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Rosette Vertu : Pasión y virtud

Rosette Vertu : Pasión y virtud

Hay personas que van contigo durante casi toda la vida mientras otras caminan junto a ti, por detrás o delante, durante media. Están las que se te pegan como una lapa, no se van ni con aguarrás hasta que haces palanca con una navajita. Prefiero las clóchinas. Hay quien llega y desaparece y luego no puedes recordar su rostro, y también están las que nunca llegarán. Finalmente están las que, si piensas que tu vida es el río Guadiana, desaparecen por sus Ojos para después aparecer y volver a ocultarse y así sucesiva y reiteradamente.

A finales de los setenta me presenté en dos o tres ocasiones al Premi Internacional de Dibuix Joan Miró. En una de ellas resulté seleccionado y luego vuelto a seleccionar para una itinerante por varios pueblos de Navarra. Podría consultar el currículum para datarlo pero semejante documento siempre me ha parecido ridículo y pasto de mediocres. El caso es que a los representados nos pagaban viaje y hotel para la inauguración en Burlada. Uno es joven e inquieto y, no como ahora, no duda estas cosas. Estuvimos allí, seríamos unos quince españoles, algunos franceses, tres o cuatro italianos y un alemán, ganador del premio. Dos prebostes de la caja de ahorros que armaba todo aquello en sus distintas sedes largaron unos discursos y luego nos dieron de cenar.

Ya había tenido oportunidad de fijarme en Rosette desde que llegué. No pasaba desapercibida y a mí tampoco se me pasan por alto las mujeres como ella. Me toco enfrente durante la cena y ahí, con mi abocetado francés iniciamos algo parecido a una conversación. Después, puede que la mitad de los participantes (y en general, y salvo excepción, son los artistas en los que suelo creer) entramos a una de esas tabernas propias del país. Fueron cayendo distintos tipos de brebajes y la gente fue despidiéndose. Rosette Vertu aguantaba el whisky como una campeona y en cuanto a mí, no es por hacerme el chulo, pero también aguanto, otra cosa serán los daños colaterales, y además mi nivel de francés, si mi interlocutor lo es, siempre es directamente proporcional al volumen de alcohol en sangre. En resumen, nos hicimos de lo más amigos, intercambiamos direcciones y teléfonos y nunca más nos volvimos a ver.

Sería una decena larga de años después cuando me reencontré con Rosette. Tenía yo una exposición (aunque nunca llegué a estar seguro de que aquello lo fuera) en la Galería Charpa de Gandía en el 94, y en su homóloga de Valencia expondría al mismo tiempo Rosette Vertu. Charpa siempre ha sido la galerista más parisienne de fuera de París y de sus incursiones por la ciudad bombilla nos trajo, por aquel entonces, muestras de André Derain (que nunca me ha dicho gran cosa), de los accionistas vieneses y sus rayaduras, y entre otras cosas la muestra que les digo. Nuitées (en un principio llamada Nomade), lo que denota que Rosette no va a lugar alguno en que no haya un hotel, era una selección de una extensísima serie de fotografías exclusivamente de jardines. Había dado varias vueltas al mundo durante unos cuantos años y a través de jardines románticos, clásicos, franceses, ingleses, zen, etc. de un modo sistemático y exhaustivo. Bueno, pasamos unos cuantos días y aún más noches por Valencia y ya no perderíamos el contacto.

En el ínterin, lo más relevante que había hecho Rosette en su faceta de dibujante había sido la ilustración de Les Metamorphoses de Ovidio para Grasset-Jeunesse, que llegaría a ser tan apreciado como la Alice de Nicole Claveloux en la misma editorial, y en el campo de la foto, concluido Nuitées, habría comenzado el trabajo titulado Nuages, iniciando otro periplo circularmente repetido por el orbe tras el rastro de las nubes. De cara a este trabajo estuvo Rosette en el Institute de la Meteorológie de Paris de donde, después de consultar con especialistas, sacó en claro que cualquier clase de nube podía darse en cualquier parte del mundo, pero con la diferencia que el ángulo de refracción solar, dependiente de la latitud, variaría los colores de cielo y nubes. Lo que fue suficiente para que Rosette cogiera cámaras y equipaje y el primer avión (creo) a México. Hay muchas fotos de nubes pero las de Rosette tienen una particularidad: en ellas solo hay cielo, nunca tierra, con lo cual no hay referencias. Una nubecita nos puede parecer enorme y viceversa.

