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Obligaciones de la prosa

Mientras no se demuestre lo contrario, la primera y más importante obligación de la prosa es avanzar: fluir, moverse hacia adelante. Puede parecer poca obligación, pero es la obligación de obligaciones, y constituye no sólo una manera de entender la escritura, sino también una forma de instalarse entre las cosas.

El hecho de disponer de una buena prosa literaria dentro de una tradición no representa un logro literario tan sólo: significa mucho más, es un bien material de naturaleza civil, una herramienta civilizadora para intervenir en el mundo. La buena prosa literaria es una infraestructura social más, como las buenas carreteras, como las buenas redes eléctricas, como los buenos alcantarillados de las ciudades. Sin una prosa a la altura de la complejidad de la vida humana y de la Historia, los países parecen criaturas en pañales, animalitos destinados a comer, defecar y reproducirse.

Hay quien entiende la prosa como una tarea de ensimismamiento verbal, como una oportunidad para lucir la hondura de la inteligencia propia. Este género de escritor, por lo común, convierte sus páginas en una suerte de pantanal estilístico repleto de flora y fauna, por el que los lectores deben prosperar desbrozando a machetazos cada frase. Los cultivadores de la prosa narcisista tienen sus partidarios, porque no existe ningún asunto en el mundo que no los tenga (desde los milenaristas que propugnan las virtudes del suicidio colectivo, hasta los defensores del sexo tántrico sin polución seminal); pero yo creo que esta gente se da demasiadas ínfulas, como esos peluqueros que se creen escultores capilares.

La buena prosa literaria, sin la cual no se puede tomar en serio el destino de las sociedades, necesita avanzar, llegar a un asunto, aclararlo, y después marcharse a otro, aclararlo también, abordarlo con naturalidad, con sencillez y perspicacia, y después abordar otro, y otro, hasta el final. Una frase bien hecha, primero, y a continuación otra frase bien hecha, como un mecanismo bien engrasado, como un ejército que ha hecho de la disciplina y de la eficacia un arte práctico, un ballet fabril. La prosa como una modalidad de la música, sí, pero una música que además se come. La prosa como una singularidad de la música, por descontado, pero una música que se despliega y sirve para abrir una lata, o para clavar un clavo, o para utilizarla como sextante y saber dónde nos encontramos con respecto al sol y el horizonte.

Si la prosa no se mueve con soltura, no va a ninguna parte, y ese hecho de no ir a ninguna parte es lo peor que le puede suceder a la prosa. El estancamiento es el mal, el pecado por antonomasia del prosista, sin posibilidad de redención.

En las calderas de Pedro Botero se cuecen durante toda la eternidad, con abundancia de patatas tempranas, huesos de jamón y carcasas de gallina vieja, los prosistas melindrosos, y los propagandistas de lo abstruso, y los defensores de no depilarse la subordinación sintáctica de las axilas.

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