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Las vidas de la obra

Para acceder a la obra de Ángeles Marco parece necesario desandar el camino trazado por esta, recuperar sus tiempos, retomar la memoria de los objetos. Este imperioso trabajo de relectura se manifiesta en el proceso creativo que es inherente a la obra. Un proceso que fácilmente identificamos con el de la escritura si, parafraseando al escritor cairota Edmond Jabès, concebimos la escritura como acto simultáneo de lectura. Es decir, como aquel que está llamado a instaurar lo que se escribirá a partir de lo que ya está escrito. No parece forzoso establecer esta clase de paralelismos si, además, tenemos en cuenta la importante presencia textual en series como Presente / Instante. Independientemente de esto, cierta idea de relectura se sustenta en los amagos del pasado y las posibilidades del futuro que quedan reflejadas en el presente. De ahí, que la obra se dé en un tiempo que se contrae o dilata, y que desposeída de sí devenga obra en su interacción con el resto de piezas, en el espacio mutable y concreto.

La ambigüedad latente, el sentido polisémico o las dobles lecturas, constantes en el trabajo de Ángeles Marco son algunos de los elementos que nos hablan de las diferentes vidas de la obra. Todas estas posibilidades se ven comprometidas por la dirección instalativa de la artista, que ahora nos abandona. Sobre este punto parece arrojar luz la serie Presente / Instante que aboga por una obra autónoma plena de significantes. Esta se realiza en un periodo de experimentación y madurez en el que el discurso de la artista se torna más complejo y requiere de diferentes disciplinas como: performance, vídeo, fotografía o escutura para cristalizarse. La serie, con un eminente carácter retroactivo, parece invocar un tiempo y un espacio difícil de rastrear donde las pistas se falsean en un incesante juego entre el original y la copia.

Las fotografías, intervenidas con texto, registran la acción de la artista. A este registro se le suma el del vídeo que se muestra en un monitor de televisión. El monitor es a su vez fotografiado, siguiendo la secuencialidad de la acción, como si las fotografías fueran fotogramas. Nos encontramos con un archivo interminable donde las palabras aparecen fijadas en clichés y solapadas unas a otras a modo de palimpsesto; montadas en grandes estructuras de metal parecen blindar su propio significado. Y en lo que se nos antoja una urna queda custodiado el vestuario empleado por la artista como vestigio o correlato de la acción. En esta empresa, todo nos lleva a pensar que el ser se aferra a un tiempo extinto, haciéndonos de este modo reflexionar sobre «el ser ahí» y la obra como experiencia transitiva.

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