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El nombre de los pájaros

¿Son siempre los mismos pájaros los que cruzan el cielo que vemos sobre nuestras cabezas? ¿no es siempre su mismo cantar y por eso los identificamos? Nombramos aquello que desconocemos para luego, así, poder conocerlo, identificarlo, interiorizarlo y hacerlo nuestro a través del lenguaje antes de nada. Pero sabemos poco de la identidad de esos constantes compañeros de paisaje que son los pájaros, aunque aparecen siempre en nuestro horizonte, aunque ya los tengamos asumidos como formas -aunque efímeras, paradójicamente- de la vida: son nuestro coro dentro de la propia existencia trágica que nos define, aunque nos resistamos a pensarla como tal y la gocemos intensamente. El nombre, pues, es la clave de todo: es la certeza, aquello que quiere detener, por instante, la fugacidad del canto y del vuelo. Y esa es una de las aristas de The Naming of Birds del prestigioso hispanista Robert Archer, quien se ha estrenado como poeta, muy felizmente, no identificándose con el objeto (los pájaros), sino con el observador, el testigo de la vida, que la repasa y la busca identificar, clasificar, concretar. Quizá también con la lente inconfundible de su tan estimado Ausiàs March, visiblemente presente en todo el libro de un modo o de otro. Archer analiza todo aquello que también ha dado su pincelada en nuestra vida, aunque no seamos conscientes de que siempre han estado ahí los trinos, las alas, el movimiento entre las ramas, que, llevado a la vida (a la concreta vida) se traduce en amistades, en palabras que en un momento concreto de nuestro tiempo se han convertido casi en pájaros que migran de nuestra mente y sentimiento hasta el interior de otras personas. Por eso, este intenso libro de poemas toma su primer impulso en lo vivencial o personal, para seguir su paso firme en una reflexión mucho más honda, que atañe a cómo nos relacionamos con los demás para realizarnos a nosotros mismos y qué mecanismos usamos para ello. Una purga inquietante que nos deja solos ante el lenguaje como coartada de las emociones, tanto de las dichas como de las omitidas.

Esta primera aventura poética de la joven editorial Veintiunversos, se completa con un invitado de excepción: el poeta valenciano Guillermo Carnero, quien ha hecho la brillante traducción de estos versos para una edición bilingüe de estimable valor. Pronto el lector podrá apreciar que la traducción destila algo más que automatismo lingüístico: está impregnada de sensibilidad poética, de musicalidad. Y esto es muy importante teniendo en cuenta las características que tienen los versos de este libro, que es, en muchos casos, casi un versículo, con una fuerte cadencia rítmica y un importante despliegue de figuras fónicas, sobre las que incluso el poeta reflexiona de manera metapoética.

Los catorce poemas que componen el volumen van trazando una singular ruta hacia la despersonalización de lo cantando y lo contado: decíamos que trazaba una directriz entre lo más anecdótico y lo más general, aunque sea incluso a través del yo poético, convertido, claramente, en un búcaro gramatical, en un significante casi hueco. Porque si el nombre es lo más personal que tiene el sujeto, el pronombre, que tanto marca los poemas finales, es lo más impersonal que tenemos cuando hablamos de nosotros mismos. Así, incluso hasta los pájaros, esos seres siempre eternos y repetidos, tienen un nombre con el que identificarlo, pero no así la voz humana, su identidad, que ni es eterna ni será identificada como tal si no es a través de la escritura.

Pero incluso más allá de estas reflexiones sobre el yo dentro y fuera de las posibilidades del lenguaje (pero nunca fuera del tiempo), el libro de Archer tiene otro punto de vista sorprendente y atrevido, que marca sustancialmente el calado emocional de los versos: visto con el prisma de la objetividad que requiere cualquier análisis (y un poemario es, de algún modo, un diagnóstico y un análisis), a veces parece que el ser humano es una bestia más entre otras tantas, movido a la supervivencia, no atroz, pero sí difícil y ardua. El yo, tanto como el tú y el él son especies territoriales, no solo en lo espacial, sino también en lo emocional y con evidente afán de protección de ese espacio propio nos articulamos cada día. Por tanto, el ser humano es un perfecto improvisador y el ser que mejor se adapta al medio de cada día. También el más problemático y contestatario de todos. Sin duda, The Naming of Birds/El nombre de los pájaros, es un libro de inconfundible personalidad, como lo es su traducción, tan precisa en la delicada textura de los idiomas, donde todo lo que parece ser igual siempre, está en constante cambio, en vuelo permanente, en canto fugaz.

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