Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Lo efímero como Imagen

25 años después de su primera exposición en Valencia, el artista mallorquín Bernardí Roig vuelve a la ciudad de la mano de su misma galerista de entonces, Ana Serratosa. Todo un milagro en una ciudad «tan reacia al coleccionismo y la apuesta por el arte».

Lo efímero como Imagen

A un lado de la sala las flores. Más bien arbustos si queremos hacer una descripción más precisa. Se trata de ramas alargadas y secas que se yerguen sin apenas hojas que las rodeen, leñosas diríamos, incluso un poco espinosas y armadas y sobre las que, al finalizar su recorrido, se vislumbran esas flores que parecen desafiar la aridez en la que han brotado. Flores solitarias, hermosas, vencedoras incuestionables en una tierra hostil y desértica donde apenas llueve y la naturaleza se las ingenia para sobrevivir.

Al otro lado las caras. Hombres de rostros secos y mirada perdida en los que el tiempo ha ido dejando su huella. Caras de contornos redondeados y en la mayoría de ocasiones deformados. No hay belleza en sus rasgos y, sin embargo, consiguen despertar una cierta ternura en el espectador.

Al mirar a uno y otro lado de la sala es cuando se van percibiendo las diferencias, los antagonismos, la belleza frente a la fealdad, la frescura contrapuesta a la vejez, el orgullo y el desafío de las flores frente a la derrota y resignación de los otros. Pero, curiosa e irónicamente -la ironía, un rasgo muy característico de su creador- también nos percatamos de las similitudes, el paralelismo que el artista ha conseguido crear en esas caras que tienen mucho de deformaciones florales. Mientras pintaba estas acuarelas es probable que Bernardí recordara aquel juego infantil de «si fueras un animal cuál te gustaría ser, y si fueras una flor cuál serías». Rostros que remiten a flores y flores que identificamos por su olor, colorido y forma con personas.

En la presentación de la exposición, el artista mallorquín comentaba que éste había sido un trabajo de descanso mental. Si recuerdo bien, las palabras exactas expresadas fueron «tortura cerebral» en relación a la creación del resto de sus criaturas. Un descanso que había posibilitado recuperar el contacto con el papel húmedo de la acuarela, técnica que no había tocado desde hacía mucho tiempo, retomar el trazo, atrapar el instante en el que el pincel o la barra acaricia cuanto apenas el lienzo blanco y ver cómo el color aparece muy tímida y ocasionalmente, dejando al espectador toda la iniciativa.

Hay que creer al artista cuando confiesa haberse alejado de sus obsesiones mientras realizaba estas obras, al menos de una forma consciente. Sin embargo, las mismas ramas leñosas que ahora sostienen delicadas flores las podíamos contemplar en sus papeles de los años 90, solo que entonces surgían de las testas de esos rostros que nos llevan persiguiendo desde hace más de un cuarto de siglo -y esperemos lo sigan haciendo muchas años más. Aunque él no lo vea o no quiera reconocerlo, vuelve a interpretar a través de flores y caras lo efímero de nuestras existencias, los pétalos que se caerán más tarde o más temprano, el recurso a la pintura en blanco y negro que aquí, al secarse la acuarela nos da un respiro y se torna en gris.

Puede que el artista piense, quiera creer, que sus fobias y filias no le han perseguido esta vez, pero están ahí. Obras hermosas que al final remiten al mejor Bernardí Roig.

Con todo, uno de los hechos más destacables de esta muestra que quisiéramos subrayar es la aventura que supone para una galería celebrar 25 años de existencia en una ciudad tan reacia en general al coleccionismo y la apuesta por el arte. Veinticinco años de viaje juntos durante los cuales, tal y como nos recordaba su galerista, Ana Serratosa, había apostado por el que se ha convertido en uno de los mejores artistas nacionales y conseguido mantener el vínculo con Valencia. «Flores para Ana», palabras que Bernadí dedicó a la galerista, hubiese sido también un acertado título a la exposición.

Compartir el artículo

stats