Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

¿Quién me protegerá de tu belleza?

¿Quién me protegerá de tu belleza?

Mi relación con los libros hoy podría calificarla, sin pecar de tremendismo, de patológica. En otras palabras: los libros me han arruinado la vida. No estoy hablando en broma, ni trato de ser ocurrente para captar su atención. No sé cómo habrá sido en su caso, pero a mí los libros no me han hecho feliz nunca, sino todo lo contrario, inmensamente desgraciado. Si pudiera prescindir de ellos lo haría, pero no tengo otra vida. Durante mi infancia empezaron por insinuarse en mi vida poco a poco, astutamente, como quien no quiere la cosa, ahora me doy 19cuenta. Luego, durante la adolescencia, esa etapa tan importante de la vida que ha desaparecido hoy, su influencia fue adquiriendo cada día mayor importancia, hasta el extremo de que llegaba a hablar por los libros y no de los libros. Y hoy han colonizado mi vida por completo. Los libros no hacen felices a las personas se lo aseguro, las hacen profundamente desdichadas. Y me alegraría mucho de que no fuera su caso, pero es el mío y tengo que confesarlo ante ustedes. Hay que ser sincero alguna vez en la vida.

Les pondré algunos ejemplos. Se trata de libros más o menos recientes, en cualquier caso contemporáneos, dato este a tener en cuenta. Y digo a tener en cuenta porque uno no llora ya con las tragedias antiguas, por muchos ojos que se saquen y lenguas que se arranquen. Tampoco el drama moderno nos hace llorar ya. Son las ficciones contemporáneas las que nos forman un nudo en la garganta y desatan un torrente incontenible de lágrimas.

En 2011 se publicó Mi planta de naranja lima, del autor brasileño José Mauro de Vasconcelos. Con pocos libros he llorado yo tanto en mi vida. Cierto que yo lloro con facilidad, pero les reto a que lo lean y luego hablamos. Poco después, la misma editorial publicó Memoria por correspondencia, de la pintora colombiana Emma Reyes. Me ahogaba mientras leía, tenía que levantar la vista del libro, ir al lavabo a rociarme la cara con agua mientras exclamaba Dios mío, Dios mío, cuánto horror. Cuánto horror también en El fin del «Homo sovieticus» de la periodista ucraniana y premio Nobel, Svetlana Aleksiévich. Y un libro más para terminar con los ejemplos, Adiós a Sidonie, de Eric Hackl, publicado por Pre-Textos en 2002. Todos son libros bellísimos, hermosísimos, conmovedores, pero a la vez son libros terribles, son libros sobre la inocencia violada, sobre la gratuita crueldad del ser humano, sobre la precariedad de todo en esta vida, sobre la pérdida, el abandono, el dolor, el sufrimiento. Ya sé que hay otros libros más optimistas. Pero el problema es que los que traigo a colación no son pesimistas, sino precisamente realistas, ficciones realistas y libros necesarios que es obligado leer. De acuerdo en que estos son casos extremos, pero hay muchos casos extremos, los casos extremos ya no son la excepción, hoy han pasado a ser la regla. La mayoría de las obras de ficción de los últimos cuarenta o cincuenta años son deprimentes. Y lo son precisamente en razón de su veracidad, lo son porque nos hablan de la condición humana, lo son porque nos hablan de nuestros crímenes, y aunque en el mundo haya hombres y mujeres buenos, el mundo es un lugar siniestro, lleno de dolor, de traición, de crueldad, de desesperación, de incomprensión, de egoísmo, de indiferencia, de mentira, y la literatura no puede ignorar todo eso, pues la literatura se hace con la vida, convirtiendo los casos particulares en universales. Porque un caso particular se puede tratar de comprender, se puede aislar, se puede hasta soportar, se puede incluso combatir y reducir. Pero contra los universales, contra las esencias, contra la naturaleza humana, contra nosotros mismos, estamos indefensos, no podemos hacer nada. Podríamos citar a Camus si quisiéramos buscar un antecedente más o menos próximo para explicar esta situación de la ficción. El extranjero, una lectura de juventud en mi caso, lo ilustra muy bien a mi juicio. Hoy todos somos extranjeros, hoy nadie está ya en su casa, unos menos que otros naturalmente, y el enemigo lo llevamos dentro. Dicho en otras palabras, nos estamos aniquilando mutuamente y a nosotros mismos, nos estamos desarraigando de nosotros mismos. Si la novela del siglo xix reflejaba la sociedad y los sentimientos de su siglo, la novela contemporánea refleja una sociedad rota, sin sentimientos ni emociones, una sociedad en guerra consigo misma.

Pasemos ahora a tratar de rebatir otro lugar común. Tampoco leer nos hace más libres como dicen algunos, al contrario, nos esclaviza, los libros nos someten, nos sojuzgan, nos hacen esclavos de la lectura, esclavos de las ficciones, hasta el punto de que los más contaminados, como es mi caso, vivimos nuestra vida como si fuera una ficción, y vivimos las ficciones como si fueran nuestra vida. ¿Leer nos hace más cultos? Quizá. Pero, ¿de qué sirve la cultura en un mundo de analfabetos? La literatura ni siquiera es ya un buen tema de conversación. Prueben a sacar algún libro a relucir en una conversación y verán cómo reaccionan sus conocidos. Prueben en cambio a hablar de cualquier mierda televisiva, y todo el mundo se animará a meter baza.

¿Por qué leer entonces sabiendo como sabemos que leer no nos hará ni más felices ni más libres, sino menos? Pues porque el hombre, en contra de lo que ha dicho siempre cierta filosofía, no busca la felicidad, si la buscase otro gallo nos cantaría. El hombre busca destruirse, consumirse, hundirse cada vez más en el fango. Eso es a lo que algunos llaman beberse la vida, probarlo todo, vivirlo todo, experimentarlo todo. Yo no creo en el valor de la experiencia, y creo que hay experiencias que habría sido infinitamente mejor no tener. La experiencia sólo nos enseña que no se aprende nada de la experiencia. Y si alguien encuentra la felicidad, siempre habrá sido por casualidad, sin haber intervenido para nada en ello su voluntad, y lo más probable es que al no reconocerla, no tarde en perderla, y siempre, siempre, siempre, habrá sido culpa suya.

Los libros son por lo tanto inútiles. Pero como tantas otras cosas inútiles en esta vida, el amor, la compasión, la confianza, la esperanza, la amistad, son lo único que necesitamos realmente para vivir una vida digna de ser vivida.

«Todo el mundo conoce la utilidad de lo que es útil, pero pocos conocen la utilidad de lo inútil.» Zhuang Zi

Compartir el artículo

stats