Y ahora viene lo mejor: encontramos a Rosette en 2010 en Moscú. Concluida hace tiempo su aún más extendida serie sobre nubes y recientemente publicado su libro para niños Mireille la cheville en su editorial habitual, del cual también figura como autora del texto (y creo que ya vertida al valenciano como Huga la eruga por Déjà Vu Editors), Rosette me tiene al día de sus andanzas por la capital rusa. Se presenta allí a captar fotos de nieve y como en el caso de las nubes, sin otra referencia visual alguna. En ese sentido a mí me recuerda el caso de Richard Long.

Long, por ejemplo, afirma que esas piedras que muestra las ha recogido en un trayecto de Glasgow a Stirling, lo que un geólogo nos podría confirmar, pero en principio sabemos que provienen de allí porque creemos lo que nos dice el propio Long. Asimismo sabemos que unas nieves fotografiadas por Rosette Vertu son de Toledo y otras de Anchorage (Alaska) porque creemos a Rosette. Y por cierto que después de la exposición en Charpa, estrictamente dejé de tener noticias de Rosette Vertu, para pasar a tenerlas de otras mujeres, dada su costumbre de, para cada nueva actividad, usar un nuevo pseudónimo u heterónimo, lo que hace que (e ignoro si ese será el motivo) resulte imposible seguir su rastro en Internet. Y de hecho, a veces, aunque en España conozca a más de una mujer llamada Virtudes, dudo de que sea su verdadero nombre.

Rosette estaba en Moscú, digo, y como siempre a gusto, ya que debido a su ascendencia materna habla ruso perfectamente. Como en otras ocasiones volvió por el bar Uranov, un local bastante amplio para estar situado en el pequeño callejón Olleikaya. Este bar era desde hacía años el cuartel general oficioso de la prensa internacional destacada en Moscú. Rosette reencontraría viejos amigos así como entablaría una nueva relación con la periodista del Post conocida en la profesión como Miss Inform, que a su vez y en sus ratos libres trabajaba para la agencia de inteligencia americana, como otros de los menos conspicuos agentes de la CIA en Moscú, que también se dejaban caer por el bar.

Poco después, en una recepción en una embajada (que no era la francesa) conocería al actor Gerard Depardieu, recién llegado a la ciudad. Como ocurre cuando dos paisanos se encuentran en el extranjero (ambos son nacidos en el departamento de Indre; Depardieu en Chateaurox, y Rosette en Alsir sur Indre) pues se emocionaron y el amigo Gerard la propuso a Rosette que fuera su intérprete, esta aceptó el trabajo y durante una temporada fueron inseparables. Rosette, por supuesto, llevaría a Depardieu al Uranov y así vivirían algunas tardes y muchas noches de sano cosmopolitismo.

Hasta que llegó una tarde al bar la fatídica noticia de que las autoridades del lugar habían arrestado a Miss Inform, que seguramente no sabría nada de nada pero estas cosas son así. Los de la CIA salieron por patas, y los periodistas, por si acaso, no les fueron a la zaga. Rosette cogió un abrigo y las cámaras y salió hacia la frontera con Finlandia. Gerard Depardieu fue el único que se entregó para pedir la ciudadanía rusa y asegurar que toda su pasta actual y futura iría a parar a la Gran Madre Rusia.

Cuando en la frontera con Finlandia examinaron el equipo fotográfico de Rosette Vertu y no encontraron más que fotos de nieve y nieve y más nieve, decidieron que estaba colgada y la dejaron cruzar.

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