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Tomás Eloy Martínez, un gran periodista reeditado

Tomás Eloy Martínez, el maestro, consiguió el reto más difícil: escribir en papeles efímeros -los periódicos- y entrar en el panteón de la mejor literatura en español

Tomás Eloy Martínez, un gran periodista reeditado

Hace ya tiempo que los periodistas explican en los libros aquello que no cabe en los periódicos. Allí encuentran la capacidad de la pausa, una suerte de intervalo imposible en los vibrantes diarios sujetos a una efervescencia notable. Uno de los primeros en vislumbrar este creciente fenómeno conocido ahora como «autoficción» fue Tomás Eloy Martínez (San Miguel de Tucumán, 1934 - Buenos Aires, 2010), considerado -junto a Gabriel García Márquez- un maestro de periodistas latinoamericanos que encontró en el «periodismo narrativo» o «nuevo periodismo» la forma idónea para tomar el pulso del mundo. La editorial Alfaguara acaba de reeditar su obra Santa Evita, una novela que tiene como eje central la figura histórica -pero también la imaginada- de Eva Duarte, conocida ya por el mundo entero como Evita Perón.

Evita Perón, un cadáver con historia

«¿Cómo matar a un muerto?», esta pregunta sobrevuela las más de cuatrocientas páginas de las que se compone la obra magna del autor argentino. El protagonista de Santa Evita no es tanto el personaje real como el cuerpo, el cadáver de la política transformada en diosa, reina y santa de una nación tras su muerte por un cáncer de matriz con la mesiánica edad de 33 años. La novela comienza con Evita agonizando; con una petición formal a su marido Juan Domingo Perón -«Lo que no quiero es que la gente me olvide, Juan. No dejés que me olviden»- y con una rocambolesca investigación en la que el coronel Moori Koenig intenta averiguar el lugar en el que se ubica el cuerpo insepulto de Eva -obra del embalsamador español Pedro Ara- cuando los militares pretenden profanar el cadáver de la esposa muerta de Perón, convertida ya en benefactora y modelo nacional de comportamiento.

Publicada originalmente en el año 1995, Santa Evita forma un díptico perfecto con La novela de Perón, publicada diez años antes. Ambas obras explican el fenómeno del peronismo que impregnó la realidad argentina a través de sus tres mandatos en la década de los años 40, 50 y su breve periplo entre 1973 y 1974. Solo la muerte desalojó a Perón de la Casa Rosada.

Pionero en la mezcla de géneros

Santa Evita supone una innovación formal y estilística que Martínez pone en práctica con su habitual prosa sofisticada. El relato está construido con las técnicas del periodismo pero con la voluntad de crear una ficción. Tal y como ocurre con los reportajes o las crónicas, el periodista se entrevista con algunas fuentes esenciales. No se trata aquí de políticos que rodearon a Evita en vida, sino más bien de seres marginales a los que la historiografía no suele conceder la oportunidad de expresarse. Así pues, destaca el personaje de Julio Alcaraz, el peluquero que narra cómo se gestó la mítica imagen de la cabellera más famosa de Argentina: «(...) a la segunda o tercera sesión se le quemaron las puntas y, como debía salir corriendo a inaugurar un hospital, quiso que se las recortaran. El peluquero prefirió resolver el problema peinándola hacia atrás, con la frente despejada y un gran rodete aferrado a la nuca con horquillas». ¿Fue verdaderamente éste el germen del peinado que todas las argentinas imitarían durante décadas? «Nada le gustaba más a Tomás que recordar cómo algunos de sus inventos de la novela habían sido adoptados como ´verdades históricas´. Aquella frase que supuestamente Eva Perón le dice a su marido en un momento culminante, y que ahora muchos citan como cierta, y que Tomás había inventado, por supuesto. Le encantaba haber hecho historia, literalmente», comenta el escritor y periodista argentino Martín Caparrós, uno de los devotos lectores de Martínez y también uno de sus alumnos más aventajados. «Santa Evita es la obra donde Tomás llevó más lejos su intento de hacer del periodismo gran literatura, o de la literatura gran periodismo», explica Caparrós. Martínez siempre consideró a cierta clase de periodismo como una forma de literatura: «Desde el punto de vista de la valoración, no hacía diferencia entre una gran novela y un gran libro de no ficción. Eso que ahora empieza a resultar muy común, no lo era en nuestro continente hasta principios de este siglo, y tiendo a pensar que él, que habló y escribió mucho sobre eso, ayudó a que así fuera», comenta la periodista argentina Leila Guerriero, otra de sus discípulas.

