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Los barrocos y los de más allá

Del estilo podemos estar hablando hasta que se nos haga de noche. Hasta que se derritan los Polos (algo que, según parece, no va a tardar tanto como pensábamos, por culpa de nuestras calenturas planetarias y de no sabemos muy bien qué razones climatológicas).

Las discusiones acerca del estilo suelen ser entretenidas (siempre que te guste discutir y que consideres la estilística como un tema de conversación saludable), por eso a cualquier escritor con veleidades teóricas le gusta dar su opinión: para demostrar, a ser posible con estilo, que el estilo se tiene. Pocas acusaciones son tan graves en asuntos de estética como la de que se carece de él. Ay de ti, si corre por el universo la especie de que no tienes estilo. El que sea, pero tenlo.

„¿Has leído la última obra maestra de Olaf Bjiornudssen?, le pregunta un joven con gafas de pasta negra a su vecina de asiento, en el AVE de Madrid a Sevilla.

„No, y no pienso leerla. La anterior obra maestra no tenía estilo ninguno. Yo necesito estilo. Me acabo de compra la última entrega de la saga Los niños de pecho que mordían los pezones maternos, de Cecilie Overland Christensen -le responde la vecina, una catedrática sevillana de Bachillerato, mientras el tren atraviesa una llanura moteada de amapolas.

Después de haber leído algunas cosas que trataban más o menos acerca del estilo, tengo la impresión de que la cosa se puede resumir en que hay partidarios de que el estilo se note, y partidarios de que se note poco. Barrocos y renacentistas, por decirlo en términos culturetas. Los que subrayan y los que borran, los defensores de los fuegos de artificio y los que defienden que la mejor forma de celebrar las fiestas patronales es quedándose en casa.

Estas disquisiciones estéticas resultan siempre aproximadas. Después hay grados. Los barrocos muy barrocos, acaban por poner collares de perlas a las palomas, y por escribir sonoridades del estilo de Que púberes canéforas te ofrenden el acanto. Los renacentistas muy renacentistas, se compran una mesa minimal de color blanco, pintan de blanco el despacho y escriben, en mitad de la página en blanco la palabra Vuelo.

En el mundo cotidiano, entendiendo por ello lo que pasa en la calle, sea eso lo que sea a fin de cuentas, un barroco es un señor que en su negocio de peluquería cuelga un cartel fluorescente en el que dice «Edgar y Bartolomé Estilistas». Y un renacentista del mismo gremio es un señor que cuelga un cartel (a ser posible blanco) en el que se lee «Peluquería». No es manera de resumir dos mil años de preceptiva estética, pero de alguna forma habrá que resumir las grandes preguntas de la Humanidad. Digo yo.

Cuando era joven me gustaba más el barroquismo en general. Sin demasiados perifollos, pero que se notara el paso firme del estilo. Después, también en general, creo que me he vuelto un renacentista de baja cocción. Algunos amigos me acusan de revisionista barroco.

Tengo pensado, cuando abra mi propio chiringuito, optar por una solución sincrética: un cartel de acero en donde ponga «Barbería Marzal».

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