue entró en la madurez, su abuelo lo llevó a comer con los hombres. Comió carne de cerdo y de perro por primera vez y de inmediato desarrolló un apetito voraz e insaciable. En la amplia boca de su espalda empezaron a crecer una fila tras otra de afilados dientes.

Desde entonces, cada noche, cuando Kalei llevaba a su hijo a bañarse en un estanque natural que se había formado junto al río, Nanaue se transformaba en un joven tiburón. Jugaba en el agua y capturaba y comía pequeños peces, mientras ella lo contemplaba con una mezcla de horror y fascinación.

Al convertirse en adulto, Nanaue quiso nadar en el mar. A los hawaianos siempre les ha gustado bañarse juntos, pero él prefería hacerlo solo. Mientras, su madre vigilaba que no se acercase nadie y le sostenía la prenda con la que solía cubrir el extraño agujero de la espalda, para que pudiera ponérsela en un instante.

Tampoco jugaba con los demás niños, por miedo a que la tela se desplazase o se le cayera con algún movimiento brusco, y el orificio quedase a la vista.

Poco a poco, Nanaue se convirtió en adulto. También creció como tiburón. Pronto, su apetito se hizo tan grande que empezó a atacar a la gente que se bañaba sola y a comérsela. Sobre todo, le gustaban los niños. Bajo su apariencia humana, se les acercaba, les hacía reír y, cuando tenía ganada su confianza, se abalanzaba sobre ellos, los arrastraba hasta el fondo y los devoraba.

Al principio no sospecharon de él, porque siempre estaba ocupado cuidando el huerto de su madre, y nunca le veían rondar la playa. Pero un día fue requerido para trabajar en los campos del rey y, aunque se resistió, tuvo que ir. Allí, estando en plena faena, uno de sus compañeros le quitó la capa accidentalmente.

Nanau se enfadó tanto que amenazó a todos y se puso a abrir y cerrar la boca de la espalda con un chasquido, como cuando un tiburón falla el golpe. Luego escapó corriendo y se arrojó al mar, donde se convirtió en un tiburón gigante.

La noticia de que uno de sus súbditos tenía un rasgo tan extraordinario no tardó en llegar al rey, quien comprendió que Nanau era el causante de tantas muertes y desapariciones.

Enfurecida, la gente de la aldea decidió capturarlo y matarlo.

Nanaue presintió el peligro. Dejó la Isla Grande de Hawai y nadó hasta la isla de Maui, donde volvió a tomar la forma de un hombre apuesto. Como estaba provisto de gran simpatía, se casó con la hermana de un jefe. Pero era incapaz de contener su deseo por la carne humana. Una noche de luna fue a bañarse con ella, se metamorfoseó y se la comió. Unos pescadores, que lo vieron todo, dieron la alarma e intentaron alancearlo desde sus canoas, pero Nanaue se escapó y nadó con rapidez hacia la isla de Molokai.

Allí, de nuevo convertido en hombre, se hizo famoso por sus habilidades pesqueras. Recogía tanto marisco como diez pescadores juntos. Cuando alguien se acercaba al mar, le advertía:

„Ten mucho cuidado. He oído decir que por aquí hay tiburones.

Luego iba tras el nadador incauto, que no sospechaba de él. Y, a la menor oportunidad, se lanzaba sobre él, lo ahogaba y se lo comía.

Pero llegó un momento en que ningún habitante de la isla se atrevía a bañarse en el mar, ni siquiera en aguas someras. Como su necesidad de carne humana era tan fuerte, Nanaue recorría la playa sin cesar.

Un día, desde lo alto de un acantilado, algunos lo vieron convertirse en tiburón. Esa noche, mientras él estaba ausente, toda la aldea se reunió y acordó su captura.

Esperaron a que adquiriese forma humana y le echaron encima la red más resistente que encontraron. Y, mientras se debatía y abría y cerraba la boca de la espalda, los hombres más fuertes le golpearon con porras y le hundieron sus lanzas, hasta que la playa entera enrojeció con su sangre. Mientras, la gente no dejaba de cantar.

Cuando por fin murió decidieron quemarlo, por temor a que de su cuerpo naciese otro tiburón. Pero, como era tan grande, el agua y la sangre que manaban de él apagaron la hoguera varias veces. Para solucionar el problema, sacaron las hachas y lo cortaron en pequeños pedazos.

Así ardió finalmente en la hoguera Nanaue, hijo de Ka-moho-alii, el Tiburón Rey.

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