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Lenguaje, destrucción y memoria

Dos exposiciones abren temporada en la galería Luis Adelantado con la fotografía como nexo de unión aunque con un uso muy diferente de la misma

Lenguaje, destrucción y memoria

La invención de la fotografía, allá por el año 1839, vino a trastocar el estatuto representativo que había ocupado la pintura durante siglos. La fotografía se erigió como registradora de la realidad y por ende, como certificadora temporal. Conocida es la afirmación de Susan Sontag, ya parcialmente caduca: «una falsa pintura, cuya atribución es falsa, falsifica la historia. Una falsa fotografía falsifica la realidad». La reciente revolución digital ha subvertido el papel y las funciones de la fotografía así como sus estrechas y tormentosa relaciones con lo pictórico, pasando de un ser un sistema fundamentalmente representativo a un lenguaje susceptible de construirse, descomponerse y reorganizarse como otras disciplinas plásticas. Sirva esta breve disgresión para introducir las dos muestras que abren temporada en la galería Luis Adelantado: Cartografías del olvido de Óscar Carrasco (Barcelona, 1976), y Rosetta de Alberto Feijóo (Alicante, 1985). Dos propuestas de base fotográfica que ofrecen posiciones, puntos de vista, tratamientos y lecturas claramente diferenciadas.

Óscar Carrasco profundiza en esa dimensión temporal de la fotografía mediante series en las que el paso del tiempo -la memoria, contrapunto del olvido- se hace evidente en edificios abandonados, en estado más o menos ruinoso, que muestran sobre su propia piel las cicatrices sufridas por la intervención natural o humana. Un punto de fuga relativamente centrado, o una línea de horizonte que parte en dos la composición, con la luz siempre en último término, resumen la estructura que se repite y sostiene unos resultados a veces sorprendentes, otras impactantes, en los que la acumulaciones sobre el vacío y el intenso cromatismo de espacios sin vida plantean dialécticas e interrogantes que animan a la reflexión. Con la destrucción como telón de fondo, construye un lenguaje personal recurriendo a una técnica que ha hecho de la memoria un eterno instante presente.

Por su parte, Alberto Feijóo despliega en la última planta de la galería, ese Boiler Room cargado de energía, otro tipo de registro de la memoria autobiográfico y, sobre todo, influido por esa capacidad de fragmentación inherente a la imagen digital y que curiosamente la aproxima al principio collage y al fotomontaje tan queridos por las primeras vanguardias del siglo pasado. Una de las manifestaciones de la capacidad constructiva del hombre es el lenguaje, y sobre ese eje ha sabido deconstruir un conjunto de referencias personales e históricas que parten tanto de la piedra Rosetta (el enorme valor que tuvo para identificar lenguas distintas) como de su estancia londinense en un tiempo determinado. El diálogo fotográfico se amplía mediante una instalación en la que las fotografías conviven con materiales de «destrucción urbana» y leves construccciones tridimensionales, poniendo el acento en ese binomio entre representación, realidad y tiempo vivido tan propios de la ahora indisciplinada disciplina fotográfica.

*Crítico de Arte y profesor de BBAA

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