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También la realidad se inventa

Parece que la única frontera que separe a la literatura del periodismo sea a veces la ficción, pero la ficción no es más que otra cara de la realidad y muchas veces el mejor modo de entenderla. El mundo tal como es vale menos que su copia. De modo que tampoco es esa una frontera entre el periodismo y la literatura, la que se establece entre la realidad y la ficción. Como no lo es el lenguaje. Parece a veces que la literatura deba cumplir, y es natural que lo cumpla, una vocación de palabra creadora, y el periodismo no. Pero al periodismo le cabe la obligación de cuidar sus materiales y el más preciado de ellos es la palabra. En descargo del periodismo, suelo decir que es literatura de urgencia, pero ni todo el periodismo se hace con prisas, ni todas las prisas tienen sentido, ni por mucho que sea el sosiego buen compañero del arte todas las artes eludieron las prisas. Probablemente, García Márquez esté entre aquellos a los que nos parece tan lícito la penetración del periodismo en la literatura por medio de sus técnicas más reconocibles -el reportaje, por ejemplo- como de la literatura en el periodismo a través de interpretaciones o recreaciones de la realidad que acercan al lector a la realidad más que la transcripción misma de la realidad. Tan periodistas, pues, pueden llegar a ser Truman Capote o Norman Mailer como el propio García Márquez viendo crecer interminable el pelo de una muerta. Quizá por eso Hemingway decía que «el periodismo nos puede llevar a cualquier parte siempre que lo deje uno a tiempo». De la realidad a secas no crece apenas nada, pero de la realidad doblada, de su recreación, se obtiene un espacio provechoso.

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