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Bombas filantrópicas

Bombas filantrópicas

A finales del siglo xix y principios del siglo xx era muy común la representación de ciudades a vista de pájaro en donde, entre la masa urbana, emergían innumerables chimeneas humeantes que no eran sino, en la estampa en la que estaban representadas, símbolo y orgullo de una ciudad moderna y activa. Todas las chimeneas ahora inactivas que aún siguen en pie forman parte de un patrimonio industrial que durante décadas ha quedado hibernando a la espera de un futuro incierto. El destino de todo este patrimonio arquitectónico pasa inevitablemente por su reutilización o bien por una muerte agónica que acabe en su desaparición física.

Son construcciones que poseen la fuerza física de los materiales y la del paso del tiempo, por lo que es necesaria una lectura contemporánea para revitalizarlas desde el presente, evitando la inútil momificación museística de su pasado por demostrarse un modelo ineficaz e insostenible económicamente en el tiempo.

El Patrimonio Industrial es un gran desconocido para el público en general y como consecuencia de ello poco apreciado. Esto viene agravado por haber recibido poca atención e interés por parte de las instituciones responsables de su tutela. Por ello tenemos escasas luces y muchas sombras sobre el destino de dichas infraestructuras. Aun así, podemos disfrutar de ejemplos como las naves de la Cros, salvadas en el último minuto, pero con un programa de usos que es el resultado de una maquinaria burocrática no interesada en la conceptualización o usos adecuados al patrimonio público. Lo mismo ocurre con el complejo industrial de La Ceramo de Benicalap, que se encuentra en proceso de rehabilitación pero con un destino dudoso. En el lado oscuro podemos encontrar no pocos casos recientes de perdida de patrimonio como el Casino Republicano del Pinzón en el Cabanyal-Canyamelar o la viva polémica sobre la próxima demolición del cine Metropol -de Javier Goerlich-, que ha provocado un movimiento opositor notable. En ese sentido sea bienvenida la iniciativa de ciudadanos particulares o empresas dispuestas a invertir su patrimonio en proyectos mejor estructurados y abiertos a la participación pública como son otros ejemplos de importancia reconocida como el Caixa Fórum de Madrid o el de Barcelona.

Lo ocurrido con la antigua fábrica Bombas Gens del barrio de Marxalenes es un claro ejemplo de lo apuntado anteriormente. De la mano de José Luis Soler, Susana Lloret y Vicent Todolí nace un interesante proyecto de centro de arte contemporáneo de cuya gestión se ocupa Núria Enguita. En un empeño personal y con una actitud filantrópica el empresario José Luis Soler toma como referencia esa actitud que está muy extendida en países anglosajones de hacer partícipe a la sociedad de los beneficios que ésta le ha proporcionado.

Pese a su singularidad, el edificio construido en 1930 por el arquitecto Cayetano Borso di Carminati, autor también del cine Rialto, no se trataba de una construcción patrimonial de primer orden ni especialmente destacable por su arquitectura. Según el Catálogo de Bienes y Espacios Protegidos recogido en el plan general de València se le califica como «Bien de Relevancia Local» con un nivel de protección muy elemental que sólo obligaba al propietario a mantener las fachadas delantera y trasera. Con todo ello se ha apostado por una intervención limpia, eficaz y discreta sin estridencias en donde el espacio expositivo y el arte son los protagonistas, una actitud no exenta de antiguas polémicas pero muy valorada por muchos profesionales del mundo del arte.

Las amplias naves industriales se han transformado en unos espacios perfectamente válidos para acoger arte contemporáneo en una reinterpretación tipológica o versión actual de las galerías o salones palaciegos que en su día se convirtieron en los primeros museos públicos. Aquí se produce una revalorización del lugar fruto de una lectura contemporánea, conservando el carácter de las naves y revelando todo su potencial. Aunque quizás lo más interesante sea lo que puede generarse alrededor de Bombas Gens.

Primero, que los espacios expositivos sean algo más que un lugar en donde se almacena y se muestra una colección. Deben convertirse en un lugar abierto de reunión y encuentro que genere pensamiento a través de sus propuestas culturales que no dejen la producción discursiva exclusivamente a las grandes instituciones ya establecidas.

Segundo, otro factor muy interesante es su ubicación alejada del centro neurálgico turístico de la ciudad. Esto puede convertirlo en un catalizador de los procesos de revitalización urbana del área periférica de Marxalenes.

Tercero, su dimensión social va más allá de lo cultural. No sólo se trata de un lugar dedicado al fetichismo del arte, sino que «Per amor a l´art», fundación que aglutina el proyecto, han integrado aspectos sociales, como es dedicar recursos a la investigación de enfermedades raras como la enfermedad de Wilson o llevar a cabo iniciativas que ayuden a paliar las necesidades de la población infantil en riesgo de exclusión.

Cuarto, este acontecimiento cultural en la ciudad de València sería deseable que se convierta en un referente para los amantes del mundo del arte y un revulsivo para el panorama artístico de nuestro entorno. Es decir, una avanzadilla de las propuestas contemporáneas que se dan en otros lugares y que aquí marcan un paso adelante que deja por detrás propuestas de finales de los años 80 de nuestra ciudad pendientes ahora de una necesaria renovación.

Es muy probable que si William Morris o John Ruskin levantaran la cabeza celebrarían este acontecimiento totalmente recuperados de su nostalgia romántica, que allá en la segunda mitad del siglo xix consideraba la actividad industrial y capitalista como una enfermedad del espíritu, al ver convertido este espacio un lugar para la terapia espiritual. Celebremos también con ellos la venida de un tiempo que avanza más humano y filantrópico.

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