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Capote, verano y humo

Capote, verano y humo

Este tórrido verano, es ideal para vivir un romance literario con Truman Capote. Pero no el de A sangre fría (1966) -icono universal de la non-fiction- sino el anterior, el más sureño, gótico y romántico, pues este muchacho de Nueva Orleans, fue puro fuego desde el principio. El universo de los primeros libros de Capote es óptimo para el largo y cálido verano. Hay que leerlo con música de góspel y humo (a poder ser, de habano), en la habitación, o en el porche. Aspirando también el espíritu de Faulkner y Nabokov a un tiempo, y contemplando indulgentes al entrañable y aún virgen escritor Truman Streckfus Parsons, antes de ser el global y excesivo Capote.

El crítico de The New Yorker, Hilton Als, cita lo que Capote escribió de sí mismo, en su relato Deslumbramiento, de 1979: «Yo tenía un secreto, algo que me molestaba, que realmente me preocupaba mucho y que tenía miedo de contárselo a nadie, a nadie; no me imaginaba qué reacción podría provocar, era una cosa tan extraña que me inquietaba, que me venía atormentando desde hacía casi dos año». Tras esta cita, Als sentencia: «Capote quería ser chica».

Era un sinvergüenza con mucho talento, y hay que contemplarlo, en la famosa foto de Tánger, fechada en 1947, encaramado a un muro, junto a sus amigos, el novelista español Emilio Sanz de Soto, Pepe Carleton y el matrimonio Bowles, con la bella Jane como alma gemela del golfante y divino muchachito rubio.

Aquella belleza de chico, en los años cuarenta, estaba a punto de publicar Otras voces, otros ámbitos, tenía 23 años, y dominaba ya un estilo que podríamos llamar «tórrido». Cuarenta años después, lo que queda de ese Tadzo, de vacaciones en Tánger, es patético; un escritor, corrompido por el exceso.

Es como si la sensibilidad femenina de Truman, presente en sus primeras obras, se hubiese transformado en otra cosa; en ocasiones, exabruptos de una reinona famosa y rica. Pero siempre buenos e impecables. Iluminados por la luz de su maravillosa técnica narrativa, su estilo suelto e incisivo. «Como un arroyo de agua cristalina».

En realidad, la decadencia de Capote, no tiene nada de romántica. Es pura Norteamérica, rica y narcótica. El salto, del espacio primigenio sureño, al territorio urbano del glamur, el sexo y la violencia cotidiana. Y aquí encontramos el cinismo de sus entrevistas a los amigos famosos, su bilis a la hora de retratar personajes. Legendaria la entrevista a Brando, que no gusto nada al actor. Recuperando el estilo de la revista donde empezó a hacer recados a los 17 años, The New Yorker.

En la reciente edición por Anagrama de sus Relatos tempranos está la prueba de que aquel adolescente ya llevaba dentro todo el talento posible. Escribió el cuento La señorita Belle Rankin a los 17 años, y ya apuntaba maneras que cristalizarían en su famoso cuento Miriam.

En realidad, el mejor Capote está en sus primeras obras, antes de que alcanzara su fama mundial, con el primer reportaje literario de la historia. El arpa de hierba, Desayuno en Tiffanys, y la citada Otras voces, constituyen un corpus literario que sumerge en su universo travieso, tierno, sensual y mórbido.

Como escribe la editora Anuschka Roshani, descubridora de los primeros relatos del escritor, Capote «pronto consiguió hacer perceptible el presente como sólo la gran literatura es capaz de hacerlo: Capote envuelve al lector en la crisálida de su narración, como en un sueño, y el lector, deslizándose a través del relato de la ensoñación, nunca despierta con el desagradable regusto de lo cursi. Demasiado auténticos, demasiado vívidos aparecen los sentimientos descritos; puros, universales y peculiares al mismo tiempo».

Hay dos mujeres fundamentales en la vida del escritor. Carson McCullers y Harper Lee. McCullers ayudó a Capote a publicar Other voices€ Truman bebió de la obra de su contemporánea. Tenían en común el gótico sureño y el simbolismo. Eran escritores carnales, con una capacidad increíble para entrar en el alma mórbida y contradictoria de sus personajes.

Se habían conocido en una muy americana comunidad artística de Saratoga Springs, Nueva York, llamada Yaddo. Por su parte, la escritora Harper Lee fue su mejor amiga, y Capote siempre dijo que él era un personaje de la novela Matar a un ruiseñor.

El éxito de A sangre fría (1966), marca un antes y un después en la escritura de Capote. A partir de ahí, las historias cobran una textura casi cinematográfica. Y sus relatos se imponen como pequeños trozos de la violencia del mundo. Música para camaleones (1980) es un ejemplo. Luego vendrán Las plegarias atendidas, publicadas en 1987, tres años después de su muerte. Libro cuyo título está inspirado en santa Teresa de Ávila. Paradojas de un artista que al final se calificaba de drogadicto y vicioso, asumiendo el rol de su propia ruina.

En la primavera de 1960, Capote estuvo en Catalunya, en Palamós, y de allí dejó escrito: «Esto es un pueblo de pescadores, el agua es tan clara y azul como el ojo de una sirena. Me levanto temprano porque los pescadores zarpan a las cinco de la mañana y arman tanto ruido que ni Rip Van Winkle podría dormir». Marius Carol le dedicó un libro a los tres veranos del escritor en el Ampurdán.

También hay aderezos de espíritu mediterráneo en el viejo y vicioso escritor genial. Conocerlo mejor es leer sus novelas y cuentos de los años cuarenta y cincuenta. Antes de que se convirtiera en un fenómeno de masas.

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