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La materia del tiempo

La materia del tiempo

Los tiempos cambian y, contrariamente a lo que algunos piensan, no siempre a peor. Atrás quedaron tantas separaciones tajantes en todos los ámbitos de nuestra existencia. Como tantas veces, el arte es un campo abonado donde crecen rápida e intuitivamente visiones complejas capaces de aproximar lo distante, incluso lo opuesto. La clasificación/división entre artes del espacio y artes del tiempo, se ha dinamitado en las últimas décadas y, hoy en día, cualquier espectador avezado puede percibir la profunda dimensión temporal que encierran las artes visuales. Involuntary Memory es un magnífico ejemplo de ello, en tanto en cuanto las cuatro propuestas que se suceden a lo alto y ancho de las diferentes salas, suponen toda una invitación para el disfrute y la reflexión bajo el común denominador del tiempo pasado, sea histórico y colectivo, sea doméstico y autobiográfico.

Lo escultórico, entendido en un amplio sentido, se despliega con personal profundidad en las obras de Jorge Peris (Alzira, 1969), los lusos Daniel Blaufuks y Gonçalo Barreiros, así como en la del francés Julien Dubuisson. Todos ellos, sus trabajos, giran en torno a la noción de monumento. Monumento en su sentido etimológico, de memento, recuerdo, memoria, que se subvierte desde diversos frentes radicalmente contemporáneos.

El arranque en la planta baja es una rotunda declaración de intenciones, una instalación monumental, en su acepción más extendida: grande, descomunal. Un impresionante tour de force en el que sucesivos elementos de construcción en estado de ruina, se disponen uno sobre otro como el juego infantil de un niño gigante. El conjunto remite tanto a un (anti)Arco del (anti)Triunfo, como a los túmulos funerarios occidentales (cairn) o esa piedras en equilibrio tan características de la filosofía Zen. El noble mármol blanco (de un fregadero de cocina) convive con otros materiales de construcción ahora destruidos, o las concentraciones de sal (una constante de su poética de claro raigambre povera) la resultante produce, con su demoledora presencia, una transformación del espacio, de su neutralidad de partida.

La solidez de los materiales de derribo de obra, dan paso a la evanescencia de la imagen fotográfica en las piezas de Daniel Blaufuks. Riguroso trabajo de archivo documental de diversas series de edificios/construcciones que ordena compositivamente mediante una estructura dominante de los elementos objeto de estudio. Feliz asociación que refuerza ese inseparable juego entre presentación y representación, entre el qué (se elige) y el cómo (se exhibe).

El trayecto ascendente nos conduce a una delicadisíma instalación de Gonçalo Barreiros. Delicadeza teñida de un sentido del humor más que fino, capaces de lograr que la rigidez propia de la cerámica se transmute y se apropie sin concesiones de la levedad del papel o la inmaterialidad aérea de la pintura aplicada con spray. Engañoso juego de apariencias que lejos de desaparecer, toman cuerpo y materia cerámica.

Corona la subida la propuesta de Julien Dubuisson, un conjunto de vídeo, dibujos y una escultura preñada de esculturas y objetos escultóricos a modo de una no-matroiska cuyas partes dialogan ocultas entre sí. Pero también se establece un diálogo abierto entre los tres elementos del conjunto, que articulan un juego de citas que denotan los vastos conocimientos y los gustos estéticos del autor, así como su especial sensibilidad para entrelazar todo ello con la inocencia del juego infantil de un ser querido.

En definitiva, una excelente exposición que merece visitarse y recordarse.

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