Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Vicente Ortí en Bancaja: La magia del oficio

Vicente Ortí en Bancaja: La magia del oficio

La preponderancia que le hemos otorgado al pensar sobre el hacer es algo especialmente evidente en las artes plásticas contemporáneas. Las raíces de tal distinción podríamos decir que culminan en cierto sentido en el Renacimiento, se formalizan durante el Neoclasicismo/Racionalismo y estallan hasta extremos insospechados en el siglo xx. La división entre arte y artesanía, entre artes y oficios, entre objetual y conceptual, discurrirá paralela a esa otra división, mucho más profunda y menos visible, entre continente y contenido, entre forma y materia, entre obra e imagen. Este artificioso juego analítico de divisiones choca con la complejidad de una realidad tozudamente integral. Y de impresionante integridad cabe calificar la dilatada trayectoria escultórica de Vicente Ortí (Torrent, 1947). Un hacedor de realidades objetuales mágicamente vivificadas por ese simbolismo atávico que surge de la propia materia hecha forma.

La piedra, el hierro y la madera (conviene recordar que materia proviene de madera, la primera materia viva, fruto del crecimiento orgánico regido por unas leyes funcionales que devienen estéticas) son materiales que se convierten, gracias a las manos pensantes (La mano que piensa. Juhani Pallasmaa) de Vicente Ortí, en esculturas preñadas de esencias primitivistas y referencias vanguardistas, naturales y culturales. En sus piezas se destila esa búsqueda de lo esencial en la que confluyeron los pueblos primitivos de tantas regiones del mundo y las vanguardias históricas europeas. Los primeros, cumpliendo esa función mágica de comunión con la divinidad a través de la Naturaleza, los segundos, siguiendo sus afanes intelectuales de desprenderse de lo anecdótico para llegar a los fundamentos de la naturaleza humana. Así, podemos confrontar tanto la potencia telúrica de materias primigenias y de formas totémicas, máscaras de guerra y deidades propiciatorias, y podemos rastrear las huellas de los caminos iniciados por Brancusi, Picasso, Baltasar Lobo, Chillida o Ulrich Rückriem.

Extraordinario maestro de generaciones de estudiantes y profundo conocedor del oficio, sus obras son una contundente muestra de los valores inherentes a la fecunda experiencia que exige el esfuerzo constante de tallar, esculpir, forjar, pulir. Oficio con mayúsculas que trasciende la reduccionista lectura y el escaso valor atribuido al trabajo sostenido por una tradición técnica -hoy tan denostada como perdida- para enlazar con esa dimensión ritual, sagrada, mágica, propia del oficiar. La habilidad, la perseverancia, la repetición, hacen de la serie una condición sine qua non para conjurar la monotonía y el aburrimiento instalados como anatemas en una sociedad hoy afanosa por la búsqueda incesante de esa efímera novedad publicitaria y consumista que todo lo invade.

No es tarea fácil resumir en un solo espacio expositivo, no demasiado extenso, medio siglo de ininterrumpida actividad creativa. La agrupación por familias y la concentración de determinadas piezas tratan de remitir al espectador a ese sancta sanctorum que es el taller del artista donde nacen y crecen las obras. Algo que se enfatiza al final de la sala donde se introducen bancos de trabajo, herramientas, pequeñas piezas y hasta fotografías que documentan el trabajo creativo. Ahora bien, la primera impresión cuando entramos, sin duda nos remite a un bosque interior donde se yerguen sólidamente los sueños y las obsesiones de su autor. La física cuántica ha establecido como verdad científica, y por lo tanto, absoluta, que toda materia contiene una parte inseparable de energía. Salvando las distancias, podríamos afirmar de un modo análogo, siguiendo a José Ángel Valente, que la forma es la materia y que todo hacer encierra una carga no sólo conceptual, sino también vivencial, experiencial, emocional.

Compartir el artículo

stats