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Necesidad de la repetición

La manera más habitual de no decir nada interesante consiste en decir algo nuevo cada vez que hablamos. Los originales resultan los individuos más previsibles del mundo, aquellos que han hecho de la ocurrencia su método para respirar. La novedad es una de las supersticiones intelectuales que más prestigio ha obtenido, por contagio de la moda, en el ámbito de la inteligencia, lo cual resulta en definitiva muy poco inteligente.

Desconfío de quienes no se repiten, tanto como de quienes se repiten demasiado. La repetición en su justa medida constituye la garantía de poseer ideas propias, o apropiadas (las ideas ajenas que más nos gustan y hemos convertido en nuestras, y que son la inmensa mayoría de nuestras ideas). ¿Y cuál es esa medida justa que hace de lo dicho algo sólido, sin convertirlo en una pesadez, en un tormento para la escucha? La verdad es que no existe un sistema de pesas y medidas para calcular el interés de nuestras intervenciones; pero sí existen consejos razonables con los que manejarse en sociedad, por decirlo como los manuales de buenas costumbres. Hazme caso: Repítete lo suficiente como para no caer en el olvido, pero no tanto como para que ya sepan lo que vas a decir. Por ejemplo. Toma nota, hermano: Repítete, pero nunca hasta el extremo de no sorprenderte a ti mismo de vez en cuando. Recomendaciones de este tipo.

La repetición es una necesidad, no sólo por el hecho de que somos criaturas limitadas, sino porque significa un rasgo de estilo. Nuestras repeticiones son los estribillos de nuestro pensamiento, de nuestra personalidad, y toda canción, incluida la de nuestra biografía, necesita su estribillo.

Lo que nos gusta nos gusta incluso cuando no nos gusta tanto. Quienes nos gustan nos gustan incluso cuando se equivocan. Y cuando se repiten, porque nos gusta repetir de todo aquello que gustamos. Las cosas se nos olvidan pronto, somos inconstantes, frágiles, débiles, por eso los demás nos repiten sus averiguaciones, sus iluminaciones, sus suposiciones. Por eso repetimos nuestros mantras, nuestros descubrimientos a los demás. Para que no se nos vayan de la cabeza, para que no nos vayamos de la cabeza de nuestros interlocutores.

Queremos sobrevivir, queremos dejar huella; y las huellas, y la supervivencia, son tareas de reiteración, de repetición. Debemos repetir un paso detrás de otro, para imprimir la señal de nuestro itinerario. Debemos afrontar un día, y el siguiente, y el de más allá, hasta completar la suma de nuestro destino.

Los escritores, aunque no lo parezca, nos repetimos por amor, no por narcisismo. O, al menos, no por un gesto de narcisismo absoluto (porque la escritura siempre será una dedicación narcisista). Nos repetimos por amor a las cosas, por amor a las palabras mediante las que hacemos nuestras las cosas. Por amor a la tarea de repetir que nos repetimos por amor. Escucharse ejecutando variaciones sobre uno mismo tiene su gracia, tiene su aquel.

Puede parecer que se trata de senilidad; pero lo cierto es que nos repetimos en defensa propia y ajena.

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