Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El under ground: Los 70

En los años 70 estalla la modernidad valenciana. La cercanía del fin del régimen se intuye. De la medrosidad al desafío. El lustro de oro antes de noviembre del 75 tiene varios momentos decisivos. Son los últimos años del franquismo, los de estados de excepción y consejos de guerra, huelgas y manifestaciones. Y represión sin cuento. En las universidades y las fábricas.

El under ground: Los 70

En los últimos años del franquismo, se intensifican los atentados fascistas contra las librerías. En 1972, Toni Moll, con 24 años, abre la primera librería posmoderna de la ciudad, Dau al Set, en la calle del Mar, gracias al contacto del intelectual, Pere Borrás, y los hermanos Guitart, de Bellreguard. «Buscábamos un nombre que sonara -explica Moll- y como viajábamos de continuo a Barcelona a buscar libros, la librería Leteradura, en el paseo de Gracia, editaba un facsímil, una revista de Tàpies y otros artistas surrealistas de los años 40, con ese nombre».

Dau al Set tiene un diseño casi futurista que corresponde a una oferta más variada de cultura y al cambio de los tiempos: discos traídos directamente de París, libros proscritos, objetos, iconos pop y hippies. La decoran un grupo de arquitectos jóvenes de Barcelona, y a través de Tomàs Llorens (futuro impulsor del IVAM en los 80) el Equipo Realidad ataca de nuevo y monta unos llamativos paneles en la decoración interior. Si Tres i Quatre, Concret y Can Boils habían sido un referente nacionalista indudable, Dau al Set entra de lleno a combinarlo con el underground, el pop y la cultura europea y americana de vanguardia.

«Teníamos sección de importación de libros franceses, revistas y discos -recuerda Toni Moll-. Toda la editorial Gallimard y discos de jazz y blues. Se convirtió también en un lugar de encuentro de la oposición comunista. Antonio Palomares, secretario del PCE y muchos militantes iban por allí. Los arquitectos Carles Dolç y Just Ramirez, ambos del MCE, gente del PSPV, como Vicent Ventura, la rama nacionalista de los socialistas?».

En los años siguientes se suceden los atentados. Dos bastante fuertes, el primero con una bomba incendiaria, sin víctimas pero que casi arruina el local que estaba en un bajo de la calle del Mar. El segundo, en 1975, un atentado con Goma 2. Pero Dau al Set resistió hasta su desaparición en los 90.

Por vez primera aparece la asignatura de Sociología de la recién construida facultad de Económicas. Hay un trío muy especial compuesto por los profesores Josep Vicent Marqués, Damià Mollà y Salvador Salcedo. La editorial l´Estel publica en 1974 el libro de este último, Integrats, rebels i marginals. Subcultures jovenívoles al País Valenciá. Un provocador ensayo sobre las emergentes tribus urbanas.

La cultura urbana despierta de su letargo. El editor Víctor Orenga comienza a publicar a todo escribidor indígena que tenga algo que contar: Alfons Cervera, Fernando Arias, se suman a Ferran Torrent, Josep Lluís Seguí, y la ciudad se llena de pubs y de marcha. La lista de locales chic de la época es interminable, la mayoría ubicados en el barrio del Carmen. De ser un villorrio asolado por la Riada del 57 a convertirse en un Green Village o Portobello ibérico. Desde principios de la década ha aparecido la heroína y la subcultura yonqui comienza a cabalgar por la ciudad.

El Carmen se coinvierte en su escenario, como el de la novela americana Clocks: Policías versus hippies y traficantes. Y un comisario municipal le declara a la entonces periodista de moda, María Ángeles Arazo, que ha creado la Brigada 26 -una unidad especialmente represiva- ¡a imagen y semejanza de la policía turca!

Capsa 13, el somni de la meva represió. Fue el primer garito con aires orientales, barrocos y sensuales. Los dos chamanes contraculturales del momento Rafa Ferrando y Lluís Fernández crean una una torre de marfil en el corazón de un barrio. Entrabas y en la penumbra distinguías a las chicas y los chicos tumbados, universitarios liberados, entre cojines y alfombras. Pequeñas mesas toscas de madera servían para las copas y los tés. La barra tenía forma cúbica, una pecera de ensueños estéticos, y tras ella ponían música los propietarios del lugar.

Había fotos de los ídolos del momento y cuadros de pintores radicales como Miguel Ángel Campano. El paisanaje, una mezcla de indígenas del barrio malcarados y niños bien disfrazados de anglosajones. Abrigos de piel, como los que llevan los Rolling Stones en Between the buttoms; perfumes y pamelas. Los boleros y tonadillas de Antonio Machín y Sara Montiel, iconos de los dueños, se combinaban con las baladas de Dylan. Se cultivaba con mimo la ambigüedad sexual de la mano de Bataille, Artaud, Sade o Baudelaire.

Compartir el artículo

stats