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Se escribe como se está

Se ha dicho muchas veces que se escribe como se es (y que se torea como se es, y que se pinta como se es, y que se habla como se es, y que se juega al fútbol como se es). Pero siempre que me he puesto a pensar con calma sobre ello llego a la conclusión de que no está tan claro el asunto.

Se dan muchas variantes de esa ecuación: existen muchos escritores que están por encima de su valor humano, gente que por escrito resulta interesante, y que, en cambio, se nos indigesta en persona. Hay individuos maravillosos para la vida social, por así decir, pero que nos producen urticaria estética cuando leemos lo que escriben. Se escribe como se puede, como nos deja la propia escritura, como nos permiten nuestras facultades y la inspiración, ese encontronazo entre nuestros esfuerzos laborales y la casualidad.

Con el tiempo, las circunstancias biográficas se difuminan, y la máscara literaria acaba por superponerse al rostro municipal de cada artista. Entonces, terminamos por aceptar que se escribe, y se pinta, y se compone, como se es, porque ignoramos cómo se fue.

Ahora bien, me gustaría añadir a estas consideraciones acerca del estilo una reflexión más. El verbo ser goza de un abolengo gramatical y filosófico indudable. Y no digamos su sustantivación, el ser (y en mayúscula, el Ser, resulta el acabose), pero deberíamos prestar la misma atención a su hermano pragmático: estar. El verbo ser resulta platónico; y el estar, aristotélico.

También se escribe como se está. La escritura, aunque represente una forma de ser a través de las palabras, constituye, sobre todo, una manera de estar mediante el lenguaje. De estar en nuestra propia vida, en nuestra experiencia con el lenguaje, gracias al lenguaje mismo. De estar en nuestro estudio, si escribimos en un estudio; o en nuestra cocina, si escribimos en la cocina, cerca de los fogones y las sartenes, que acaban por ser un buen paisaje intelectual; o en una cafetería, si escribimos en nuestra cafetería de cabecera, viendo llenarse y vaciarse el local de pobladores del mundo.

Se escribe como se está: de buen humor, o de humor pésimo; hecho unos zorros sentimentales o indestructible; enamorado o cuerdo; loco o en perfecto estado de revista moral. A veces, se está para todo lo contrario de como se está. Explico este aparente galimatías sintáctico. A veces, uno está biológicamente entusiasta, pero con apetito literario de ponerse fúnebre. En ocasiones, uno puede sentir fiebres de nihilismo montaraz, y por ello imponerse una escritura medicinal cuyo principio activo sea de raíz festiva.

Con los años, creo que me he vuelto estático; es decir, partidario del estar. Me parece un verbo más humano, más certero para definirnos: estamos como estamos. Incluso somos como estamos: para todo, en este instante, y para nada, pasados unos segundos.

Los reinos del ser resultan fascinantes, porque todos los laberintos ejercen sobre nuestra mirada un efecto hipnótico; pero las modestas calles del estar no son menos laberínticas ni menos fascinantes.

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