Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La extrañeza

He terminado por entender la extrañeza no como un estado de ánimo -aunque lo sea también-, sino como una certidumbre del conocimiento. Como una conquista que la inteligencia incorpora a la experiencia corporal. La extrañeza y nosotros somos una y la misma cosa. Se ha incorporado a la cadena alimentaria y los animales extrañados comemos de la extrañeza de los animales restantes, en un círculo vicioso no menos extraño.

Qué raro es todo, qué extravagante, qué poder de perplejidad tienen las cosas sobre nosotros, sobre eso que denominamos la

realidad sin que sepamos muy bien en

qué consiste. Sobre todos nosotros, a

poco que nos paremos a pensar en dichas

cosas, a observarlas, a evaluar su proceder,

sus consecuencias.

¿No estás de acuerdo? Me parece chocante, pero también lo esperaba, porque en el hecho de poder esperar cualquier reacción, cualquier respuesta, estriba una buena parte de la condición sorprendente de lo que nos rodea.

A menudo me quedo mirando lo más cercano y no salgo de mi asombro, por el hecho de que exista, pero sobre todo porque haya llegado hasta mí, que soy una extrañeza parcial de la extraña totalidad. Encima de la mesa tengo papeles, plumas, bolígrafos y rotuladores, una regla con la numeración decimal, un ordenador y docenas de cables, un artefacto que repite las señales del router que se encuentra al otro lado de la casa, grapas sueltas, libros por leer, una jarra y un vaso de agua, unas gafas de sol. El desconcierto de los hábitos familiares, con su lógica dadaísta, ha empujado hasta mi escritorio un pintaúñas de color granate (Make up Milano, está escrito en el frasco de cristal), una diadema de carey, un carrete de hilo gris y una aguja de coser, un par de pendientes de fantasía, unas gafas de sol y un pequeño bote de vaselina perfumada de cereza para los labios.

La sencilla reunión de los objetos me sume en el pasmo: ¿qué hacen todos estos chismes reunidos? El acto de pensar en su trayecto hasta acabar encima de mi mesa del despacho contiene un tratado de filosofía, una novela de aventuras y una comedia del absurdo, un drama experimental de esos en los que los personajes principales no saben que son secundarios y se pasan las horas esperando a alguien que no tiene que acudir, porque desde siempre ha estado presente, aunque nunca se llegue a aclarar de quién se trataba.

¿Cuántas manos habrán tocado esto que yo toco? ¿El dinero ganado en la manufactura de algunas de mis pertenencias, para qué habrá servido: qué habrán comido con él, por qué se habrá intercambiado?

Algunos han dicho que el gran tema de la literatura moderna es la identidad (que no deja de resultar otro asombro). Yo creo que el gran Tema es la extrañeza, empezando por la extrañeza de la identidad. Por este camino, igual se llega a la sabiduría que a la parálisis de la creación. Igual se llega a la ataraxia y la beatitud que proporciona la abundancia del mundo, como a la estúpida candidez del que vive con la boca abierta.

Compartir el artículo

stats