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Leyendas de verano (5)

Los héroes bárbaros

Los héroes bárbaros

Hubo un tiempo, mucho antes de la era de la Razón, en el que dioses, héroes y gigantes eran la misma cosa.

De ese tiempo procede la leyenda de los siete bogatirs, que discurre así:

Siete bogatirs, esto es, siete guerreros valerosos y nobles, con sus cascos puntiagudos y sus cotas de malla, cabalgaban juntos atravesando las desiertas estepas.

Llegaron al pie de un viejo roble donde se cruzaban tres caminos. Uno se dirigía al norte, el otro a la población de Kiev y el tercero, que fue el que tomaron, al Mar Azul.

Cerca de este, el río Safat corría con estrépito. Como se encontraban cansados, los siete desmontaron, plantaron sus tiendas de campaña y se acostaron para descansar, mientras los caballos pastaban.

Ilia Muronets despertó cuando el sol enrojecía por el este. Se arrodilló en la orilla del río, se bañó en su corriente, se secó con un paño de lino y miró a la lejanía.

Más allá del río advirtió una horda de tártaros que invadía el llano como un viento furioso. Tan crecido era aquel ejército que un hombre a caballo no hubiera podido rodearlo en cuatro días, y un lobo gris hubiera sido incapaz de atravesarlo en una semana.

—¡Bogatirs, despertad! -gritó Ilia-. Los tártaros están sobre nosotros.

Se despertaron y cargaron sobre el plural enemigo. A los tres minutos ya los habían vencido y herido de muerte en el campo. Triunfantes, se jactaron:

—¿Qué fuerza se puede comparar con la nuestra? Hemos vencido a los tártaros y, sin embargo, nuestras poderosas espaldas no se inclinan, nuestras espadas siguen afiladas y nuestros fieles corceles están dispuestos a reanudar la refriega.

—En efecto -exclamó Aliosha Popovich-. No hay enemigo que pueda vencernos.

Apenas había pronunciado estas imprudentes palabras, dos guerreros se presentaron ante él cubiertos con relucientes armaduras. Sus rostros eran más radiantes que la aurora. Se dirigieron al grupo y hablaron así:

—Venimos a probar nuestra fuerza. Somos dos y vosotros siete, pero no importa. Vamos a luchar.

Aunque los bogatirs ignoraban quiénes eran aquellos adversarios, el corazón de Aliosha Popovich se encendió en ira. Sacó su espada y cayó sobre ellos.

Sin embargo, ¡oh maravilla!, a los golpes de la espada de Aliosha los dos hombres se convirtieron en cuatro. Entonces Dobrinia Nibritich sacó su espada y partió a los cuatro jinetes por la mitad.

Pero al instante, como por encanto, aparecieron, en vez de cuatro, ocho guerreros que cabalgaban de frente contra él. Ilia Muronets siguió a Dobrinia, e hirió a los ocho con su poderosa espada.

De nuevo los adversarios se duplicaron. Era curioso: al dividirlos, se multiplicaban.

Los siete bogatirs cargaron sobre el enemigo con redoblado vigor. Pero, cuanto más luchaban, más crecían las fuerzas contrarias y devolvían golpe por golpe.

Así sucedió que, durante tres días, tres horas y tres minutos, combatieron con saña. Al fin, los poderosos hombros de los bogatirs se doblaron como cañas golpeadas, sus espadas se mellaron y sus caballos de guerra se rindieron a la fatiga.

El terror se apoderó de los siete bogatirs, que huyeron al monte para ponerse a salvo en sus profundas cavernas.

Aliosha Popovich fue el primero en llegar. Pero, tan pronto puso pie en el monte, se convirtió en una estatua de piedra. Lo mismo les sucedió a los otros.

Y así fue cómo los últimos bogatirs fueron destruidos en la santa Rusia.

Otra antigua leyenda explica cómo los dioses y los gigantes dieron forma, de manera casi involuntaria, a los accidentes de la Tierra.

Thor, el dios escandinavo del trueno, su escudero Tialfi, dios del trabajo, y Loke, el alegre dios de las llamas, decidieron partir juntos, en busca de aventuras. Como lo que les importaba era la compañía, bromeaban sin cesar y prestaban poca atención al camino.

Así, un buen día se encontraron en Utgard, patria de los gigantes, que apacientan las montañas de hielo como si fueran rebaños.

Largo tiempo vagaron por inmensas llanuras y lugares desiertos, atravesando montes y derribando peñascos, sin encontrar señal de vida en todo el país.

Al oscurecer avistaron una casa que parecía una gran caverna. Y, como la puerta, que era enorme, estaba abierta, entraron y se encontraron con un gran salón desamueblado y desierto. Se instalaron allí para dormir; pero al cabo de un rato, y cuando más profundo era el silencio de la noche, despertaron sobresaltados. Unos extraños ruidos hacían retumbar los muros.

Thor se levantó de un salto, dispuesto a descargar su formidable martillo. Pero, como nadie entró, permaneció toda la noche a la espera, haciendo guardia tras el umbral de la puerta. Presos del mayor terror, Loke y Tialfi corrieron de aquí para allá, buscando dónde esconderse, y acabaron refugiándose en un rincón.

