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Ciudades «miquelíticas» en Oporto

Ciudades «miquelíticas» en Oporto

«Siempre me ha gustado la naturaleza, en todas sus manifestaciones pero especialmente cuando asume y expresa la huella de lo humano en su sentido más ecológico y respetuoso. La arquitectura es un gran arte. Su sentido utilitario y de servicio no está reñido, o no debería estarlo nunca, con la calidad y belleza de una obra artística. Antes al contrario, aunque a mí me interesa en primer lugar su carácter simbólico y alcance metafórico, cualidades presentes en el arte más personal y subjetivo. Mi obra no es utilitaria en el sentido funcional de la arquitectura, en ese sentido yo voy directamente, como artista, a construir poemas con formas escultóricas». Quien así se expresa es Miquel Navarro, durante su discurso de ingreso en la Real Academia de San Fernando.

La ciudad representa, por definición, la expresión material más elocuente de la dimensión cultural del ser humano, al tiempo que constituye un testimonio de civilización único al dar cuenta de la convergencia de impulsos creativos regeneradores de las sociedades. El propósito de la implantación de una vida colectiva organizada y centrada en una autoridad administrativa, religiosa y militar, socialmente normalizada, que facilite una homogeneización social y genere un conjunto de ritos y códigos de comportamientos conducentes a la unificación cultual -en la base, por lo demás, de la formación de las primeras ciudades-, dio asimismo origen a fenómenos disonantes, resultantes de la convivencia intercultural y de la fermentación de tensiones sociales, económicas y políticas, revelando manifestaciones anacrónicas que se han materializado en especial a través del urbanismo, la arquitectura y el arte. En permanente mutación, la ciudad vuelve a delinearse en un continuo hilo temporal, registrando como un sismógrafo las vibraciones concomitantes a la existencia humana y poniendo de manifiesto en un mismo espacio y tiempo reminiscencias atávicas en diálogo con expresiones contemporáneas, o incluso futuristas que anticipan el futuro presente, al exhibir la profunda diversidad por las que se caracterizan las sociedades actuales. Este anacronismo resulta más evidente y perceptible cuando nos encontramos frente a realidades históricas o arqueológicas de la ciudad ruina, cuya inmovilidad transmite una idea ilusoria de coherencia formal, estructuralmente planificada y organizada, pero asimismo dramáticamente deshumanizada, despojada de las tensiones afectivas que marcaron el compás de su existencia. O, para decirlo en las palabras de Vicenzo Trione: «Escenarios apocalípticos, resultado de invisibles, y dramáticas, deflagraciones. Cementerios sin alma, poblados de fantasmas. Ante nuestros ojos, se dibuja la cartografía de una catástrofe inevitable. Un enorme archivo de figuras desaparecidas, de materiales abandonados. Una deslumbrante extensión, majestuosamente discontinua, de restos. Catedrales de memorias clandestinas, paisajes idílicos, interrumpidos por bruscas apariciones». (En el catálogo Las ciudades de Gulliver, de Miquel Navarro).

Al contrario de lo que pueda sugerir la rigidez de las composiciones, la «ciudad» de Miquel Navarro, ya sea pictórica o escultórica, conforma un paisaje idealizado, una especie de compleja arqueología de lo imaginario que transmite múltiples dimensiones, en las cuales se refleja una memoria de tiempos pretéritos y emerge un territorio surrealista, fantástico y metafísico, uniendo en un mismo escenario una forma particular de percibir el mundo y la expresión onírica de sus poemas con formas escultóricas.

Como si se tratara de una estratigrafía horizontal, en un mismo plano y en aparente convivencia entre un conglomerado de formas depuradas y composiciones icásticas de contextos culturales pretéritos, las ciudades de Miquel Navarro configuan un tiempo indeterminado -Kairos-, en contraste con el tiempo secuencial -Chronos. Estos momentos, el secuencial y el cronológico, dan lugar a un tiempo indefinido, de carácter simbólico, que solo resulta perceptible y mensurable por su cualidad y naturaleza alegóricas. Aquí, las formas, a través de una poderosa depuración formal, emparentada con el minimalismo, asumen una métrica poética, en búsqueda de una superior dimensión metafórica, en la que se estructura un lenguaje que refleja un sistema según el cual el ejercicio artístico se entiende fundamentalmente como composición. De ese modo, la ciudad asume una estructura rígida, ordenada, casi mecánica pero relativamente equilibrada, que transmite una poética urbana, una dimensión elemental de los objetos que integran la composición, comparables, de acuerdo con su autor, a un cuerpo humano en sus múltiples formas, funciones y disfunciones: «no dejo de pensar que detrás de un orden hay un desorden, no concibo cómo pueden ir bien unidas la libertad de pensamiento con una disciplina mecánica y férrea, con una norma severa. Si hay mucho control, se paraliza la creación. Y al contrario, cuando el desorden se adueña de todo, se produce el caos».

Álvaro Brito Moreira

Director del Museo I. de Escultura Contemporánea de Oporto

Su «aventura estética» ha transformado la percepción aparentemente objetiva del paisaje ciudadano por sí creado en una narrativa subjetiva que enfatiza su significación en tanto «documento de la condición humana», vinculado a su memoria y experiencia de vida, tal como observaba Deborah Bright a propósito del experimentalismo estético de la representación del paisaje desarrollado por los New Topographers: «Cualquiera que sea el valor estético, toda representación de un paisaje es también un registro de valores humanos y de las acciones impuestas sobre la tierra a lo largo del tiempo [...]. Se pueden analizar como documentos que van más allá de lo formalmente estético o de lo personalmente expresivo. Ni siquiera las opciones formales y personales emergen ´sui generis´, sino que reflejan intereses e influencias colectivas ya sean filosófico políticas, económicas o de cualquier otro tipo». El conjunto de obras expuestas en Escultura íntima de Miquel Navarro en Oporto, así como las relaciones que establecen entre sí, deja entrever que en el proceso creativo se llevó a cabo una «búsqueda interior», en la que participaron una multitud de componentes, en especial el cuerpo y la memoria, originando yuxtaposiciones entre el pasado y el presente, el arte y la vida, tal como enfáticamente lo expresa el autor: «a la hora de referentes artísticos, todo debe situarse en un plano de relatividad, ya que además del arte, de sus signos y evocaciones, a un artista también le forman y le nutren los aspectos educacionales y vivenciales, cambiantes según la época, así como otras influencias que vienen de territorios diversos, como pueden ser la ingeniería o incluso el cine».

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