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Altisonancias

La altisonancia constituye en sí misma todo un género literario. Un género, por regla general, altisonante.

La literatura es uno de los microclimas que más ayuda a la floración de individuos altisonantes -y no sólo la política, no solo las tertulias radiofónicas, no sólo las cenas entre amigos, cuando se ha llegado a ese momento de la sinceridad etílica generalizada.

La altisonancia representa la manifestación oral de la «estupendia», que es la costumbre de ponerse estupendo a las primeras de cambio. No creo que los estupendos sean conscientes de su necesidad jactanciosa: se trata más bien de una inclinación de carácter fisiológico. Se lo pide el cuerpo, a través de los intrincados laberintos neuronales, y el cuerpo se estupendiza, porque la carne es débil y además le gusta escucharse diciendo cosas solemnes.

Las definiciones rotundas con vocación prescriptiva suelen ser el sistema preferido de los altisonantes para legarnos sus certezas. «Sólo se puede escribir contra todo y contra todos», dice un pensador esloveno, y se queda mirando al tendido. «Después de Nagasaki resulta imposible la poesía lírica», apunta un teórico de Villanueva de la Serena, y a continuación se come una rodaja de pan integral bien untado con queso de La Serena y pimentón dulce. «La decadencia de la narrativa europea significa la manifestación literaria de la muerte del homo faber en el flujo de la contemporaneidad líquida», nos advierte un sociólogo pamplonés, nada más acabar de correr el encierro de esa mañana en los Sanfermines, con toros de la ganadería de Pablo Romero, cárdenos y bien presentados. «Sólo me interesan la muerte, el sufrimiento y el vino de Rioja» declara la escritora argentina María de la Soledad Stracciatella, última ganadora del XXº Premio Internacional de Relato Garnacha tinta, patrocinado por el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Rioja, y dotado con seis mil euros, la publicación en una prestigiosa editorial de ámbito hispánico y una estatuilla del afamado escultor logroñés Facundo de las Heras.

La altisonancia posee valores medicinales, porque descarga al empachado de sí mismo de algunas pesadeces digestivas. Cuando el bolo alimenticio cultural se atora en el intestino grueso y amenaza con la formación de divertículos, ha llegado el momento de hacer algún género de declaración imperativa e imperiosa.

Por lo común, en España, los espectadores reciben con alegría inusitada los comentarios principescos de los intelectuales, porque somos un país amante del boato, de la monarquía católica y de los fuegos de artificio para cerrar las fiestas de nuestras localidades. Existe un público especializado que recibe con enorme regocijo los testimonios de la megafonía, porque entiende que no estamos ni para medias tintas ni para declarar nuestras verdades en voz baja. Que susurren ellos, los demás.

Cuando me haga mayor y madure, quiero ser un consentido altisonante a quien consulten cada mes acerca del futuro de la cultura universal. Y cada mes formularé un oráculo definitivo que se estudiará en las universidades hasta mi oráculo siguiente.

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