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Las serpientes de mar en verano

Los criptozoólogos, esto es, los zoólogos de los animales desconocidos, clasifican las serpientes de mar en variedades. Está la serpiente marina de cuello largo, la de múltiples jorobas, la que cuenta numerosas aletas y la que tiene forma de anguila

Las serpientes de mar en verano

¿Es posible concebir un verano sin sus correspondientes serpientes de mar? ¿Puede existir un verdadero veraneo sin una profunda meditación sobre el atractivo de esas misteriosas criaturas serpentiformes?

¿No se aparecen en nuestros sueños estivales? ¿No las entrevemos en el fondo del mar, en el horizonte o jugando entre las olas? ¿No sentimos su aproximación, su roce?

Mucho antes de que los barcos oceanográficos surcaran los mares y sondearan sus profundidades, y también mucho antes de que los batiscafos y otros aparatos de inmersión descendiesen hasta ellas, los antiguos marinos imaginaban que navegando hacia el oeste había un lugar donde el mar se acababa y los barcos que lo surcaban se hundían en el abismo.

Eran personas extraordinariamente supersticiosas. Lejos de la costa y abandonados a sus propias fuerzas, a merced de las tormentas y otros fenómenos atmosféricos, los navegantes estaban dispuestos a creer en hechizos y encantamientos, y en la existencia de cualquier monstruo marino que pudiese vagar entre las olas.

Estaba, por ejemplo, la rémora, un monstruo gigantesco que se agarraba con sus ventosas a la carena de los buques. Cualquiera que fuese la intensidad del viento, el barco permanecía inmóvil, como un modelo en miniatura sobre una mesa de mármol pulido.

„¡Otra vez calma chicha! -se quejaban los marineros.

Pero las aguas se agitaban y las velas se tensaban con fuerza. Entonces, ¿por qué el barco no seguía adelante?

Era la rémora, que solo soltaba su presa cuando la tripulación entera había muerto de hambre y sed.

También estaba el kraken, diabólico pulpo o calamar gigante del tamaño de una isla flotante, que antes de atacar enturbiaba las aguas con una descarga de tinta.

„¡Es él, el kraken! -advertían con respeto los tripulantes más experimentados, al oír desde la cubierta el ruidoso burbujeo que anunciaba la aparición del monstruo.

Y es que, una vez que el kraken salía a la superficie, no había escapatoria. Sus ojos enormes y redondos escrutaban sin piedad a los hombres, que se quedaban paralizados de pánico, se arrojaban al mar o trepaban a los palos más altos. Uno a uno los iba capturando con sus poderosos tentáculos y se los llevaba a la boca, una suerte de pico como el de los loros pero mucho más grande y grueso, capaz de partir bicheros y arpones.

Cuantos se guarecían bajo cubierta solo conseguían prolongar su agonía. El kraken estrujaba el casco de madera hasta romperlo y, cuando sus ocupantes caían al agua, jugueteaba con ellos antes de devorarlos.

Igual suerte, o peor, corrían quienes se topaban con un dragón marino. Al subir a la superficie, la bestia escamosa producía remolinos y tifones. Y, cuando sorprendía a un barco en sus dominios, se precipitaba sobre él como si hubiera visto un banco de peces y lo envolvía con su aliento de fuego. Los tripulantes morían carbonizados.

Pero la auténtica estrella de todas las criaturas ocultas o desconocidas del océano siempre fue la serpiente marina.

Ya los Edda, antiguas colecciones de historias relacionadas con la mitología nórdica, cuentan que el dios Loki y la gigante Angrboða tuvieron una hija llamada Jörmungandr, que era una serpiente de mar.

Dicen que Loki abandonó a su hija en medio del gran océano que circunda la tierra, y que la serpiente marina creció tanto que al cabo de los milenios dio la vuelta a la tierra y consiguió morderse la propia cola. Desde entonces a Jörmungandr se la llama la Gran Serpiente del Mundo.

Algunos relatos hablan de marineros que confundieron la espalda de la serpiente con una cadena de islas. Otros narran la historia de san Olaf, que en el año 1028 arponeó a una serpiente marina en las costas de Noruega y la arrojó por unos acantilados, donde aún puede verse la silueta ondulante del monstruo.

