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4321 Paul Auster: Una educación sentimental americana

4321 Paul Auster: Una educación sentimental americana

Archie Ferguson amante, Archie escritor, periodista, estudiante, Archie revoltoso. Archie tratando de no ir a Vietnam, Archie haciendo el amor, mientras Ruby entra en una comisaría de Dallas y asesina a Lee Harvey Oswald. Archie visitando, en la Universidad de Columbia, la habitación donde se alojó Federico Garcia Lorca, y escribió Poeta en Nueva York; Archie leyendo la Odisea en el West End; Archie, con 19 años, escribiendo un libro en París; Archie muriendo en un incendio, y muriendo otra vez en un accidente, y Archie Ferguson en Nueva York.

Ciudad nutricia de Paul Auster, escritor de culto tras la publicación de sus historias neoyorquinas de los años 80, y que ahora, se descuelga en pleno siglo futurista, con un novelón a lo Tolstoi, pero con el inequívoco aroma del spleen americano.

El lector que desafíe las 975 páginas de la novela de Auster se va a enfrentar al dilema de buscar a Archie por todas partes, sin encontrarlo del todo, pues su carácter incierto viene de sus propias contradicciones. Una novela que hay que tomar con calma, saborearla en su justa medida, a trozos, pues la densidad del relato y sus cuitas sumerge en una década, la de los sesenta, iniciática, revolucionaria, perfecta para plasmar las aventuras y desventuras de un americano medio, prototipo del burgués blanco e intelectual. El buen chico americano que juega al béisbol como Di Maggio, consigue una beca en Princeton, y observa, atónito, sus distintos roles en la década prodigiosa. El helado y aburrido panorama del american way of life. La de los vendedores de coches y hombres hechos a sí mismos en aquellos lejanos años sesenta del siglo xx, cuyos mitos perviven, inmutables, intocables, en el xxi.

La naturaleza humana en su mundo más doméstico. La ambición yanqui. Con un punto de vista, poliédrico, el autor de Mr. Vértigo (1994), convertido en narrador omnisciente, nos pasea el espejo flaubertiano a lo largo del camino; y el nuevo Auster, sin alardes alegóricos, sin escenas especialmente fuertes, con gran paciencia y pachorra narrativa, compone un relato trapezoidal de realismo costumbrista. La vida cotidiana densa y los avatares de un individuo, narrados con minuciosidad de orfebre; y una prosa desbocada, incesante, sin apenas diálogos, que exige pausas para respirar. Imposible no pensar que Auster reflexiona sobre sí mismo y su vida, sus gustos, su carrera, la Universidad, sus amores, y su angustia vital. Es su educación sentimental particular que a la postre, de tantos finales, carece de ellos.

«Porque lo real también consistía en lo que podría haber ocurrido pero no sucedió, que un camino no era mejor o peor que cualquier otro, pero el tormento de estar vivo en un solo cuerpo significaba que en un momento dado uno tenía que encontrarse exclusivamente en un solo camino, aunque pudiera haber estado en otro dirigiéndose a un lugar enteramente diferente». Así piensa Ferguson, por boca de su narrador todopoderoso, dando -sólo en la desembocadura esta novela río- las claves de sus pretensiones.

Auster regresa, después de tanto tiempo, a «la querida sucia, vehemente Nueva York, la capital de los rostros humanos, la Babel horizontal de las lenguas humanas», para sumergir al lector en un jardín de senderos que se bifurcan, si bien en las antípodas del simbolismo; bien al contrario, narrando con sencillez un universo más bien prosaico, en muchas ocasiones, con visos de comedia.

Le vienen a uno a la cabeza otros novelones de su generación anterior, tan admirada, como los de Mailer, Gore Vidal o Tom Wolfe. La gran tradición americana de despellejar su propia historia. Porque las aventuras de Archie Ferguson suceden entre los acontecimientos decisivos de la historia de América de esos años. Lo cierto es que tan solo son una excusa, un mero decorado, para dibujar mejor la vida íntima de sus numerosos personajes»

"El retrato de una década tan llena de tumulto y confusión como para dar al país Malcom X y George Wallace, Sonrisas y lágrimas y Jimi Hendrix, los Berrigan y Ronald Reagan».

Desde la descripción de la primera máquina de escribir de Ferguson, hasta las secuencias del béisbol, que siempre están ahí, como un ritmo, la morosidad narrativa del autor, su puntillosidad en las descripciones, las continuas digresiones, despistarán a más de uno. En realidad no hay atmósfera, sólo hechos que se suceden, narrados casi como se lee una noticia.

La pluma de Auster se mueve al capricho de su memoria de adulto. Sus personajes no critican la realidad, tan solo la viven tal y como viene. Sus impulsos son simples, no hay complejidad ni doble sentido. Aleatorio e imprevisto, en ocasiones recuerda a Bolaño y en otras a Kafka en sus Diarios, aunque Auster con la cabeza siempre en Dostoievski, tiene declarado que Crimen y castigo, leída a los 13 años, marcó su vocación de escritor.

Auster total, y también contradictorio. Fácil de leer, como siempre. Le confesó hace nada a Eduardo Lago, en Babelia, el pasado 1 de septiembre, algo que también manifestaron escritores como Faulkner y Lowry: «A veces me pregunto por qué me he pasado la vida encerrado en mi cuarto escribiendo cuando afuera el mundo está lleno de vida y de posibilidades». Gracias a la reclusión de Paul Auster podemos disfrutar de esta novela.

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