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Hablándole a su voz

Hablándole a su voz

Si fray Antonio Praena, granadino que vive y trabaja en Valencia, se llamara fray Juan de la Cruz, nada nos llevaría a discutir el valor de su obra en función de su oficio. Pero para su desgracia ni el dominico Praena es fray Juan ni lo suyo el misticismo. Lo que sucede es que si nuestra mejor poesía fue la nacida del espíritu en esa onda está este poeta de la emoción. Y la emoción nace del espíritu, sí, pero no es ciega ni sorda. De modo que mira, escucha y se transforma en el tiempo porque al tiempo también lo transforma el espíritu. Sobra decir no tanto que el espíritu cambia con los tiempos como que el espíritu cambia los tiempos y nos permite vivirlos y contemplarlos. Y por eso un poeta espiritualista, que de verdad lo sea, es un poeta de su tiempo.

A mí no me gusta poner a la poesía apellidos: poesía social, poesía de la experiencia o poesía religiosa, por ejemplo. Entre otras cosas porque toda poesía puede tener algo de eso, incluso la poesía más iconoclasta. Pero el espíritu o la emoción poética, o eso que llamamos inspiración, es una manera de sentir el mundo. Y cuando uno dice el mundo habla de los escenarios de la contemplación que el mundo ofrece, pero también de los escenarios interiores que uno ofrece al mundo. De uno y de otro tipo de esos escenarios -interiores y exteriores- se vale Antonio Praena en sus poemas. Pero establece un diálogo con ellos, del mismo modo que dialoga desde su yo con el otro, con los otros y hasta la con la divinidad. Habla con Dios de tú a tú y de Dios con enorme naturalidad. Y siendo su lenguaje un lenguaje esencial es al tiempo tan sencillo como hondo. Emplea además una narratividad, una prosa, que lejos de quitarle intensidad al poema se la otorga en su sencillez. Lejos de la retórica logra la naturalidad que caracteriza su obra y la imbuye al tiempo de intensidad poética, de esa intensidad que alcanza lo preciso.

Poeta de la experiencia es en cuanto que poeta de la memoria, un poeta que dialoga con sus recuerdos y que habla con los muertos y con los vivos de un modo emocionado y agradecido. Poeta culturalista es porque la emoción poética se nutre muchas veces en su caso de referencias históricas o lecturas que le llevan la pluma. Poeta social acaso porque los otros y el dolor de los otros son compartidos en sus versos. Poeta religioso también, aunque aquí la religión tiene sobre todo que ver con el amor y con la vida de aquí y de allá. Poeta amoroso, sin duda, sin remilgos ni falsas elusiones, con el amor como fundamento de vida y muerte. Poeta descriptivo también porque las iconografías de la modernidad o las alusiones a una marca de ropa, por ejemplo, forman parte del mundo en el que vive y que vive con los otros. Poeta apasionado en su exaltación de la vida y en el diálogo que con ella establece. Poeta reposado, tranquilo, mesurado y no por ello menos vigoroso. Poeta atrevido, porque su atrevimiento es solapado, ambiguo o sugerido a veces. Poeta radicalmente íntimo y a la vez abierto. No sé si poeta insatisfecho, pero sí poeta misericordioso, donde estriba tal vez su religiosidad más intensa. No sé si una religiosidad que deja espacio a la duda, pero en todo caso toda religiosidad verdadera a mi parecer se somete a examen.

De que es este un libro lleno de luz, como señala Luis Antonio de Villena en su prólogo, no me cabe la menor duda. Pero es además un libro que proyecta incertidumbres y por eso mismo interrogantes. Es un libro confesional en buena parte, como quizá lo sean todos los libros de poemas, pero la delicadeza con la que aborda Praena sus propias dudas crea a la vez otras en el lector que lejos de desazonarlo lo implican en el recorrido emocional de este libro de amor.

Hay un poema en «Actos de amor» que se cierra de esta manera:

«€ Y tú, mientras, Antonio,

estúpido hijo mío,

hablándole a tu voz».

Una buena manera de resumir esta obra. Porque lo que hace Antonio Praena en ella es eso: hablarle a su voz.

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