Cuentan otros, en fin, que en las cuevas cercanas a la ciudad de Bergen vive una serpiente inmensa, que las claras noches de verano sale para comer terneros, corderos y cerdos, o se dirige al mar, donde se alimenta de cangrejos y medusas. Tiene una larga cabellera que le nace en la nuca, escamas negras y afiladas y ojos rojos y llameantes. Ataca a los barcos, captura a la gente y se la traga mientras yergue su descomunal cabeza.

En 1866, los armadores, capitanes de buques, oficiales de la marina militar de varios países y después los Gobiernos de los Estados de ambos continentes empezaron a preocuparse por la gran cantidad de avistamientos de presuntas serpientes marinas que se habían producido.

¿Eran ejemplares distintos o se trataba de un solo animal, que podía desplazarse con asombrosa rapidez, y con tres días de diferencia podía ser visto en dos puntos del mapa separados por una distancia de más de setecientas leguas marinas? Todas las tripulaciones lo describían como un objeto fusiforme, fosforescente, infinitamente más vasto y veloz que una ballena.

La serpiente marina se puso de moda, sobre todo en las grandes ciudades. Había canciones sobre ella, los periódicos informaban sobre cada avistamiento, los artistas la dibujaban sin haberla observado, aparecía en las obras de los teatros y hasta en los guiñoles. Jugueteros avispados habían fabricado serpientes marinas articuladas, con orejas y una lengua muy larga, que tenían mucho éxito en todo el mundo.

Eso, al menos, es lo que cuenta Jules Verne, en su novela 20.000 leguas de viaje submarino.

Los criptozoólogos, esto es, los zoólogos de los animales desconocidos, clasifican las serpientes de mar en variedades. Está la serpiente marina de cuello largo, la de múltiples jorobas, la que cuenta numerosas aletas y la que tiene forma de anguila.

Algunos consideran que el monstruo del lago Ness, el popular Nessie, es una serpiente marina, que llegó al lago escocés por un pasadizo, desde el mar del Norte.

En 1964, el fotógrafo francés Robert Le Serrec, que se encontraba de vacaciones en Australia con su familia, decidió pasar unos meses en la isla Hook, una de las islas Whitsunday. Les acompañaba su amigo australiano Henk de Jong. Un día de diciembre estaban explorando la bahía Stonehaven a bordo de un bote de motor cuando la mujer de Le Serrec se puso en pie y gritó:

„¡Allí, allí! ¡En el fondo de la laguna!

Era una gigantesca serpiente marina con la forma general de un renacuajo, es decir una gran cabeza y una cola, y debía tener unos diez metros de longitud. Carecía de aletas, o al menos no eran visibles.

Tomaron muchas fotos mientras se acercaban.

„Deberíamos meternos en el agua y filmarla -propuso Le Serrec.

Cámara en mano, se aproximaron con sigilo.

„Al menos mide 25 metros -opinó De Jong-. ¿Te has fijado? Tiene una gran herida blanquecina en la parte de atrás. Puede habérsela hecho con la hélice de algún barco.

„Quizá por eso se ha refugiado en la laguna -sugirió Le Serrec.

Los ojos, colocados en la parte superior de la cabeza y muy alejados del hocico, parecían hendiduras blancuzcas. El cuerpo era negro, con algunas rayas transversales de color marrón.

No se movía y llegaron a sospechar que estaba muerta, pero tan pronto Le Serrec empezó a filmar abrió la boca y se movió hacia ellos.

Volvieron apresuradamente hacia el bote, y mientras lo hacían la serpiente se alejó y desapareció.

El relato de la historia, ilustrado con numerosas fotos, se publicó por primera vez en la revista australiana Everyone, y pronto dio la vuelta al mundo. Luego se supo que Le Serrec había intentado venderlo a los medios de comunicación norteamericanos, pero sin éxito. Al parecer, era persona poco fiable, con un reguero de deudas a sus espaldas, y estaba buscado por la Interpol, es decir la Organización Internacional de Policía Criminal.

Hoy se considera que la serpiente marina con cabeza de renacuajo de Le Serrec fue una superchería, y que pudo confeccionarla él mismo, atando rollos de tela, bolsas negras de plástico o globos desinflados, que luego habría mantenido en el fondo de la laguna con la ayuda de montones de arena.

Y es que leyendas como las de la serpiente de mar tienen tanto peso que siempre hay alguien dispuesto a aprovecharse de la credulidad de la gente, y a enriquecerse con ellas.

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