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La presencia del tiempo

Poco más de un año después de concederle el Premio Internacional Julio González, el IVAM presenta ahora una muestra individual de Christian Boltanski (París, 1944) compuesta por siete instalaciones que ocupan la planta baja del museo.

La presencia del tiempo

Artista mundialmente conocido y reconocido, la obra de Boltanski inicialmente pictórica fue explorando diversos medios como la escultura, la fotografía, el cine y evolucionando hacia la instalación, casi una nueva disciplina interdisciplinar que conoció un auténtico boom en los años noventa del siglo pasado. Precisamente en la instalación, Boltanski ha encontrado un medio expresivo idóneo en el que ha sabido desarrollar un discurso propio en torno a problemas de enorme vigencia y presencia como son la memoria, la historia, el olvido, la identidad... con la muerte como recurrente telón de fondo.

La muestra está compuesta por siete instalaciones realizadas desde 1989 y englobadas bajo el título de Depart Arrivée, nombre también de una de las instalaciones más recientes, concretamente de 2015, que ocupa no por casualidad, el centro mismo del recorrido expositivo. La ordenación de la obras no está sometida al rigor cronológico, sino que obedece seguramente al sentido que sobre Cronos (el tiempo, la muerte) tiene el autor, visión que ha ido cambiando con la experiencia del propio artista. De hecho, el título no deja de señalar esa dualidad inherente a la propia vida, indisociablemente aparejada a la muerte, y deja al propio espectador que extraiga sus propias conclusiones sobre dónde focalizar el principio y el final. Para complejizar esa cuestión, las exposición arranca en sentido inverso -el final como principio- con una instalación que es una referencia explícita a la muerte, y termina con otra focalizada en la memoria/olvido.

La espectacular instalación Les tombeaux (1996) supone toda una declaración de intenciones sobre ese tema central en el ser humano. Boltanski lo plasma desplegando las estrategias y los recursos ya consolidados de su personal poética. La oscuridad, la luz, el negro, el velo, la caja, el espejo... Juego de ocultamientos, de reflejos, de presencias y ausencias que encuentran mediante diferentes tipos de huellas la resonancia de antagonismos que inevitablemente nos acompañan a lo largo de ese camino que tiene tanto puntos de partida como de llegada. A destacar esa innegable dimensión teatral -el gran teatro del mundo- donde la obra es escenario en el que el espectador se ve envuelto, inmerso, mientras observa en primer plano el desarrollo de una narración muda que nos impulsa a reaccionar introspectivamente, al tiempo que recorremos las diferentes salas. En las centrales, los velos suspendidos verticalmente son muros evanescente que pueden ser atravesados por el espectador (pero que a buen seguro no lo serán, salvo guía o invitación explícita). Velo que oculta pero deja entrever, que invita a desvelar y puede incluso llegar a ser revelación... Sombras entre las que no dejamos de movernos, presente siempre interferido por el peso del pasado y la incerteza del futuro. En definitiva, una magnífica oportunidad para asistir a esta singular y poderosa visión de un artista especialmente obsesionado con ese tiempo vivido, real o imaginario, entre la historia colectiva y la memoria individual.

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