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Ernest Hemingway e Isak Dinesen: Los cazadores de leones

Ernest Hemingway e Isak Dinesen: Los cazadores de leones

Ernest Hemingway siempre se llamó Ernest Hemingway, o a lo sumo Ernest Miller Hemingway, si nos ceñimos con exactitud a los datos del registro civil de Oak Park, Illinois, en los Estados Unidos de América. Pero Isak Dinesen se llamó de muchas maneras distintas: nació como Karen Christentze Dinesen, vivió durante un tiempo, por imperativos matrimoniales, como Karen Christence Blixen-Finecke (la célebre baronesa Blixen de la película de Sydney Pollack, que popularizó en el mundo la figura de la escritora danesa), algunos íntimos la llamaron Tana, y hoy en día la conocemos con el seudónimo con el que firmó la mayor parte de su obra, Isak Dinesen.

Tengo la impresión de que constituyen una pareja muy bien avenida en cualquier anaquel de cualquier biblioteca del mundo. El abuelo Ernesto seguro que estaría encantado de reposar junto a la mítica narradora que tanto admiraba, y ella, al final de su vida, manifestó lo importantes que habían sido, durante su estancia en África, las lecturas de algunos de los libros de Hemingway, desde que adquirió en Nairobi, por casualidad, Fiesta. El descubrimiento de El viejo y el mar -le escribió en una carta Isak Dinesen, al final de su vida- fue para ella como «un baño o un abrazo». Y añade algo de suma importancia confesional: «Es triste que nunca nos hayamos conocido en carne y hueso. A veces he imaginado cómo habría sido ir de safari con usted por las sabanas de África». Quien ha matado un león no dice algo así por decir.

Como se sabe, Isak Dinesen pasó unos cuantos años en Kenia, después de casarse con el barón Bror Blixen-Finecke. Allí se gastó todos sus ahorros en una plantación de café que nunca fue una gran idea comercial, hasta que terminó arruinada con la bajada internacional de los precios en 1931. Vivió desde 1914 a 1934 en África, pero sólo pasó catorce años allí en total, porque debió interrumpir su estancia en Kenia varias veces, para visitar a su familia y tratar de curarse de la sífilis que le contagió su marido, aficionado a los devaneos con las mujeres nativas y con las damas de la colonia inglesa.

De África, Isak Dinesen se trajo, junto con su enfermedad, unos amores tormentosos con el cazador inglés Denys Finch Hatton, truncados por el accidente de avioneta en el que Denys se mató, y, sobre todo, se trajo a Europa una nostalgia sin fin por el paisaje africano, por los indígenas, por su vieja vida aventurera. Con ese equipaje sentimental escribió sus dos obras maestras, Lejos de África y Sombras en la hierba, reunidos por lo común en un volumen conocido como Memorias de África.

Ernest Hemingway, que no fue de ninguna parte, también fue bastante africano. No fue de ningún lugar, porque lo fue de todos, del primer rincón en donde hubiese una botella que beberse en buena compañía, o un elefante que cazar, o una gran tarde de toros a la que asistir, o una montaña que vencer. La vida, para Hemingway, fue un escenario en el que desarrollar su idea literaria y épica de la existencia; y la literatura, un método mediante el que prolongar, en las palabras, la vida que más amaba.

Los dos, la baronesa y el aguerrido narrador y periodista, fueron criaturas poseídas por la acción, y los dos entendieron la escritura como una honda consecuencia biográfica.

Cada cual a su manera, compusieron memorables homenajes a la sencillez estilística, a la simplicidad argumental, al aborrecimiento de los oropeles retóricos. La raíz de la obra de Isak Dinesen pertenece a la gran tradición universal de los relatos orales, con Las mil y una noches como principal referente, pero también con la excelente cuentística danesa. El americano aprendió toda la preceptiva literaria que necesitaba del manual de estilo del primer periódico para el que trabajó, el Kansas City Star. En la página inicial se exigía: Utilice frases cortas. Utilice primeros párrafos cortos. Use un lenguaje vigoroso. Sea positivo, no negativo. Nunca necesitó en adelante otras pautas de escritura.

En 1954, cuando la Academia sueca le concedió el premio Nobel de Literatura, Ernest Hemingway declaró: Yo se lo hubiera dado a Isak Dinesen. Lo merecía más. Entonces fue cuando Karen, Tana, le escribió esa carta mítica en la que se imaginaba con Hemingway cazando leones por las sabanas de Kenya.

El asteroide 3318, dondequiera que esté, se denomina Blixen en su honor.

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