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Retratos de escritores y de amigos de escritores

Retratos de escritores y de amigos de escritores

Quienes se interesan por la fotografía acertarán visitando la exposición de Plossu que estos días ha inaugurado el Instituto Francés de Valencia. Bernard Plossu (1945, Dalat, Vietnam) es un fotógrafo autodidacta, viajero, apasionado editor de libros y de pequeñas y cuidadas monografías, cuyo registro preciso es casi un empeño imposible. El libro es la exposición lograda -declaró-, es la fotografía por excelencia. Plossu ha trabajado siempre en los lindes entre la fotografía, la escritura y el cine. Joven espectador de aquella legendaria Cinemateca del Palais de Chaillot y también de salas populares de la Rive droite, el cine fue decisivo en su educación visual. También lo fueron los cómics.

A comienzos de los años setenta decidió ser fotógrafo. Eran tiempos en los que hubo en Europa y en Estados Unidos un intenso y fluido trato entre narración y fotografía, entre imagen y relato autobiográfico. Fue en ese creciente cruce cuando Plossu publicó Le voyage mexicain (1979), relato de un viaje hecho a México a mediados de los años sesenta. Era su primer libro importante, un foto-libro -muy cotizado hoy en el mercado- que ejerció gran influencia entre los jóvenes fotógrafos europeos. También relevante era el texto de presentación -«Puesta en libertad»- de Denis Roche fotógrafo y crítico que había conocido en 1967 y que se convertiría en uno de sus grandes amigos. Encontrarme con algunos escritores -ha manifestado Plossu en fechas recientes- ha sido un azar que con frecuencia se fue transformando en una estrecha e intensa amistad. A muchos de ellos los recordó en Portraits d´écrivains, una colaboración con el artista Patrick Sainton que se presentó en 2008. Ahora, este apunte que ofrece el Instituto Francés de Valencia, amplía aquella galería literaria de rostros hasta veintiún retratos. El número muy posiblemente se debe a las exigencias del espacio de la Mediateca del Instituto, pero bien puede evocar la sugerencia de Nadar de que era necesario tomar veintiuna fotografías al entrevistado -el primero fue el científico Eugène Chevreul, en 1886- para captar en su complejidad la personalidad del retratado. Como quiera que sea, no hay en Plossu ninguna tentación de naturaleza psicológica.

Entre los retratados merecen destacarse algunos nombres por su mayor cercanía con el autor. A Denis Roche, creador para Seuil de la colección Fiction & Cie, le vemos en 1978, en los días en que ambos preparaban, junto con Claude Nori, la citada edición de las fotos de aquel viaje mexicano y fundacional. También determinante fue su relación con Michel Butor, fotografiado aquí en su primer encuentro, en Niza, en 1982. Con Butor colaboró con frecuencia. El primer trabajo fue París-Londres-París (1988), un ejercicio sobre «los paisajes intermediarios», una imagen tomada de La Modificación (1958), obra de referencia del «nouveau roman», que alude al estado fugaz y móvil de la percepción que provoca nuestro continuo movimiento. Con el arquitecto y urbanista Jean-Christophe Bailly, a quien considera un ensayista muy visual, editó el delicado y elegante librito Hirondelles andalouses (2008), con fotografías tomadas en Níjar; un ejercicio de snapshots cuya inmediatez y velocidad compite con la rapidez del vuelo de las inquietas golondrinas. El antropólogo y sociólogo David Le Breton, autor del celebrado Elogio del caminar (2000), ha sido compañero de largas excursiones por la Alta Provenza, una región tan paseada como fotografiada por Plossu, y compañero también del divertido De Buffalo Bill a Automo Bill (2012), libro que registra con humor los reclamos comerciales de indios y vaqueros en el Oeste norteamericano.

Las imágenes reiteran otra de sus geografías vividas, la que nos lleva de La Ciotat a Marsella o Aix-en-Provence, donde retrató a Anne-Marie Garat, inteligente estudiosa de la fotografía. En 1996 Plossu publicó Marseille en autobús -de nuevo la ciudad y la fugacidad de nuestra percepción-, con textos de Gil Jouanard, un escritor para el que ha realizado numerosas cubiertas de libros. Por La Ciotat, caminando por sus astilleros, nos tropezamos con otro de sus grandes amigos, Jean-Claude Izzo, autor de la reconocida trilogía sobre la mafia marsellesa. También allí, delante del Théâtre Eden -primer cine abierto por los Hermanos Lumière- vemos a Frédéric Mitterrand, en un encuentro fugaz en 2012.

Advierte Anne-Marie Garat contra la ilusión de creer que los retratos permiten establecer una relación entre apariencia e interioridad, de que el conocimiento de las manos y, sobre todo, del rostro del escritor nos permite entrar en el secreto de su obra. A lo sumo, tan solo las fotos indiscretas o anónimas, concluye la ensayista, nos podrían acercar algo a la vida de un escritor, sin convertirlo en una estatua o en un icono. Estos retratos de Plossu están muy lejos de la solemnidad y de cualquier tentación simbólica, no pretenden revelar la vida interior. Se trata de retratos de amigos, de imágenes tomadas en paseos o en mesas de café, en conversaciones de sobremesa, y en algún caso se deben a encuentros azarosos y efímeros como el que tuvo con Georges Perec, a quien no conocía y con quien coincidió en un vagón de tren de camino a Grenoble. De hecho, las estaciones y los trenes son escenarios frecuentes en sus fotos -uno de sus escasos autorretratos le muestra en un tren por la región de Calabria-, y en ésta instantánea de 1978 -año en que Perec publicó La vida instrucciones de uso-, el doble rostro, el real y el reflejado en el cristal de la ventanilla, la luz algo forzada y la geometría del blanco y del negro, parece ofrecernos un pequeño compendio de la obra fotográfica de Plossu.

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