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Una huella imborrable

Una huella imborrable

Vaya por delante que la exposición era dura. Una muestra compleja de asimilar y estéticamente cruda de ver: ante cinco estructuras de contundente apariencia realizadas en hierro, tachuelas de aluminio y telas rígidas, entre otros materiales, que la artista valenciana Ángeles Marco (Valencia, 1947-2008) realizó entre finales de los 70 y los 90. Esculturas pertenecientes a series como El Tránsito y Salto al vacío, o la serie Presente / Instante, con grandes paneles verticales, dejados caer en el suelo e inclinados sobre la pared, uno a continuación del otro envolviendo al espectador y con la presencia constante de una voz, la voz de Marco, que se te mete en la cabeza de tantas veces como va repitiendo una y otra vez la misma palabra. La pieza aprisiona, ahoga y a la vez, con ese punto que todos tenemos de morbo o incluso de atracción hacia el sufrimiento resultado de cientos de años de catolicismo, nos quedamos ahí, como hipnotizados. Queremos más. Es posible -lo es- que sean las dimensiones del espacio y que las esculturas de Marco estén hechas para espacios infinitos y no tanto en recintos limitados. Recientemente tuvimos ocasión de contemplar una de ellas, imponente, magnífica, en la exposición Discursos premeditados de la colección de la CAM. En Espaivisor la obra Presente/Instante literalmente atrapa al espectador.

A propósito del espacio recordamos que esta escultora-performer daba gran importancia a la conexión que se establecía entre aquel y las esculturas. Para Ángeles Marco era muy importante el juego de la presencia del objeto a la vez que generar una ausencia a su alrededor. Esta, en principio, incongruencia no es tal. El tremendo andamiaje de las obras no hace sino destacar varios vacíos: el vacío que se genera a su alrededor, el que se genera entre sus intersticios, y el que siente el observador, como es el caso de la serie Salto al vacío. Obra que, semánticamente, remite a esos vértigos personales que alguna vez sentimos, a esa necesidad de acabar saltando y dejar de sentir angustia, soledad, vacío. Gloria Moure ya escribió sobre el fuerte componente existencial en las obras de Marco. De la dialéctica formal al Yo soy se ha planteado como un homenaje a una artista que nos dejó demasiado pronto, una pequeña contribución que la galería ha querido ofrecer al público y, sobre todo, a las nuevas generaciones de artistas que no han tenido la ocasión de conocer mejor su trabajo. Aunque escuchando al galerista Mira Bernabeu la pequeña colaboración ha sido todo menos pequeña, por la cantidad de archivos, obras en hierro que ha habido que lijar, pulir y trabajar. Y los escritos. Ángeles Marco era una trabajadora incansable y sistemática: hacía esbozos, listas de cosas, dibujaba, repensaba una y otra vez las ideas que rondaban por su cabeza, revisaba constantemente los objetos, su obra, y escribía, con esa «intensidad imperativa de su voz» (Román De la Calle) y que como una huella imborrable quedaban reflejadas en sus instalaciones, proyecciones y performances. La muestra nos permite asomarnos a ese momento tan personal e íntimo de la autora. Con todo, Ángeles Marco era una artista que permitía que cada uno interpretara a su modo lo que veía o sentía frente a sus obras. Como buena performer era consciente de que su actuación sería interpretada de muy diferentes formas, que iban desde la admiración, pasando por el desconcierto o incluso el menosprecio. Y lo asumía. De ahí también su grandeza.

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