Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Con la Iglesia hemos topado

En el capítulo IX de la segunda parte del Quijote hay un célebre pasaje que dice: «Con la iglesia hemos dado, Sancho. Ya lo veo -respondió Sancho-, y plega a Dios que no demos con nuestra sepultura, que no es buena señal andar por los cimenterios a tales horas».

Este párrafo ha servido de sustento a la frase hecha con la Iglesia hemos topado, que en el Quijote tiene un sentido completamente diferente al habitual, pues lo que narra es que, buscando de noche el supuesto alcázar de Dulcinea, se dieron de bruces con la torre de la iglesia (con minúscula), no con el poder institucional de la Iglesia (con mayúscula). Difícilmente podría esperarse una crítica de la institución eclesial en un escritor español del siglo xvii, y menos aún en un cristiano nuevo como parece haberlo sido Cervantes. Sin embargo, a mí esta frase me sirve de introducción para el tema que quiero tratar hoy porque me he topado con la iglesia y con la Iglesia a la vez. Estos días de Pascua, España estará llena de turistas que visitarán innumerables iglesias. En muchos casos se las encontrarán cerradas. En otros, habrá alguien que no les deja pasar si no pagan una entrada para acceder al templo.

¿Está bien? ¿Está mal? Depende de con qué lo comparemos. Los mujiks que Gógol describe en Almas muertas estaban mejor que los esclavos de la antigua Roma, pero peor que los campesinos europeos de su época. España es -se supone- un país católico, hasta el punto de que la Constitución reserva un papel especial a la Iglesia católica frente a las demás confesiones religiosas. Por ello se puede marcar la casilla correspondiente en la declaración de la renta, por ello existe un concordato entre el Estado español y el Vaticano, y por ello muchos bienes patrimoniales de la Iglesia se salvan de la ruina gracias al apoyo financiero estatal. No voy a criticar esta política. Pienso que los discursos buenistas que reclaman un trato igualitario para todas las religiones están equivocados porque en los países en los que predomina otra confesión no existe tal simetría: anden, pídanle a Erdogan o a Al-Sisi que traten igual al cristianismo y al islam y verán como se mueren de risa. Con independencia de las creencias de cada cual, lo cierto es que España ha configurado su perfil histórico sobre el cristianismo primero, y sobre su versión católica después; lo mismo cabe decir de sus regiones, autonomías y/o protoestados in pectore.

Bueno, pues vayan a los países de nuestro entorno, a Francia, a Italia o a Alemania, y verán lo que pasa. Las iglesias siempre están abiertas porque se supone que son la casa de Dios, no negocios que solo funcionan cuando hay clientes. Y más importante todavía. Cuando estos aparecen, nadie se atreve a cobrarles a la puerta de la catedral de Rouen, de la de Palermo o de la de Maguncia. Justo lo contrario de lo que ocurre en España. El otro día fui testigo de la trifulca que montaron unos turistas en la catedral de Salamanca porque no les dejaban pasar sin aflojar la mosca. Lo mismo les habría sucedido en la catedral de Córdoba (en la mezquita cordobesa del siglo x seguramente no), en la de Barcelona o -¡ay!- en la de Valencia.

Dicen que se cobra para ayudar a mantener el templo. Miren, el fundador de esa religión fue un hombre admirable que echó a cajas destempladas a los mercaderes del atrio del templo de Jerusalén. Ahora habría tenido que penetrar en el interior y enfrentarse ya no a vendedores de palomas, sino a los cobradores del templo mismo. Me temo que la religiosa es un aspecto más de la incultura nacional. Los bienes religiosos no son de la Iglesia, pertenecen a la comunidad, pues fue esta quien los edificó con su trabajo, con su esfuerzo, con sus dádivas y, a menudo, con su sangre. Cobrar a la gente, sea religiosa o no, por un indefendible derecho de paso es simplemente tergiversar el mensaje evangélico. Luego no se quejen si las iglesias están vacías: se lo han ganado a pulso.

Compartir el artículo

stats