El escritor como detective

Eva Perón es todavía hoy una de las figuras argentinas que concita más odio y devoción. Fue atacada por sus enemigos sin piedad y defendida hasta la extenuación por sus miles de admiradores que creían ver en ella, en efecto, una santidad. En este sentido y siguiendo la tesis de otro escritor argentino, Ricardo Piglia, el autor se desvela como un detective que cuestiona las narraciones oficiales. Y como el investigador, el novelista debe reunir todas las pruebas posibles para desentrañar la verdad. Tomás Eloy Martínez lo hizo compilando durante una década documentos, cartas, voces de testigos, fotografías, diarios, historiales médicos, etc... «Su prosa y su sentido del ritmo siempre estuvieron apoyadas en un trabajo de reportero meticuloso, intenso. Así como le gustaba inventar la historia cuando escribía novelas, tenía clarísimo que la primera función de un periodista es buscar alguna forma de la verdad», comenta Caparrós. No existe rincón, pues, para la duda: una cosa es que Tomás Eloy Martínez se apoye en la famosa tesis de Roland Barthes en contra de la supuesta objetividad del discurso histórico, y otra muy distinta que pretenda confundir a un lector tradicional poco habituado a cuestionamientos morales ante la verdad. «Santa Evita no deja de ser una historia de ficción presentada como una investigación periodística, y Tomás Eloy se regodeaba en el equívoco», afirma el autor de El hambre.

La novela adopta diversas fórmulas innovadoras que beben de la prosa argentina contemporánea y que van más allá de esta mezcolanza de géneros: la fragmentación del relato, el cambio de perspectiva, la intertextualidad y, sobre todo, una inclusión directa del lector en la obra. El lector de Santa Evita se convierte en cómplice inmediato al que este narrador tan alejado de la omnisciencia y que milita más bien en la duda, apela de modo constante: «le conté todo lo que ustedes ya saben» o «permítanme dejar por un momento la grabación de Cifuentes» son solo dos ejemplos. Pero si algo consiente esta novela es la visualización clara del armazón que la sujeta: Santa Evita no es solo la historia que cuenta sino fundamentalmente cómo se está contando y cuál es su origen.

El maestro de periodistas latinoamericanos

Martínez falleció en enero de 2010. Su influencia se expande hasta nuestros días y su lección está más viva que nunca. De ello se encarga la Fundación TEM en Argentina, cuyo objetivo no es otro que custodiar el legado y la obra del autor, al tiempo que promueve la literatura y el periodismo latinoamericano, en especial el que están haciendo los más jóvenes. «Tomás fue para mí un maestro antes de saber que lo era: cuando yo tenía nueve, diez años leía con fruición un semanario, Primera Plana, que fue muy decisivo en los años sesenta argentinos. En aquella revista casi no había firmas; décadas después supe que Tomás y el otro redactor jefe, Casasbellas, reescribían casi todo. Así que empezó a influirme antes de que lo supiera», comenta Caparrós. Guerriero también recuerda aquella mítica publicación: «Era un enorme editor. Fue uno de los grandes de este continente: arriesgado -levantó todas las notas de un suplemento cultural para publicar un enorme texto sobre Manuel Puig, de una autora que por entonces era desconocida- y visionario -anunció en junio de 1967, en Primera Plana a Cien años de soledad como ´La gran novela de América´-. Era imaginativo, vanguardista y puntilloso». Tomás Eloy Martínez, el maestro, consiguió el reto más difícil: escribir en papeles efímeros -los periódicos- y entrar de lleno en el panteón de la mejor literatura en español.

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