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Por el Prado de Moneo

Por el Prado de Moneo

El próximo lunes, 30 de octubre, se presenta el libro Museo del Prado-Rafael Moneo 2007-2017 e inaugura la exposición Por el Prado de Moneo 2017 en el Claustro restaurado de los Jerónimos del Museo Nacional del Prado. La reflexión, a la altura del año 2017, de la entidad arquitectónica y museística de la Ampliación del Museo del Prado realizada por Rafael Moneo es acometida en el libro por más de setenta fotografías de Joaquín Bérchez, así como por el ensayo de Jorge Fernández-Santos, además de una detallada relación de la repercusión que las nuevas salas ha tenido en el día a día del Museo. También se suma a este homenaje la exposición fotográfica de Joaquín Bérchez que aquí se noticia, cuyas 26 fotografías se extienden en el centro del claustro renovado, fotografías, no lo olvidemos que tienen una particular marca valenciana: Joaquín Bérchez vive en Valencia más de cuarenta años, como valencianos son Juan Peiró, editor gráfico de las mismas, y Carlos Martínez encargado de su tiraje digital.

La decisión de marcar esta primera década del Prado de Moneo viene a añadirse a un año señalado para el Premio Pritzker: el navarro, que cumple en activo ochenta años, acaba de recibir en Tokio el Praemium Imperiale en la categoría de Arquitectura. El Prado, desde la nueva dirección, ha querido rendir un sentido homenaje a quien es su arquitecto de cabecera. El libro Museo del Prado-Rafael Moneo 2007-2017 y la exposición Por el Prado de Moneo 2017 trasladan al público, a través de la fotografía en color, una doble propuesta novedosa, centrada en las sutilezas de un proyecto que lo apostó todo en su día, no sin riesgo, a la carta de la calidad arquitectónica. Recordar que Moneo nunca ha dejado de creer en el oficio del arquitecto, en la exigente y necesaria materialización de los proyectos, nos lo acerca a su admirado Juan de Villanueva con quien comparte el convencimiento que la praxis constructiva ha de abordarse como reflexión in fieri. A Moneo le cautiva la arquitectura haciéndose, en el acto de hacerse. Quizás ello ayude a entender que, frente a obras que no requieren de hermenéutica compleja, que se resumen en evidencias, que se agotan en apriorismos, las suyas exijan profundización in situ. La quizás más reproducida de sus obras, el Museo Nacional de Arte Romano, solo se entiende desde la experiencia directa y atenta del lugar, Mérida, y desde la densa estratificación histórica en la que se inserta.

A consideraciones análogas se llega tras contemplar lo que el objetivo de Joaquín Bérchez enfoca del ampliado museo madrileño. Esta estrategia fundada y vocacionalmente contemporánea de radicación en la memoria urbana parece resumirse en una de las fotografías, la titulada «Moneo mira a la historia». En ella contemplamos, desde la logia que envuelve la panda occidental del claustro, el ábside del Edificio Villanueva con, al fondo, los Sindicatos de Francisco Cabrero.

El «nuevo claustro» de Moneo acoge la exposición de fotografías de Bérchez, una de las cuales captura su interior en penumbra. Se trata de una cuidada selección de veintiséis de entre las setentaidós reproducidas en el libro conmemorativo. No espere el visitante encontrarse con planos, alzados, axonometrías, maquetas o perspectivas acompañadas de instantáneas ilustrativas. Estamos, en todo caso, lejos del formato con el que suele abordarse la obra de un arquitecto ilustre. Abriendo con amplias panorámicas, se nos muestran enfoques insólitos, espacios comprimidos o dilatados, geometrías latentes, sombras arrojadas, detalles constructivos, calographia en granito, luces filtradas, reflejos multiplicados, verdores oblicuos, bronces o ladrillos fugados, curvas astrales o serpentinas, todo un despliegue visual en torno a la materialidad arquitectónica. La vocación plástica de la primera pinacoteca española ha propiciado un homenaje que da protagonismo a la imagen artística y que lo hace con carácter propositivo. Anima a ejercitarse en algo que el acelerado «consumo» contemporáneo de la arquitectura, potenciado por la tecnología de la información, hace quizás difícil, pero que conviene recuperar.

Los mejores edificios, y el que aquí nos ocupa es buen ejemplo de ello, exigen reposo y atención y están bien lejos de revelar todos sus secretos en una rápida ojeada. Es algo que la fotografía de Bérchez nos recuerda tanto en el libro como en la exposición. En el primero nos propone un viaje en tres etapas: desde el Paseo del Prado y el pórtico dórico de Villanueva a la renovada Sala de las Musas; del claustrillo a espaldas de las diosas a la «cuña» oblicua que el fotógrafo denomina «paseadero»; y desde ese gran vestíbulo que el uso ha consagrado en nuevo y multitudinario acceso al museo a, escaleras arriba, el recuperado claustro de granito para el que Moneo ha diseñado una segunda piel en hormigón. Ésta queda engastada en el inspirado edificio en L que hoy vemos junto a la iglesia de los Jerónimos. En ese recorrido, luces y sombras, fragmentos y vistas, adentros y afueras, ponen el acento en la arquitectura como vivencia, como descubrimiento. Sin olvidar su buena recepción crítica hace una década, no es mal momento para volver a detenerse en la ampliación y reparar no sólo en las bondades ya conocidas sino en aquellas que el tiempo ha ido poniendo de relieve. La capacidad del fotógrafo para captar impresiones fugaces sobre superficies inertes surte el paradójico efecto de acercarnos a esa íntima voluntad de permanencia a la que la arquitectura de Moneo no ha renunciado. El tempo misterioso de la fotografía se alía así a la arquitectura del futuro.

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