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Con la memoria no se juega

Con la memoria no se juega

«Para mí, los artistas son un poco como los monos del peñón de Gibraltar. Intentan alcanzar nichos cada vez más elevados, cada vez más estratificados, de la sociedad. Son personas muy conscientes de cuestiones de estratificación, muy limitados, y cuya compañía es muy empobrecedora. Se preocupan hasta tal punto de su imagen que excluyen automáticamente a una gran parte del mundo en su manera de plantear las cosas.».

Vaya por delante una vergonzosa confesión: No tengo ni idea de música. Pero sin embargo estoy de acuerdo con Cioran en que sólo la música nos consuela de haber nacido. Escucho, por tanto, mucha música, porque no hace falta entender para escuchar, como no hace falta entender de poesía para leer poesía. Mejor no entender. Mejor no entender de nada para disfrutar de todo. Las ideas preconcebidas, los lugares comunes, los tópicos, las opiniones expertas, generalmente, es decir, siempre, nos hurtan el auténtico disfrute de una obra. Así que si les gusta la música pero, como yo, no entienden ni jota, este libro les va a resultar fascinante. Pero si no es ese su caso y entienden, poco o mucho, de música, entonces créanme, este libro les va a resultar fascinante.

Bruno Monsaingeon es director de cine y escritor, además de músico y una de las mayores autoridades en Glenn Gould. No en vano lo conoció siendo muy joven y compartió con él algunas experiencias, decisivas para él según nos cuenta, y que ha querido a su vez compartir con nosotros en este libro. No es el primer libro que ha escrito sobre Gould ni tampoco el último, pero sí quizá uno de los más íntimos. Bruno Monsaingeon es también autor y director de algunos de los documentales más célebres sobre Glenn Gould. Y en cuanto a Glenn Gould no hace falta evidentemente decir quién fue, ni este libro lo pretende, aunque lo consiga sin pretenderlo, ya que su finalidad, un auténtico trabajo de «evangelización», es hacer justicia a un hombre excepcional, a su arte y a su pensamiento. Un pensamiento «contrapuntístico» que considera que el objetivo del arte es «la construcción progresiva, en el transcurso de una vida entera, de un estado de asombro y de serenidad». Monsaingeon insiste en que Gould no fue sólo un genial interprete, un virtuoso único del piano, sino algo más, mucho más. «Un moralista» llega incluso a decir, llevado por su entusiasmo.

No, no soy en absoluto un excéntrico reúne un buen puñado de documentos, fotografías, declaraciones, entrevistas y textos del genial pianista, poniendo siempre el acento en sus pensamientos, opiniones y gustos musicales, pero sin olvidar ninguno de los aspectos de su solitaria vida, sus controvertidas decisiones, sus geniales actuaciones, o sus recuerdos de infancia y juventud, que hicieron de él para muchos el mejor pianista del mundo, pero que nunca se consideró a sí mismo un genio y decía no saber lo que significaba esa palabra.

Glenn Gould daba mucha importancia a la disciplina y a la composición, pero pensaba también que no todo lo que se compone y escribe es utilizable. Tenía los cajones repletos de «obras maestras desechadas», flojas, inutilizables, lo cual no quería decir que su escritura no hubiera sido fructífera. De su Cuarteto para cuerda, al que consagró tres años de su vida, decía: «estoy muy orgulloso de esta obra, pero no está completamente lograda». No le gustaban los conciertos, ni interpretarlos ni escuchar los de los demás. Era un entusiasta del disco, de la radio, del montaje, incluso de la televisión, a la que acudía siempre de buena gana: «a veces me pregunto si no tendré cierta tendencia al exhibicionismo, porque me encanta tocar en televisión.» Abandonó las salas de concierto en la cima de su carrera pianística, cuando contaba sólo treinta y dos años, para dedicarse a la composición, a pesar de reconocer que no tenía «dotes particulares de instrumentación en general». No le interesaba la música española, ni la italiana, ni la francesa. Tampoco pensaba que hubiera que tomarse demasiado en serio el jazz: «no conviene mezclar demasiado las cosas». Sus dioses eran Bach, Richard Strauss, Beethoven, Schönberg, Bruckner€ a Mozart y a Chopin los admiraba, pero con reservas, «Verdi me pone enfermo y Puccini me indigna», y a Stravinski no lo soportaba. El público no significaba gran cosa para él, y los aplausos le incomodaban. «La música debe escucharse en privado.» Y una declaración sorprendente más: «La música de piano no me interesa.».

De sus obras frustradas decía que, a diferencia de muchos otros, no las abandonaba hasta no haber llegado a la penúltima página, aun a sabiendas que de aquello no podría salir nada bueno. Nunca es tiempo perdido el que se dedica a tantear, a ensayar, a transformar, a pulir, a desbastar una obra antes de desecharla definitivamente. Muy pocas veces la primera idea es la buena, muy pocas veces sabemos cómo expresar lo que queremos expresar, y muy pocas incluso qué es lo que queremos expresar. «Con la memoria no se juega.».

Y ahora, si quieren rendir un pequeño homenaje a Glenn Gould, escuchen las Variaciones Goldberg mientras leen el libro. Escúchenlas mientras leen, escúchenlas mientras se afeitan, mientras se maquillan, mientras desayunan, mientras hacen la cama, mientras limpian el polvo a los libros, o incluso mientras no hacen nada. Casi cualquier ocasión es buena para escucharlas. El arte de la fuga también sirve. Lo sé por experiencia propia.

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