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Calendarios

Las personas mayores de cincuenta años todavía recuerdan un tiempo en el que los ritmos de la vida social estaban jalonados por una serie de fiestas religiosas que marcaban el calendario. Así, a todo cerdo le llega su San Martín aludía a que la matanza debía realizarse en torno al 11 de noviembre. Poco después, día de Santa Lucía, mengua la noche y crece el día, señalaba el solsticio de invierno, cuando la duración de la noche igualaba la del día. A su vez, por San Blas, la cigüeña verás, avanzaba la llegada de la primavera desde la atalaya del 3 de febrero, mientras que la plenitud primaveral la marcaban dos fechas, según refleja el dicho el cant del cucut, sant Josep el porta i sant Pere se l´emporta. Algunos meses después, por San Juan, suelta el gabán, aconsejaba dejar la ropa de abrigo en el armario, que para eso era 24 de junio. Claro que el verano no iba a durar siempre y por la Virgen del Pilar, el tiempo ha de cambiar avanzaba un 12 de octubre otoñal que volvía a reabrir el ciclo.

No hay que decir que de todo esto ya no queda nada. Las jóvenes generaciones valencianas solo conocen las fechas de San José, de San Juan y del Pilar, pero por las fiestas multitudinarias que se celebran en Valencia, en Alicante y en Zaragoza. Para estos chicos y chicas las fechas del calendario se han vuelto opacas, tienen nombres oscuros que no les dicen nada. Seguramente se sorprenderían si supiesen que sus étimos latinos eran transparentes y que los adolescentes romanos que se acababan de poner la toga viril para salir de marcha sabían perfectamente que marzo viene del dios Marte, febrero del dios Februo (Plutón), abril de afros («espuma») en homenaje a la diosa Venus que surgió de las olas, etc, o que ciertos nombres divinizaban a grandes hombres como Julio César -julio- o el emperador Augusto -agosto. Es inevitable que los seres humanos doten de significado simbólico a los hitos que etiquetan el paso del tiempo. Incluso el calendario republicano, que introdujo la revolución francesa para sustituir al gregoriano tradicional, tomaba los nombres de los meses de fenómenos naturales coetáneos: Brumario (de bruma), Nivoso (de nieve), etc. Por eso, llaman tanto la atención estos tiempos deshumanizados en los que la fecha del día de hoy es simplemente 5-11-2016, como si a los días les hubieran asignado una clave numérica, igual que a las personas, marcadas cual corderos por las cifras de su DNI. Solo algunas civilizaciones más inteligentes que la nuestra se resisten al modelo aritmético imperante y de ahí que nos sorprenda tanto que para los chinos estemos en el año del Mono de Fuego.

Pero no se dejen engañar por las apariencias. Hoy, en Occidente, los ritmos de la vida los marcan las fiestas comerciales. Acabamos de pasar Halloween, una tontería anglosajona de calabazas y de esqueletos que solo pretende llenar la caja registradora. El próximo 25 de noviembre tendremos el Black Friday, otra ocasión para tirar la casa por la ventana en una orgía de rebajas salvajes. Y así pasaremos el año a base de Navidades, San Valentines, Días del Padre y de la Madre, y demás monsergas consumistas. La religión ha muerto, pero los símbolos nos acompañarán siempre. Yo, qué quieren que les diga, prefería los santos de antes, pues tenían vidas de lo más emocionante y en ocasiones, por cierto, nada edificantes. Estos zombis de Halloween me parecen sosos y anodinos. Menos mal que en España tenemos, además, los fantasmas del televisor: esa momia envuelta en tiras amarillentas del Marca, esa otra que huele a naftalina como la momia de Georgi Dimitrov, la errática pandilla de los muertos vivientes, ese rufianesco conde Drácula que acaba de abrir la tapa del ataúd ancestral, vamos, un reparto de categoría. Por desgracia, nuestro Halloween dura todo el año y sustenta un calendario atroz, el de los sustos que nos va a dar Hacienda en 2017. Que no nos pase nada: a la fiera de los recortes no se la aplaca con caramelos.

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