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Dar bien en la foto

El destino de un artista depende casi en su totalidad del hecho de salir o no bien en la foto. Hay que dar bien en cámara. Hay que tener retrato: si no, estás perdido. Una imagen no vale más que cien palabras: vale más que cien millones de palabras. Más que unas obras completas. Más que la Estética de Hegel. Más que todo Kant y Santo Tomás juntos. Como no tengas foto, no vas a ningún lado, muchacho.

Ha sido siempre así y lo seguirá siendo, desde que se inventó la fotografía y también antes de que existiese. Hace la intemerata, en los tiempos de la pintura (ese antecesor rudimentario y menesteroso de la fotografía, practicado en la actualidad sólo por los amigos de lo funerario), los escritores que tenían sentido comercial y visión de futuro se mandaban hacer un buen retrato al óleo, un cuadro en donde salieran haciéndose los interesantes, con gesto sobrio y un poco huraño, para que las generaciones venideras tuviesen la impresión de hallarse en presencia de un tipo de convicciones profundas y gran vida interior.

Mi consejo a los jóvenes poetas y novelistas, antes de que empiecen a formarse escuchando cantautores y aprendiendo a tararear sus textos a ritmo de rap, es que se hagan un buen book fotográfico. Para las solapas de los libros, para las revistas, para ilustrar las entrevistas que les hagan después de vender sus primeros quince o veinte mil ejemplares.

Fotos con cara de loco: los lectores adoran a los locos, se pirran por los malditos. Fotos de aventurero, no importa dónde ni haciendo qué. A la gente le gusta que el escritor cace leones, y pilote avionetas, y haga submarinismo, y escale glaciares, y participe en guerras. Las fotos bélicas son de lo mejor que uno puede tener en su ajuar icónico. En la trinchera, entre ruinas, en un hospital de campaña. Si no puedes participar como combatiente en alguna guerra presente o futura, hazte al menos fotos de corresponsal de guerra. La guerra da mucha autoridad, para decir cosas de este estilo: Nadie que no haya estado en una guerra tiene autoridad suficiente como para mirar a los ojos a un ser humano y decirle qué debe hacer. Declaraciones así, acompañadas de una foto con aderezo de algún Kalashnikov resultan irrebatibles.

Hemingway tenía mogollón de foto, y Kafka, en otro estilo. Beckett tenía foto por un tubo, con sus arrugas metafísicas y su nariz de ave rapaz. Miguel Hernández, con su mono de miliciano, recitando en el frente, tenía foto. Y no digamos Lorca, con su cara de enigmático príncipe sureño. Pero Guillén no tenía, ni Salinas. Cernuda sí, ya procuró inmortalizarse, de joven y viejo, con su bigote impecable y su belleza morena. Vargas Llosa no tiene foto, demasiado dentudo, demasiado funcionarial y triunfador, le falta locura en los ojos. En cambio Onetti se sale en las fotos, tirado en la cama siempre, con barba de dos días y esa bizquera de tipo peligroso.

Hazte con un par de buenas fotos y lo demás se te dará por la propia inercia del mundo.

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