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La libertad de los modernos

La libertad de los modernos

Tras sus importantes monografias sobre figuras tan centrales de nuestra cultura superior como Machado, Unamuno, Ortega y Gracián, Pedro Cerezo publica ahora, centrandose en esa «gran obertura literaria del mundo moderno» que es el Quijote, la que hay que asumir, sin duda, como la más importante de sus aportaciones. En el frontispicio de su deslummbrante revisión del inagotable continente cervantino, crecido en la encrucijada del Renacimiento y el Barroco, Cerezo no deja de reconocer, como no podía ser de otro modo, su deuda con el cervantinismo, del que dice haber tomado «instrumentos críticos filológicos, marcos contextuales, análisis metapoéticos y una larga lección de literatura comparada». Pero a la vez subraya, con no menos razón, que su libro pertenece a otro género, el de «los comentarios libres, inspirados en intereses culturales de amplio espectro -históricos, socio-políticos, ético-jurídicos, filosóficos y religiosos», modulados, en su personal diálogo con el Quijote, bien en clave «romántica», más o menos fiel a la conciencia unamuniana de agonía y exasperación, bien en clave «ilustrada», propia de una «cultura de integración frente al histórico dilema castizo de alucinación o desesperación», de estirpe remotamente orteguiana.

En cualquier caso, Cerezo tiene bien presente que el Quijote es, ante todo, una obra literaria, con la particularidad de que para él la literatura es «pensamiento literario» y precisamente por ser literario es un pensamiento «muy dúctil y poroso, como en estado magmático de gestación». Lo que le lleva a subrayar, con toda justicia, que a pesar de no ser el suyo un pensamiento «objetivo» conceptualizable en un sistema de tesis, contiene, en su condición de «libro de crisis aguda y cambio de horizontes, con una Modernidad que se vuelve cautelosa e irónica ante la ofensiva contrarreformista», «un enorme potencial filosófico». Y ello por mucho que tal pensamiento venga ejemplificado ante todo en un «complejo proceso existencial biográfico», lo que es igual, en los personajes y destinos creados por Cervantes y ajeno a cualquier evidencia que no sea la debida a su voluntad creadora, a su estilo. Se entiende, por tanto, que Cerezo no se alinee en su poderosa lectura de Cervantes del lado de la tradición exegética, restringidamente «literaria», sino en otra que conoce muy bien: en la «fecunda tradición» de exégesis libre, concretada en la forma del ensayo ideológico y ávida por captar esa sustancia sutil y problemática que se conoce como pensamiento o incluso «estilo mental» cervantino. A esta tradición pertenecerían desde Juan Valera, representante ilustre de la generación de 1868, a los finiseculares Unamuno, Ganivet o Azorín, y desde la generación europeísta de 1914, con Azaña y, sobre todo Ortega, con su atención a la «manera cervantina de acercarse a las cosas», a la del 27, con Castro, Cernuda y Rosales a la cabeza. Una tradición, en fin, en la que destacarían hoy nombres como los de Emilio Lledó o Javier Salazar.

Cerezo es, por otra parte, consciente en su búsqueda de las «sugestiones y perspectivas de mundo y de vida», que, expresándose en ella, abre la forma literaria de la obra de la naturaleza y límites del espacio cultural en que se mueve en su trabajo. Un espacio definido, por un lado, por tres decisivos vértices que se conjugan en un bien trabado esquema argumental: Unamuno, Ortega y Castro. Y, por otro, y ya en el plano filosófico europeo, por otro triángulo cuyos vértices serían Fichte con Schlegel, Schelling y Hegel.

Muchos son los temas y cuestiones a que esta obra atiende: la novela como mímesis fabuladora de un mundo abierto y el ensayo como exploración de las virtualidades del mundo de la vida, la ironía, el héroe y lo heroico, el amor, la justicia, el buen sentido, la melancolía o el desengaño. Pero como tan precisamente indica el título de la misma, el concepto-clave del Quijote no sería, para Cerezo, otro que el de la libertad humana. Es bien sabido que la vida humana se caracteriza por ser realización y fracaso. Y que libertad y sumisión, autoafirmación y dependencia vienen íntimamente entrelazadas en el orden económico y social con el que el libro cervantino se confronta, con múltiples y complejas mediaciones en su gran aventura. Pero con ello no queda agotada la cuestión de fondo, toda vez que hay en Cervantes, como bien subraya Cerezo, una defensa radical de la autonomía, del libre albedrío en cuanto «sentido genérico de auto-posición y dis-posición de sí», una defensa que lo es a la vez del hombre como ser capaz de dar cuenta y razón de su vida, como ser que es elevado, no sin algún eco estoico bien integrado a la condición de artífice de su vida, tal como afirma igualmente el Cristianismo con su remisión al hombre con su imagen de Dios en sintonía también con autores como Erasmo o Vives. Un ser que puede auto determinarse precisamente por su conciencia de libertad como ser que se elige como alguien y se hace valer en su hacer en un horizonte de humanidad, como ser que puede, en suma, alumbrar su propio mundo.

Cervantes nos adentraría también, de acuerdo con la tesis central defendida por Cerezo, en los excesos y desvaríos de la subjetividad moderna. Pero igualmente, en la naturaleza de la auto elección de ser propia del hombre que emerge en el Renacimiento. Cerezo ilumina, en fin con vigor y originalidad inusuales, la condición de clásico central de nuestra cultura del Quijote. De clásico que es tal por no responder únicamente a las exigencias de un país y una época, sino por procurar un alimento capaz de satisfacer hambres diversas, de nacionalidades diferentes y generaciones sucesivas.

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