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Rodeados de posibles heroísmos

Rodeados de posibles heroísmos

Es sabido que, como ocurre en el Ejército, la corrupción es también una cuestión de grados. Y como aquí casi todo el mundo ha hecho la mili€ La ardua tarea de los mangantes de postín sería inane sin el concurso de una enorme tropa de reclutas que van allanando el camino a los grandes proyectos de sus comandantes desde sus mesas de despacho a cambio de unas cuantas gabelas menores que acaban por convertirse en el iceberg de las mayores tropelías.

Pongamos, por ejemplo, el oscuro caso de la Ciudad de la Luz, cuyo cantado fracaso nos ha costado millones de euros a los valencianos. Todos sabíamos que no era necesario seguir a Eduardo Zaplana en las fantasías millonarias para su bolsillo y el de sus compinches. Y, sin embargo (ni vergüenza), abundaron los cineastas de a pie que se apresuraron a vender su entusiástico apoyo al asunto, a sabiendas de que todo aquello olía peor que ciertas zonas de la Albufera. Y todo por el apoyo firme al futuro del cine valenciano, claro. Pero ¿qué cine valenciano? Ni existía entonces ni existe ahora, pese a las groseras ocurrencias de algunos mal informados. ¿Y cómo puede existir un cine valenciano? ¿Dónde están los autores, dónde el talento?

Fueron muchos los presuntos cineastas de barriada que apoyaron en su momento la creación de la Ciudad de la Luz (convertida al cabo en una tediosa versión de Luces de la ciudad) y todavía resisten a su modo los que afirman que Valencia dispone de un montón de excelentes guionistas. Son los mismos que consideran ejemplar una serie de sobremesa tal que Amar es para siempre, así que ya empezamos como siempre, a largar para nada, a exagerar para provecho propio y de los amigos, a naufragar en naderías antes de comenzar la faena. Todo tan aburrido como siempre, tan nefasto como siempre, tan engañoso como siempre. Porque ¿dónde están los excelentes guionistas valencianos? Posiblemente ocultos o, en el mejor de los casos, bien lejos de aquí, por si acaso terminan como la dama del lago.

Y no exagero ni un pelo, incluso retrocediendo a los años que muchos consideran todavía gloriosos. Nadie podrá convencerme de que las ocurrencias fílmicas de un grupo de amigos, en los tiempos de la movida valenciana, tenían el menor interés estético, salvando quizás algunos planos de Rafa Gassent bajo el aliento espiritual de Maenza. Y eso que eran adictos al cine-club y expertos en Bergman y en Passolini, en Bertolucci y en Godard. Si de verdad amaban ese cine, jamás habrían hecho el suyo, ya que basta con recordar algunos trabajitos de un tal José Luis Seguí para enfangarse de nuevo en la vergüenza ajena. Resulta curioso recordar que si los engendros eran en lengua valenciana tenían cierto recorrido en Barcelona y aledaños, ya que Jordi Pujol estaba muy interesado en apoyar todo lo que sonara a catalán aunque fuera de lejos; pero también conviene recordar que por entonces se lanzaba en el norte con cierta resonancia la Escuela de Barcelona, que por cierto nada quería saber de Jordi Pujol ni de su jefa la Ferrusola, y no como Rodolf Sirera, quien al recibir el Premi Nacional de Teatre de Catalunya o algo parecido vino cantando a todo el que quería escucharle las excelencias de Jordi Pujol como gran estadista. A eso se le llama disponer de un olfato privilegiado. Si al menos se hubiera limitado a adular a la Ferrusola€

Así que volvemos a estar como siempre, a dos velas y alejados de algún talento próximo con el que poder sentarse en la barra del bareto alegremente y con provecho. Todo esto lo sabía muy bien el mejor Amadeu Fabregat, que por algo vive cómodo en Madrid como experto en contraprogramación televisiva. ¿Para qué instalarse en el error si puedes vivir como dios en otra parte? Y llega así el peor de los momentos, que no es otro que el de la referencia breve a la Cartelera Turia. Una cartelera que comenzó alardeando de progresismo furibundo para terminar engorrinada en el porno de callejón oscuro. Para esa tropa de profundos ignorantes, conviene recordarlo, una peli como Apocalipsis Now, del gran Coppola, era una mierda como un piano, y hasta se entretenían burlándose de su magistral arranque, con un Charlie Shen enloquecido en un hotel de Saigón y temblando ante el movimiento de las aspas del ventilador que le devolvían a lo que en vano quería olvidar como fuera: los helicópteros americanos del napalm. Y lo mismo con La conversación, tal vez la película más cruel de Coppola, la más desoladora, la que retrata el infierno de la soledad de la manera más terrible.

Y por ahí seguimos. ¿Dónde está el talento valenciano para el cine, en cualquiera de sus facetas? ¿Dónde los grandes guionistas, los grandes directores, los grandes actores, los grandes críticos? ¿Dónde el aliento para hacer algo que merezca verse en pantalla? Ocurre como si el rosario de tonterías que se trata de describir aquí jamás hubiera sucedido ni, lo que es todavía peor, pudiera perpetuarse. De ahí que se hagan grandes planes desde la más obtusa inanidad, cuando en realidad se repite como el ajo mal cocido casi todo aquello que resultó ser nada, como pan y chocolate para adolescentes en el recreo. Y encima algunos de los responsables de este páramo creativo pretenden resucitar de nuevo como si estuvieran rodeados de posibles heroísmos.

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