A la mañana siguiente se descubrió que los ruidos extraños eran los ronquidos de Skrimir, un gigante enorme, aunque pacífico, que dormía allí mismo. Lo que habían tomado por una casa era el guante del gigante, tendido en el suelo a su lado. La puerta descomunal era el hueco de la muñeca, y el dedo pulgar el rincón donde los compañeros de Thor se refugiaron.

Skrimir les saludó con una gran sonrisa al verles, y siguió el viaje con ellos, sirviéndoles de guía y llevándolos en su equipaje. Pero Thor recelaba de las maneras de un gigante tan poderoso, capaz de aplastarlos como a hormigas sin darse cuenta. Por eso decidió acabar con él por la noche, cuando se entregara al sueño.

Aquella noche, pues, en cuanto el gigante empezó a roncar, Thor levantó su martillo y descargó en el rostro de Skrimir un golpe tan tremendo que hubiera partido una montaña. Pero el gigante apenas si salió de su sueño para frotarse la mejilla.

—¿Me ha caído encima una hoja? -preguntó.

En cuanto volvió a quedarse dormido, Thor descargó sobre su cabeza otro golpe aún más vigoroso que el anterior, y el gigante entreabrió los ojos de nuevo.

—He sentido como si me cayera encima un grano de arena -dijo.

A la tercera vez, Thor empuñó el martillo con las dos manos, lo volteó en el aire para tomar impulso y descargó un golpe que hizo retumbar la tierra.

Al momento, Skrimir dejó de roncar.

—¿Hay gorriones en este árbol? -preguntó-. He sentido como si me ensuciaran la cara.

Al día siguiente reanudaron su camino. Por la puerta de Utgard, cuyo dintel se pierde entre las nubes, entraron con Skrimir en el jardín de los gigantes. Estos los recibieron con gran jolgorio. Les dejaron asistir a los juegos que estaban celebrando, e invitaron a Thor y a sus compañeros a tomar parte en ellos.

A Thor le presentaron un enorme cuerno lleno de cerveza para que bebiese, y le advirtieron de que entre ellos era costumbre vaciarlo de un solo sorbo.

Valientemente, Thor aceptó el desafío y lo intentó tres veces, pero sólo consiguió hacer que el nivel de la cerveza disminuyera dos dedos.

—¡Pobre y débil criatura! -le dijeron-. Ni siquiera serías capaz de levantar ese gato que ves ahí.

Pese a su fuerza sobrenatural, y por pequeña que parezca la hazaña, Thor apenas si pudo alzar un poco el pescuezo del animal, allí donde la piel está un poco suelta, y a duras penas consiguió levantarle una pata.

—¡Bah! ¿Y tú crees ser un héroe? -le dijeron las gentes de Utgard, riendo a coro-. Mira, ahí tienes a una pobre vieja que desea luchar contigo.

Rojo de rabia, Thor se abalanzó sobre la vieja. Las venas de sus brazos se hinchaban como si fueran a estallar, y rugía como un león furioso. Pero, por más esfuerzos que hizo, fue incapaz de derribarla.

Al salir de Utgard, Skrimir les acompañó cortésmente un buen trecho. Thor y sus compañeros estaban tan avergonzados que no se atrevían a levantar la cabeza. Antes de despedirse, el gigante se dirigió a Thor:

—Al fin has quedado vencido. Pero tu derrota no debe avergonzarte, porque todo ha sido una ilusión de tus sentidos. El cuerno que intentaste agotar de un sorbo era el mismo mar, y, sin embargo, conseguiste que menguara un poco. Pero, ¿quién podría beber lo insondable?

»El gato que probaste a levantar del suelo era la Gran Serpiente del Mundo, que, con su cola en la boca, ciñe y mantiene en su sitio la creación entera. Si la hubieras derribado, todo se habría desplomado, y cuanto vemos no existiría. Ahora, en torno a nosotros, solo habría confusión y ruinas.

»Y, por último, la vieja con quien luchaste era el Tiempo, la Eternidad. ¿Crees tú que hay alguien capaz de vencer al Tiempo? Ni los hombres, ni los gigantes, ni los dioses. Nadie podrá hacerlo nunca. ¡El tiempo siempre es más fuerte!

»En cuanto a los tres golpes que creíste darme con tu martillo€ Mira esas montañas. ¡Las levantaron tus tres martillazos! Y mira esos tres valles, que se abrieron entonces.

Dicho esto, el gigante se despidió de ellos y regresó a su patria. Y Thor y sus compañeros se quedaron admirando aquellas montañas y aquellos valles, que antes no existían. Luego volvieron al palacio de los dioses sin pronunciar una sola palabra, pensando en la misteriosa aventura que les había tocado vivir.

El escritor Thomas Carlyle encontró esta historia en una saga escandinava y la incluyó en su libro Los héroes. De allí la tomó Alejandro Casona para incluirla en su recopilación Flor de Leyendas.

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