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Los nuevos malos tiempos

Los nuevos malos tiempos

Una exclamación de alivio recorrió la Europa progresista, la heredera del mejor legado de la Ilustración, después de conocer los resultados de las últimas elecciones presidenciales francesas: el liberal Emmanuel Macron derrotaba con claridad a la jefa de la ultraderecha xenófoba, Marine Le Pen. Una noticia consoladora después de meses en los que no han dejado de acumularse las catástrofes políticas: del «brexit» a la victoria de Donald Trump, por no hablar de la extensión de un autoritarismo de derechas (de Rusia a Turquía, de Filipinas a Hungría), nacionalista y demagógico, que sigue engordando al mismo ritmo que la globalización neoliberal deja un resentido ejército de perdedores en los países occidentales. Roto el consenso que siguió a la II Guerra Mundial, es como si volvieran los viejos malos tiempos con su cohorte de indeseables fantasmas y nuestro mundo (como sucedió con aquel mundo de ayer que vio desvanecerse Stefan Zweig) se agrietara peligrosamente.

«Estamos siendo testigos de un retroceso en un determinado nivel de civilización», escribe Heinrich Geiselberger en el prólogo de El gran retroceso. Este libro, que se ha publicado de manera simultánea en varios países, reúne las reflexiones de diecisiete intelectuales e investigadores de notorio prestigio por algunos de sus análisis sobre una mutación que tiene similitudes -al menos, para algunos de ellos- con la que tan brillantemente analizó Karl Polanyi, a principios de los años cuarenta, en La gran transformación. El perspicaz autor austriaco muestra ahí cómo el liberalismo económico de la época había socavado los cimientos materiales y políticos de aquella sociedad. ¿Está ocurriendo lo mismo con la globalización neoliberal de nuestros días y los constatables avances de los populismos de derecha y de izquierda son los síntomas de una descomposición de gran calado? Parece evidente, como señala Paul Mason en sus páginas, que sólo con la identificación del origen de esa «ira» que alimenta el malestar contemporáneo podremos conjurar algunos de los males que nos amenazan.

Tres autores españoles aportan sus visiones a La gran recesión. Santiago Alba Rico está convencido de que hay una percepción bastante generalizada de «fin de civilización» y de que este momento histórico tiene similitudes con los de 1917 y 1930. Opina que España es una excepción, tras el fenómeno político que ha supuesto Podemos, a la «desdemocratización» rampante. Para Marina Garcés, la postmodernidad ha sido reemplazada por una «condición póstuma» que se caracteriza por la destrucción de nuestras condiciones de vida. Y César Rendueles vincula ese «gran retroceso» con «los distintos intentos reactivos de reformular ese orden (el de la globalización neoliberal) con el objetivo de mantener los privilegios de las clases dominantes». «En cierto sentido, vivimos ya en sociedades postliberales», afirma el filósofo gijonés.

Arjun Appadurai detecta una «fatiga» con la propia democracia en ciertos sectores sociales. Es lo que explica que muchos votantes utilicen los canales democráticos (se ha visto con la elección de Trump, por ejemplo) para demoler la democracia. «Necesitamos multitudes que defiendan el liberalismo social», proclama. El recientemente fallecido Zigmunt Bauman, premio Príncipe de Asturias y analista profundo de las características de la «sociedad líquida», pone su foco en uno de los problemas candentes: el fenómeno migratorio y el regreso, como en tiempos pasados, del miedo social al otro, a lo desconocido. Elogia, en este sentido, la defensa que el papa Francisco hace de la «cultura del diálogo».

La profesora siciliana Donatella della Porta constata un resurgimiento de las fuerzas del lado oscuro de la política, consecuencia del descontento por la globalización neoliberal. «Es urgente que la izquierda llegue a una coordinación transnacional», aconseja. En opinión de Nancy Fraser, estamos ante el colapso de la hegemonía neoliberal que ha dirigido el mundo desde los años setenta. Y opina que neoliberalismo y neopopulismo son dos caras «interconectadas» del capitalismo mundial. Para Ivan Krastev estamos ante una desintegración de ese «nosotros» ideal que permite alimentar un orden moral soportable. De ahí algunas de las respuestas que hemos visto en Europa ante la última gran crisis de los refugiados. Y, además, la clásica oposición derecha/izquierda ha sido sustituida por el conflicto internacionalista/nacionalista. Bruno Latour, para quien Trump encarna un nuevo rey Ubú (en referencia a la gran obra de Alfred Jarry), es necesaria una «nueva universalidad». En su trabajo pone, además, el subrayado en las amenazas derivadas del cambio climático.

