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Obra

La esquizofrenia americana

Entre la ciencia ficción y la hiperrealidad cibernética, la última novela de Don DeLillo, es una nueva incursión del último gran escritor norteamericano en la desnortada posmodernidad de la civilización occidental, cuya prosa metálica deja al descubierto mundos que nos resultan demasiado cercanos. El escritor de todos los estilos frente a la muerte en el futuro.

La esquizofrenia americana

Escribe DeLillo: «Soy alguien que supuestamente es yo»; y a uno le vienen a las mientes el famoso relato Borges y yo, de El Hacedor: «Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. (€) nada me cuesta confesar que he logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro».

¿No es fantástico?, dos americanos tan distantes en tiempo y espacio y con igual desdoblamiento. Sólo que el argentino escribió su lacónico texto en los sesenta del siglo xx y DeLillo es un nuevo Bradbury del xxi.

A veces, su estereoscópica, astrábica, existencialista historia recuerda a Cortázar, «reliquias deformadas de la adolescencia», y otras tiene un aire a retablo flamenco, con una visión panóptica y estremecedora del malvado mundo contemporáneo. Como un Brueghel o El Bosco. Lo mal que va todo y cómo escapar. El novelista John Bainville dice que DeLillo es un poeta de la entropía. Es decir, el cronista de la incertidumbre y la transformación del Imperio Americano.

DeLillo es el siguiente gran paso literario tras Mailer y Gore Vidal. Se podría decir que es un neo existencialista. No cree en la novela pero las escribe desconcertantes. Como esta última. El mozalbete criado en el Bronx, nacido en la capital del orbe occidental en 1936 y que a los 35 años emergió al mundo con Americana. Con Submundo (2000), un novelón estilo decimonónico, y Cosmópolis, el escritor neoyorquino comenzó a tocar la gloria.

Más acá del realismo sucio de Truman Capote y el Nueva York de Paul Auster, el mundo de DeLillo es otra cosa. Ha renovado el género urbano. El ojo pineal sobre la sucia sociedad contemporánea. Es un friso coloreado de ocres y grises, que reúne todas las influencias. Todos los estilos.

Es la esencia de la nueva decadencia americana. Su escritura refleja muy bien el feeling alucinado de un país donde las ancianitas poseen armas automáticas de guerra, para disparar a todo lo que no huela a wasp, y donde un freak como Donald Trump puede llegar a presidente, calificado este último por el escritor como «nuestra alucinación americana».

La visión cínica, como la de un robot, del caos contemporáneo. La necesidad de huir. Y la escritura pensada para el cine. En el dossier de prensa, al final de las unánimes buenas críticas, se lee: «Además, el productor Scott Rudin (No es país para viejos) ha adquirido los derechos y habrá una serie de TV para FX (Fargo, American Horror Story) de Zero K». Mercado y literatura engrasados a la perfección, como sólo saben hacer los anglosajones.

Y cuando te adentras en Cero K, la última novela de DeLillo -el escritor americano más aclamado de los últimos lustros con 16 obras en su haber-, es como traspasar el umbral de una naturaleza viva de Jackson Pollock o un cuadro sangriento de Mark Rothko, tal es su deriva sorprendente, sus escenarios futuristas y algo confusos donde el relato se sobredimensiona en ocasiones, en otras se simplifica y siempre se solapa en capas finas que saltan de un universo a otro.

También puedes evocar los cuadros de Hopper. Realismo abstracto. Escritura fragmentada y fragmentaria. Dominio total del ritmo. Un relato frío como el filo de un cuchillo de cocina; una visión panóptica, como una performance de Farocki, el artista americano que monta vídeos gigantescos con escenas de violencia y guerras. El IVAM ha mostrado esta temporada ese mundo.

Una estructura convencional de argumento, como mera excusa para poblar el esqueleto de la trama con innumerables discursos y sentencias. El sarcasmo en la utilización de los modernos palabros de nuestro tiempo. Como nanotecnología o la ciberresurrección. Esa obsesión por las palabras€

Si alguien pregunta sobre de qué va la última de Dan, se le puede contestar con ese último palabro, y no será exacto. Porque la visita de Jeffrey Lockhart al búnker donde se congelan los ricos para el futuro es un escenario perfecto para la segunda parte de 2001, de Kubrick. El cineasta es un predecesor inglés del universo de DeLillo, de La naranja mecánica a Eyes wide shut. Artistas y filósofos de su tiempo.

También hay un aire a Divina Comedia, a un tour de propietaire por los infiernos, que están aquí. Un personaje, el monje del Himalaya, dice: «la vida contemporánea es tan insustancial que puedo atravesarla con el dedo». DeLillo lo hace con la pluma. Remueve su cucharón literario: es un potaje que es un fresco de desesperación de la sociedad occidental hiper desarrollada, cruel y lamentable. El crítico Frank Lentricchia lo ha clavado: «sus novelas son anatomías culturales de lo que nos hace infelices».

Don DeLillo, luminaria moderna de la narrativa post maileriana, posee una prosa metálica, muy permafrost; casi diríamos que es una prosa surgida de las bocas de riego de Nueva York, o de los contenedores, o bufetes de abogados. En ocasiones, uno piensa en nuestro Chirbes, porque DeLillo no busca los grandes temas sino que se refugia de vez en cuando en lo más cotidiano, lo más nimio e invisible y lo pone en evidencia. A veces piensas que se ha rayado: «Dios bendiga el lenguaje, pensé. Que el lenguaje refleje la búsqueda de una serie de métodos cada vez más intrincados, hasta alcanzar los niveles subatómicos».

La trama es simple, como futurista: un narrador atónito que va sorprendiéndose con lo que acontece mucho antes de que el lector se percate del asunto. Y tras pasajes que parecen sacados de un pulp fiction de los años treinta, observaciones de la condición humana muy finas. «En la calle, en un autobús, dentro de la tormenta de la pantalla táctil, me veía a mi mismo avanzando de forma maquinal hacia la mediana edad, un hombre involuntario, guiado por las acciones de su sistema nervioso».

El lector de esta extraña novela se encontrará con muchos territorios diabólicamente familiares; iconos de nuestro tiempo; casi sin quererlo, DeLillo no deja casi nada en el tintero: terrorismo, distribución de la riqueza, industria farmacéutica, tecnología. Es también novela militante y beligerante contra la violencia y el mundo de ciber terror que nos espera. A veces nimbado por incursiones casi oníricas, como la aparición de los gemelos Stenwark, que parecen salidos de un sueño morboso del cineasta David Lynch.

Y son esos mismos personajes quienes, hacia el final del libro, lanzan una de las filípicas contra la violencia moderna más espectaculares y brillantes que he leído en mucho tiempo, sobre todo por su aterradora lucidez.

DeLillo no moraliza, no sermonea. Cuenta lo que hay. Es como un relato de nuestro pequeño Apocalipsis doméstico del tercer milenio. A veces, da un poco de miedo leerle desde el Mediterráneo, donde parece que solo mueren los pobres refugiados y el resto permanecemos a salvo. Quitaros eso de la cabeza.

«La tecnología se ha vuelto una fuerza de la naturaleza. No la podemos controlar. Recorre el planeta como una tormenta y no tenemos donde escondernos de ella». De todos es sabido que Dan es fiel a su máquina de escribir Olympia. Un tipo chapado a la antigua que está describiendo con la más rabiosa modernidad sobre la decadencia de Occidente.

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