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Jorge Guillén y Pedro Salinas amistad de poetas

La lectura, por regla general, es lectura silente: la que cada individuo realiza en la intimidad. Sin embargo, se trata de un ejercicio que se lleva a cabo en pareja, un diálogo entre dos conciencias enfrentadas: la conciencia del autor y la conciencia del lector, activas en un juego de inteligencias por encima del espacio y del tiempo.

Jorge Guillén y Pedro Salinas amistad de poetas

Aunque los especialistas más proclives a los adornos sentimentales se han referido algunas veces a la Generación del 27 como «la Generación de la amistad», entre sus miembros -los canónicos y los que no suelen aparecer en todos los recuentos- hubo verdaderos amigos, conocidos y saludados, siguiendo la tipología de las relaciones humanas que estableció el maestro Josep Pla.

En algunos casos, las relaciones fueron de franca animadversión, como es sabido. Federico García Lorca no soportó jamás a Miguel Hernández, a quien podemos considerar, pese a su condición de poeta «isla», miembro del 27. Parece que la ruda timidez del poeta de Orihuela repelía a Lorca, hasta el extremo de evitar los lugares en donde sabía que podían encontrarse. Se ha referido muchas veces la anécdota según la cual, Lorca no se despidió de Vicente Aleixandre, antes de viajar a Granada en 1936, porque al llamar por teléfono a su casa, Aleixandre le dijo que se estaba allí Miguel Hernández. «Échalo», cuenta la leyenda que le pidió Lorca. Cuando Aleixandre le respondió que eso no era posible, Lorca le dijo que ya se verían.

Y lo demás es historia.

Cernuda, el más quisquilloso de los poetas del 27, y que acabó enemistado con casi todos sus compañeros de generación, cargó en un célebre poema de Desolación de la Quimera («Malentendu»), 1961, contra Pedro Salinas, por haberse referido este a Luis Cernuda como «licenciado Vidriera». Pero Salinas no fue el peor parado de la generación de la amistad. Dámaso Alonso había llamado a Lorca en un artículo de crítica «mi príncipe muerto». En el poema «Otra vez, con sentimiento», también de Desolación de la Quimera, Cernuda carga contra Dámaso:

La apropiacio?n de ti, que nada suyo

Fuiste o quisiste ser mientras vivías,

Es lo que ahí despierta mi extran?eza.

¿Príncipe tu? de un sapo? ¿No les basta

A tus compatriotas haberte asesinado?

Ahora la estupidez sucede al crimen.

Las generaciones literarias son artefactos humanos, y en todas ellas se producen relaciones de sincera amistad, de conveniencia, de enfrentamiento de caracteres, de abierta antipatía, de indiferencia, de simple tolerancia.

Con respecto al 27, los biógrafos más minuciosos han hablado de parejas de grandes amigos dentro de la Generación, y no de una Generación de la amistad: por ejemplo, Alberti y Lorca, Cernuda y Altolaguirre, y, sobre todo, Guillén y Salinas.

Para conocer a fondo, de su puño y letra, la amistad sostenida a lo largo de toda la vida entre Salinas y Guillén, disponemos de un testimonio magnífico, la correspondencia entre ambos (1923-1951), publicada en 1992, por la editorial Tusquets.

En muchos momentos, sus destinos corrieron paralelos. Los dos fueron ejemplos de lo que algunos han llamado «poetas profesores» (en ciertos casos con su pizca de retintín), y llegaron a sucederse en alguna cátedra de literatura. Guillén ocupó la plaza de Salinas en La Sorbona, en 1925, y juntos marcharon al exilio, después de la guerra, a universidades norteamericanas.

Los dos se mantuvieron fieles a lo largo de toda su vida a su cariño recíproco y a su mutua admiración literaria, aunque fueron poetas muy distintos, cada cual con su voz propia.

Jorge Guillén es el autor, a mi entender, de una obra maestra, el Cántico de 1925, que basta para considerarlo como uno de los grandes poetas españoles del siglo xx. Su abundante obra posterior es la de un espléndido artesano, que en ocasiones alcanza de nuevo la alta poesía, pero que no consigue regresar a la altura de su debut. Ese Cántico es un portento de gracia, inteligencia y emoción, una emoción siempre conducida por el pensamiento y por un absoluto rigor formal, como si se tratara de un álgebra lírica.

A su manera, Salinas siempre fue también un poeta de la inteligencia y del control instrumental (como son todos los buenos poetas), pero su obra dispone siempre de registros emocionales diferentes a los de Guillén. Pedro Salinas ha pasado a la Historia de la Literatura española como el gran poeta del amor de su generación, por su mítica trilogía -La voz a ti debida, Razón de amor y Largo lamento-, inspirada por el romance que mantuvo con una joven estudiante de español, Katherine R. Whitmore, a la que conoció en los cursos de verano de la Universidad de Santander, en 1932, cuando el poeta trabaja allí como profesor y secretario.

La correspondencia entre los dos amigos se interrumpió en 1951, a la muerte prematura de Salinas. Jorge Guillén sobrevivió a su amigo más de treinta años, hasta que murió en 1984, en Málaga, a los noventa y uno de su edad.

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