De gran interés es el texto del escritor inglés y periodista de televisión Paul Mason. Recuerda una frase que escuchó a su padre siendo niño: «Si vuelve la depresión, volverán los prejuicios raciales». Han regresado con el desplome del relato del neoliberalismo y con la incapacidad de la izquierda de ofrecer resistencias. La socialdemocracia está pagando en las urnas su alborozada participación en la globalización y en la desregulación financiera que causó la crisis de 2008. Basta una mirada a los bastiones electorales del «brexit». Sólo hay una manera de salvar los aspectos positivos de la globalización (es innegable que los tiene, como demuestra por ejemplo el crecimiento de los países del llamado grupo BRICS): deshacerse del neoliberalismo para preservar la globalización.

La tarea de la izquierda

Pankaj Mishra señala una paradoja relevante: los ideales de la democracia moderna nunca han gozado de tanta popularidad, pero su realización resulta cada vez más difícil bajo las condiciones de la globalización neoliberal. Y de ahí esa nueva epidemia del resentimiento. Y también que el populismo xenófobo y autoritario se haya convertido en una tendencia global, como hace resaltar Robert Misik. En medio de esas tensiones, la socialdemocracia europea tiene graves problemas para conjugar los intereses de una clase trabajadora proteccionista (el temor al desempleo por las deslocalizaciones empresariales) y los de unas clases medias urbanas que son más cosmopolitas. Opina que el liberalismo ha fracasado y que el «duelo» futuro será entre el liberalismo de izquierda y el nacionalismo populista. Para Oliver Nachtwey, la economía ha experimentado un desarrollo muy positivo, pero con unos perdedores claros: las clases medias y trabajadoras del mundo industrializado, frente a las élites cosmopolitas y las clases medias de los capitalismos pujantes.

Wolfgang Streeck toma, por su parte, uno de los conceptos centrales en el pensamiento de Antonio Gramsci: el de «interregno». El pensador marxista italiano se refiere a un estadio en el que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no termina de nacer. Para Streeck, el viejo orden es el capitalismo globalizado. De ahí el surgimiento de «fenómenos patológicos», como los que nos sacuden, y el conflicto entre el turbocapitalismo y los sistemas estatales. Slavoj Zizek ve en este cuadro de tensiones «un enérgico regreso a la escena de la lucha de clases». Y apunta hacia una sospecha: «la imposibilidad estructural de encontrar un orden político global que se corresponda con la economía capitalista global». Piensa que la victoria de Trump ofrece una situación política nueva en la que es posible una izquierda más radical.

El volumen se completa con otras dos muy interesantes aportaciones. Eva Illouz analiza, a partir de algunas de las políticas migratorias desarrolladas en Israel, la nueva «desorganización mundial». Y relaciona el avance del populismo con la destrucción de las clases trabajadoras por parte del capitalismo corporativo y de una izquierda atenta sólo a las minorías sexuales y culturales. David Van Reybrouck firma una epístola a Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, en la que da la alarma sobre el presente y el inmediato futuro de la robotización: «Agricultores y obreros están perdiendo sus empleos debido a la globalización y pronto los empleados de clase media perderán los suyos por la automatización». Propone la introducción de fórmulas como la de la asunción ciudadana de responsabilidades políticas mediante el sistema del sorteo, que se utilizó en la antigua democracia griega o en la República de Venecia. Se trata de reenganchar a los europeos al proyecto de la UE.

El gran retroceso tiene la virtud de plantearnos los numerosos problemas de estos nuevos malos tiempos que nos ha tocado vivir. Y de avisarnos de los graves peligros que nos acechan si no somos capaces de oponer al discurso del miedo, que es el de Trump y el de Marine Le Pen, la universalización de las conquistas sociales que hicieron de las sociedades europeas del bienestar -ahora puestas bajo la piqueta- un modelo en el que perseverar.

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