Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Los 70: Drogas y pubs

Al principio de los 70 los jardines del Parterre llegaron a ser una estación terminus de la modernidad.

Los 70: Drogas y pubs

Fue un proceso gradual el que llevó a la transformación de las tascas del vino y la estudiantina, tan inocentes, al otro tipo de tasca, aquella en la que se ponían los últimos berridos del rock y los tipos que las frecuentaban eran los hippies, que ya no estudiaban, venidos de Ibiza con el primer kiff que se fumaba en la Península desde los tiempos de la guardia rifeña de Franco.

Fue entonces cuando el Parterre y sus cercanías se agitaron ante la redada que hizo el comisario López, de Estupefacientes, en el bar contiguo a La Tortilla, La Tasca, donde se encontraron varias pastillas de drogas en la cisterna del lavabo de señoras.

Cerca de allí, en Los Gestalguinos, los adolescentes se pasan los libros de Henry Miller, Sexus y Plexus y Nexus, prohibidos por el sistema y editados en Losada, como iniciación. Miller y Brian Jones se hermanaban en veneración.

El pijerío hippy paseaba por la calle de la Paz; eran los que podían permitirse largarse a Ibiza a ver cómo se lo hacían los británicos y otras tribus más avanzadas. Los chicos de Ibiza y de India no solo contaban glamur, sino que trajeron la heroína. El sueño de Woodstock comenzaba a torcerse, ni flores, ni amor libre, ni ecologismo: jaco. Fueron los mismos pijos que podían viajar a Oriente los que la traían.

La movida del Parque, La Tasca, Los Gestalguinos, La Tortilla, cerca de la Universidad y de los bares de la tuna, pero con otra filosofía, se fue expandiendo. Era una ruta natural hacia el barrio más antiguo. Comenzaron los tiempos de Capsa13 y los contraculturales y fumadores de porros encontraron sus decorados propicios, su música, su ambiente no tan duro como los primeros tiempos.

De las bandas asesinas de gatos se pasó a los atracos por culpa de la droga. Pero el asunto no crece sin problemas porque los universitarios ilustrados, los contraculturales y los ociosos están ocupando un barrio proletario. Los del barrio, su cultura de pandilleros se enfrenta a lo que ven. Los chicos que disfrutan de las canciones de Dylan y cuadros de Campano y beben copas raras, son unos malditos pijos de la Gran Vía. A por ellos.

La contracultura americana entra en forma de heroína y rock&roll. Y tiene el barrio propicio para expandirse, el dédalo medieval, en todas las ciudades del mundo, crisol de alternativos, refugio de hedonistas y estetas. Va así poblándose el Carmen de garitos variados con un denominador común: el cultivo de los tres referentes del momento, el sexo, las drogas y el rock. El más pasota de todos, el Stones, en la calle Alta. Se escucha a Ketama y se huele a pachuli. Aparecen dos bares significativos dedicados a drogotas más finos, El Golem y Berlín, aquí suena Lou Reed y Bowie.

También está Cristopher Bar Lee, de lujuriante decoración y que impulsado por los chicos de Capsa 13 deviene icono del retro, el vintage, el buen gusto y el cine. Hay también diferencias estéticas y de clases en los pubs emergentes. Los chicos ilustrados frecuentan esos bares de gusto satinado, decorados decadentes y mitómanos.

El Café Malvarrosa y la Cervecería Madrid, más en el centro, están dedicados a los artistas e intelectuales no tan radicales como los beats del Carmen. En el Malva se cuece la pomada poética, Francisco Brines es un asiduo. Se tienen veladas poéticas y charlas alcohólicas. Los pintores disponen de la Cervecería Madrid de Constante. El Grupo Bulto y otras tendencias de arte de vanguardia se darán allí cita.

Y comienza la experiencia salvaje en el barrio azuzada por la explosión de creatividad del mundo del espectáculo y del rock. Una sociedad en transición hacia la libertad que es como una olla a presión. Las drogas provocan los atracos y la ciudad comienza a convertirse en un thriller entre el desmadre roquero y el trapicheo. El Carmen es su plató principal y una colonia de traficantes romanís se instala en el barrio para hacer más fluido el negocio de la heroína. La clientela está cerca porque el pub Stones, ubicado en los bajos de una torre de pisos que ya no existe, se convierte en la meca de esos primeros drogotas.

En un caliente anochecer de agosto, la calle Alta de los 70 es un zoco turco animado por los ritmos que salen de los pubs, las guitarras de los vecinos gitanos que animan la calle y las patrullas de la Brigada 26, la policía local dedicada a repartir palos a los jóvenes rebeldes.

Tráfico de drogas, peleas, persecuciones, colocones, subidones de adrenalina en los nuevos espacios de diversión. Los pubs son decorados con imaginación creciente. Es la sicodelia.

La feria de las vanidades se arruga cuando se produce una muerte en la calle Santo Tomás, justo en la esquina del Refugio de la calle Alta. Un asunto de drogas. Atracadores que habían ido a pillar, casi quinquis que van de pipa por la vida. Un tiroteo en el centro histórico, más de lo que se puede soportar en esa época. Los traficantes son barridos del barrio pero el campo de batalla que dejan es desolador. Dos tercios de los jóvenes oriundos del barrio, de familias trabajadoras, han muerto por sobredosis.

Pero llega el año 1975, muere el dictador Franco y el país se dispone a cambiar de arriba abajo. Los 80 están a la vuelta de la esquina, y Valencia se lavará definitivamente la cara.

Es el final del sueño sicodélico. Los 70 se escapan a toda leche y algunos de los lugares primigenios ya no llaman la atención. Yes, Stones, Club 29 y otros garitos pasotas languidecen en beneficio de una nueva ola, una nueva moda. La democracia que llegará en los 80 pondrá en la onda otro tipo de movida, pero con más enjundia.

Al final de la década el Carmen ha quedado destrozado por las drogas. La paradoja es que los pioneros, que también caen como moscas, son los hijos de papá del Eixample que han viajado a las islas o a Oriente. Los hijos de la clase media se inician en la heroína y los proletarios recogen el guante.

El barrio del Carmen es el caldo de cultivo y las ramificaciones llegarán lejos, cruzarán el río y encontramos Anomia, un pub legendario, llevado por Nacho, un forofo del jazz, y con dibujos de Topor sobre la barra porticada de madera y junto a las jarras cerveza colgantes.

Hay calles que son como las venas de un cuerpo hedonista y que desplaza al pairo dando carácter. La calle Sagunto es una de ellas; la de Gobernador Viejo, otra; algunos márgenes del río.

Esta historia tiene un dibujo espacial que es como un corazón al que fluyen varias venas. El corazón es el Carmen y las venas son Velluters, con sus garitos de travestis, Ploma 2; la Xerea, con sus garitos canallas y extramuros en la calle Sagunt, Tendetes. Esta es la ruta de los elefantes, los viajeros de Samarcanda. The dream is over.

Compartir el artículo

stats